Editorial

Brasil debe recuperar los consensos básicos

Se equivocaría gravemente Lula da Silva si tratara de abrir una causa general contra toda la oposición brasileña, exacerbando la profunda división política y social que vive el país

El cinismo político de la izquierda, con personajes como el comunista cubano Díaz Canel, reclamando respeto a la democracia y a la voluntad popular, o el portavoz de Unidas Podemos, Pablo Fernández, equiparando a Núñez Feijóo y a los jueces españoles con los energúmenos bolsonaristas, no puede ser excusa para no condenar con la máxima firmeza lo ocurrido en la capital federal de Brasil, con el asalto a las principales instituciones del Estado por parte de un grupo de seguidores del expresidente Jair Bolsonaro, que se niegan a reconocer la legitimidad de la victoria electoral de Lula da Silva bajo improbables acusaciones de manipulación de las urnas.

No sólo el episodio de violencia carece de la menor justificación, sino que el propio Bolsonaro no puede ahora desvincularse alegremente de los hechos tras haber alentado las sospechas de fraude electoral y haber permitido, cuando aún tenía la responsabilidad del gobierno, el montaje de campamentos frente a los cuarteles militares, desde los que se exigía, nada menos, que un golpe de Estado contra el ordenamiento constitucional. Lo mismo reza para la pasividad culpable de algunos gobernadores regionales, próximos a Bolsonaro, que han envalentonado las protestas hasta llevarlas al extremo del pasado domingo.

Le asiste al nuevo gobierno no sólo el derecho a reclamar una contundente acción de la Justicia, sino, también, el deber de restaurar el respeto a la ley y al sistema democrático del gigante suramericano sin excepciones. Pero se equivocaría gravemente Lula da Silva si tratara de abrir una causa general contra toda la oposición brasileña, exacerbando la profunda división política y social que vive el país. Hay que insistir en lo intolerable de lo sucedido, pero, al mismo tiempo, tratar de enmarcar los hechos en su verdadera dimensión para no retroalimentar una estrategia de la tensión que a nada bueno puede conducir, especialmente, si las nuevas autoridades se deslizan por las irritantes políticas del doble rasero tan caras a la izquierda. No es fácil la tarea que le aguarda al nuevo presidente si es que quiere reconstruir los consensos básicos en una sociedad compleja y diversa como la brasileña, arrasada, al igual que en otras repúblicas del continente, por la plaga de los populismos.

Pero tiene Lula da Silva a su favor la legitimidad democrática, una mayoría parlamentaria sobre la que desarrollar sus programas de gobierno y un amplio respaldo internacional. Son instrumentos sobre los que apoyarse para conseguir atemperar los ánimos, buscando los puntos de encuentro, que los hay, y alejando de una vez por todas las estrategias divisivas y de confrontación ciudadana que buscan en el arrinconamiento del adversario político la hegemonía ideológica propia. Más aún, cuando Brasil tiene que hacer frente a las consecuencias de la crisis económica y social de la pandemia.