Editorial
Cataluña debe volver a la gestión política
Debe, y puede, gobernar para todos los ciudadanos, no sólo para la cohorte de sus votantes, lo que, sin duda, será una agradable novedad para las gentes del Principado.
A medida que se van conociendo los nombres de quienes conformarán el próximo gobierno de la Generalitat de Cataluña se va instalando en la opinión pública la sensación, esperemos que cierta, de que es posible cerrar la etapa del procés y de que, más allá de las obligaciones declarativas, Salvador Illa puede devolver el Principado a la gestión política, a la normalización de las relaciones entre gobernantes y gobernados, que es lo que deseaba la mayoría de la sociedad catalana, como quedó bien expresado en las urnas.
Que el nuevo presidente de la Generalitat incorpore a su gobierno figuras de peso político procedentes de la antigua Convergencia pujolista, que no quisieron embarcarse en la deriva suicida del procés, como Ramón Espadaler, o que prefirieron el acuerdo frente a la confrontación, como Miquel Sàmper, nos habla de la voluntad de integrar en su Ejecutivo una sensibilidad catalanista, no vinculada necesariamente a la izquierda, pero que debe marcar las líneas de ruptura con la formación de Carles Puigdemont. Las expresiones despreciativas sobre estos nombramientos por parte del secretario general de Junts, Jordi Turull, a los que se refiere, implícitamente, como «peseteros», abona lo que decimos.
Por supuesto, el núcleo del Gabinete de Illa se nutre de la guardia pretoriana del PSC catalán, con Sílvia Paneque, la «Agustina de Aragón» de los socialistas de Girona, como clave de bóveda, ya que ejercerá de portavoz del Govern y titular de la macroconsellería de Territorio, Transición Ecológica y Vivienda, asunto este último que se ha convertido en uno de los principales desafíos en las grandes ciudades catalanas, como en el resto de las españolas, merced, en parte, a la nefasta gestión de los ejecutivos nacionalistas.
Ciertamente, no es momento para dejarse llevar por el optimismo, porque la cuestión de la financiación singular de Cataluña, problemática donde las haya, y el hecho de que la estabilidad de la Generalitat dependa de la solidez del apoyo de ERC, partido en horas bajas que afronta una compleja renovación interna, y de las contrapartidas a satisfacer de los Comunes, auguran fuertes tensiones, sobre todo, a la hora de elaborar los Presupuestos autonómicos. Además, también opera en la situación catalana que el Gobierno de la Nación depende de los votos de Junts, circunstancia que complica cualquier análisis.
Pero, cuando menos, a Salvador Illa se le presenta la oportunidad de llevar a cabo una gestión de los intereses públicos de Cataluña sin el lastre de la confrontación estéril del procés. Debe, y puede, gobernar para todos los ciudadanos, no sólo para la cohorte de sus votantes, lo que, sin duda, será una agradable novedad para las gentes del Principado, que han visto como, poco a poco, en esta última década, se deterioraban todos sus índices de bienestar.
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