Editorial
Es hora de actuar por la libertad
Sin ayuda, la revuelta por la democracia en Cuba está condenada al fracaso
No son las primeras protestas masivas contra el Gobierno que ven las calles de Cuba, pero a diferencia de las anteriores, –como la del «maleconazo» de agosto de 1994, que fue un breve estallido espontáneo provocado por la interceptación de un grupo de balseros–, éstas vienen precedidas de un sostenido movimiento de protesta que reclama libertad y democracia, y que las fuerzas policiacas del régimen comunista no han conseguido acallar pese a las detenciones de sus principales promotores, surgidos del mundo de la cultura y agrupados bajo el movimiento «San Isidro».
Es cierto que la situación social de la isla es mucho peor que la del llamado «período especial», que siguió a la caída de la URSS, y que, hoy, se traduce en el derrumbe del turismo a causa de la pandemia, en la escasez de petróleo, que Venezuela ya no puede cubrir, y en la dolarización de facto de la economía, que convierte los bienes más esenciales en algo inalcanzable para la mayoría de la población. De hecho, los asaltos sufridos por las tiendas estatales, las que venden productos importados, incluso de primera necesidad, en moneda convertible, son muestra del hartazgo de los cubanos con un sistema que, a la postre, condena a la mera supervivencia a quienes no forman parte de las estructuras del Partido Comunista o carecen de familiares en el exterior que les ayuden con las remesas de divisas.
Por ello, es importante señalar el amplio componente de rechazo ideológico al régimen presente en las marchas de protesta, bajo los lemas de «Patria y Vida» y «Libertad», que desmiente la pueril versión gubernamental de unas revueltas causadas por los apagones y la crisis sanitaria. Por supuesto, esos elementos operan en el desencadenamiento de las manifestaciones, pero hay que insistir en que no son la razón primordial. De lo contrario, el régimen castrista, bajo la presidencia nominal de Díaz Canel, no hubiera llevado a cabo el brutal despliegue represivo ni recurrido a la movilización armada de las milicias del partido, que no se andan con miramientos a la hora de usar la violencia. Esa colérica reacción del régimen, en la línea de Venezuela y Nicaragua, deja malas expectativas de futuro para una población, que, en la práctica, y así lo tiene asumido e interiorizado, siempre se ha visto desasistida por unas democracias occidentales que parecen ancladas en los parámetros de la Guerra Fría. Es la hora de actuar, pero que los cubanos no cuenten demasiado con ello.
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