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Los 30 años de la reunificación alemana: tres décadas de unidad y diferencias

Una vez más Alemania entona el “somos un solo pueblo” pero, ¿se puede definir la reunificación como un éxito?

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Hace ayer 30 años, el presidente Richard von Weizsäcker proclamaba la reunificación alemana frente al Reichstag, a escasos metros de donde solo un año antes discurría el muro de Berlín. Alemania volvía a ser una y miles de alemanes se lanzaron a las calles a celebrarlo con el mismo júbilo que desprendían los titulares de prensa que en aquel entonces, y sin ánimo de ensombrecer el momento histórico, no podían sino preguntarse cuáles y cómo serían los próximos designios del país unificado.

Tres décadas después, las páginas de los mismos periódicos irradian un efluvio que no dista mucho del que se podía respirar aquel 3 de octubre y que, como antaño, discurre a medio camino entre la alegría y el escepticismo. Treinta años es tiempo suficiente para preguntarse hasta qué punto la reunificación ha cumplido su objetivo con la consciencia de que, por mucho que se recurra a encuestas o estudios, la respuesta exacta viene cargada con la misma dosis de incógnita que la de aquellos titulares de 1990.

Una vez más Alemania entona el “somos un solo pueblo” pero, ¿se puede definir la reunificación como un éxito?Ateniéndonos al sentir de la prensa y a tenor de las importantes brechas que todavía existen entre el este y el oeste, parece que no. La esfera política así lo siente; incluso la mismísima Angela Merkel lo reconoció esta semana al asegurar que “tendremos que reunir mucha energía para la cohesión”.

Poco antes, su ministro de Hacienda y candidato a canciller del SPD, Olaf Scholz, sonó algo más optimista al decir que “somos un país que lo ha logrado”. No obstante, las cifras arrojan que la Alemania reunificada sigue dividida en lo económico como lo atestigua que, tres décadas después, los estados de la extinta República Democrática alemana se siguen caracterizando por una falta de rendimiento económico, de productividad así como por una escasez de empresas importantes y por tanto, lucrativas.

Para muchos de poco han servido los 1,4 billones de euros que el oeste “regaló” al este a modo de impulso económico ya que, a día de hoy y según las cifras oficiales, el salario medio de los ciudadanos de la parte oriental es un 20 por ciento inferior al de sus hermanos occidentales o, por poner otro ejemplo, la tasa de desocupación sigue siendo casi el doble en la parte oriental.

Con estos y otros datos, todos siempre en detrimento del este, no es de extrañar que a pesar de que el producto interior bruto en los cinco “Länder” orientales subiera en los últimos años del 37 al 79 por ciento, el porcentaje de necesitados de ayudas sociales sea más del doble en el este que en el oeste. Circunstancias que han llevado a algunos economistas a señalar que la parte importante de la convergencia que se dio a comienzos de siglo se ha estancado y, a la contra, ha hecho auspiciar los éxitos electorales de los populistas de derecha como demuestra el auge del partido populista de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD).

En las cinco regiones del este alemán, dicho partido está presente en los parlamentos, con resultados electorales, en algunos casos, por encima del 20 por ciento. El aniversario llega cuando el lema de aquella revolución “Wir sind das Volk” (nosotros somos el pueblo) ha sido usurpado por AfD o el movimiento Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida). Sin embargo, el mapa político de Alemania muestra que la AfD está ahora en todas partes; en el Bundestag es la mayor facción de oposición desde 2017.

De cara al futuro, y lejos de lo que se podría desear, las previsiones no vienen sino a otorgar más pesimismo al tema: según algunos economistas, los estados orientales no alcanzarán el nivel económico de los occidentales hasta dentro de 50 años. Es por esto que los ossies -aquellos alemanes que nacieron en el este- siguen huyendo al oeste cual inmigrantes dentro de su propio país en busca de mejores oportunidades laborales como así lo atestigua que desde 1990 la población oriental haya descendido en casi dos millones de personas.

Pero junto a estas diferencias económicas cohabitan otras de índole social, tanto o más importantes -pero menos visibles- para la comunidad. Todavía quedan muchos perjuicios; así, algunos orientales se quejan de que los occidentales -o “wessies”- los tratan como ciudadanos de segunda, mientras que los occidentales se quejan de la ingratitud de los “ossies” y del alto coste de la reunificación. Sobran los ejemplos: uno de cada cinco alemanes nacidos en el oeste, nunca ha puesto un pié en el este, lo que deja claro un claro desinterés por esta zona o solo tres universidades del este son consideradas como centros educativos de élite frente a las nueve de la zona occidental.

En conjunto, factores que en sus dos variantes -económico y social-, han generado un sentir similar a la xenofobia y que provoca que solo una minoría de los ex habitantes de la RDA se sientan hoy como ciudadanos plenos de la República unificada lo que ha hecho resurgir lo que se define como “ostalgie” o melancolía entre algunos ciudadanos del este que opinan se vivía mejor antes de la reunificación. Una reunificación que todavía no ha concluido. Pero aún así, la unidad sí ha visto consumada una de las aspiraciones que mejor definen a un país: su identidad. “Mantener unido un país en el siglo XXI significa un cierto grado de justicia para todos”, aseguró esta semana la canciller.

Con todo, ayer Merkel en un acto en Postdam señaló que: “Hizo falta mucha valentía para llegar hasta aquí. Las personas en la RDA que salieron a la calle y alentaron la revolución pacífica, pero también la valentía de aquellos en la antigua República Federal que pusieron rumbo a la unidad alemana».

Alemania y a pesar de sus diferencias se une -sin tapujos- para festejar sus éxitos, vanagloriarse de su recuperado peso en la escena internacional... en esencia, para mostrar sin reparo su recuperado orgullo nacional.