Editorial

Una legislatura fallida con o sin Puigdemont

Paga Moncloa el pecado de su derrota electoral e impostada investidura con socios indeseados. Transitamos por una legislatura fallida, onerosa para los españoles y penosa para la democracia

Carles Puigdemont
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La Mesa del Congreso, en manos del PSOE y Sumar, ha decidido posponer el debate y votación sobre la proposición no de ley de Junts para que Pedro Sánchez se sometiera a una cuestión de confianza en otra vuelta de tuerca a la práctica filibustera de la Presidencia de la Cámara Baja, que ni atiende los informes de los letrados a favor de tramitar la iniciativa ni al orden reglamentario común. No era lo previsto ni siquiera lo anunciado, aunque sí lo que cabía esperar dado los precedentes. El Gobierno vendió en los días previos que había decidido tumbar el envite de Carles Puigdemont y abandonar de una vez por todas la estrategia de plegarse a las demandas del vecino de Waterloo. En otras palabras, Moncloa había adoptado una novedosa posición de fuerza, tensar la cuerda como nunca antes, para remover el tablero político y calibrar las intenciones del ex presidente de la Generalitat y su capacidad de aguantar el órdago de la ruptura hasta el final. Finalmente, Sánchez ha decidido no jugar con el fuego separatista que a todas luces no controla y ganar tiempo por más que su recogida de velas haya refrendado su dependencia y que iba de farol en la baladronada. Ahora, hay plazo para que el presidente convenza a Puigdemont de que deponga la intención de forzar un debate en el Congreso que podría desencadenar una censura pública a su quebrantada figura dado el renovado equilibrio de fuerzas en el hemiciclo. No parece una misión imposible porque si algo ha evidenciado la trayectoria pretérita y reciente de Sánchez es que pagará casi cualquier precio para que la legislatura llegue hasta el final. Otra cuestión es que la confianza de Puigdemont en su palabra esté bajo mínimos por tanta mentira e incumplimiento sobre acuerdos previos en circunstancias similares. Se mire como se mire, las cartas están sobre la mesa y al descubierto porque ni a Sánchez ni a Puigdemont les interesa que se vuelvan a repartir en una nueva mano electoral en la que entienden que tienen mucho que perder y casi nada que ganar. Así que en buena medida contemplamos una pieza teatral en varios actos con dos jugadores de ventaja que amenazan pero que no dan mientras sacan provecho de la mascarada. Si algo nos ha quedado meridianamente nítido en este espectáculo político tan poco edificante e inspirador, es que el interés general ni está ni se le espera. Cero. Es la representación descarnada de la política menor, el botín como objetivo de la acción pública por los medios que sean precisos. Para Sánchez es una cuestión de supervivencia y muy probablemente de inmunidad y blindaje procesal ante un porvenir judicial proceloso, que de ninguna de las maneras neutralizará si pierde el poder. Puigdemont nunca contará con la ascendencia que le garantizan los siete diputados y un presidente con urgencias y sin escrúpulos. Paga Moncloa el pecado de su derrota electoral e impostada investidura con socios indeseados. Transitamos por una legislatura fallida, onerosa para los españoles y penosa para la democracia.