Editorial
El IPC se ceba con la cesta de la compra
Ciertamente, las cuentas del Ejecutivo se benefician con el proceso inflacionario gracias a la mayor recaudación por IVA, pero es a costa de empobrecer a unas clases medias que empiezan a recurrir a los ahorros para poder llegar a final de mes.
En el último año, los alimentos han subido en España una media del 30 por ciento, lo que representa un nivel de inflación no conocida desde 1994, cuando comienza la serie histórica. Sólo en el último mes de septiembre, el IPC de los alimentos y las bebidas no alcohólicas se ha disparado un, también histórico, 14,4 por ciento, con algunos productos de consumo básico, como la leche, la carne de pollo, los huevos, las patatas y las legumbres con alzas de precios por encima del 16 por ciento. Si a estas cifras le añadimos las subidas, asimismo, récord de los gastos de vivienda –gas, luz agua–, transporte y hostelería, se convendrá en lo dramático de la situación para una mayoría de los ciudadanos, cuyos salarios, apenas se han incrementado una media del 3 por ciento.
De ahí, que no se entienda muy bien la satisfacción con la que los diversos responsables gubernamentales han recibido el dato de septiembre del IPC, publicado por el INE, que reduce en una décima la inflación prevista –del 9 al 8,9 por ciento–, lo que parece un magro resultado para las pregonadas medidas anticrisis del Gobierno. Con un problema añadido, que en la mayoría de los descensos de precios registrados con respecto a meses anteriores, como el gas, la electricidad, los combustibles y el transporte público, operan mecanismos de contención sostenidos con el gasto público, es decir, que deberán cubrirse tarde o temprano a base de tirar de una deuda del Estado que ya supera el 109 por ciento del PIB o del incremento de la presión fiscal. Ciertamente, las cuentas del Ejecutivo se benefician con el proceso inflacionario gracias a la mayor recaudación por IVA, pero es a costa de empobrecer a unas clases medias que empiezan a recurrir a los ahorros para poder llegar a final de mes.
Es evidente, como ha hecho el gobierno socialista de Portugal, que, en la situación presente, era imprescindible llevar a cabo un gran acuerdo de rentas con los sectores sociales y la oposición, que, entre otras medidas, actuara sobre el IRPF y otras figuras impositivas para contener la dinámica inflacionista. Porque uno de los factores que influyen en la subida de precios, junto con la energía y el coste de las materias primas, son unos costes de producción fuertemente gravados por los impuestos, hasta tal punto, que muchos agricultores y ganaderos trabajan al límite de pérdida y, hay que decirlo, en una de las grandes potencias agropecuarias de la Unión Europea.
El resultado más inmediato, como es lógico, será la caída del consumo interno de los hogares, con las inevitables consecuencias en las previsiones de ingresos del Estado. Si ya el anteproyecto de los Presupuestos Generales podía considerarse un brindis al sol, la crisis de precios de los alimentos puede dejarlos en papel mojado. Aunque, eso sí, mientras el IVA esté en máximos de recaudación, parece que al Gobierno no le inquieta.
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