
Editorial
Una vez más, se aplaza lo inevitable
El plan de Netanyahu puede tener éxito en el corto plazo, pero no supone una salida definitiva al problema porque ofrece tiempo y espacio a la reorganización de Hamás

El gobierno de Benjamín Netanyahu ha cedido a las presiones internas y externas, entre ellas las del jefe del Ejército, y ha acordado limitar la ocupación en Gaza a la ciudad homónima, que ejerce de capital de la Franja, a modo de “cordón de seguridad” o “zona verde” que garantice la tranquilidad de las ciudades y asentamientos israelíes al norte del territorio palestino. Es una solución de compromiso que, en realidad, no hace más que aplazar lo inevitable, que es la toma y administración del conjunto de Gaza en una suerte de protectorado hasta que las diversas organizaciones terroristas que operan en la zona, con Hamás como principal fuerza, hayan sido derrotadas. Desde la retirada de Israel de la Franja y el desmantelamiento de los asentamientos judíos, en 2005, las fuerzas armadas israelíes se han visto obligadas a intervenir en Gaza en cinco ocasiones, siempre con idénticos resultados. Destrucción de edificios e infraestructuras, muertes de civiles, campañas de presión exteriores, ayudas occidentales para la reconstrucción, recuperación de las fuerzas terroristas y vuelta al lanzamiento de cohetes sobre el sur de Israel. Con este guion sin solución de continuidad, hasta 2021, habían muerto miles de palestinos y cientos de israelíes, y el mundo parecía asumirlo con un aire de fatal normalidad hasta que se produjeron las matanzas de civiles judíos en octubre de 2023, que, al calor de los acontecimientos, la opinión pública europea y norteamericana entendió como un punto de inflexión y un cambio en el paradigma comúnmente aceptado. Pero, una vez más, la realidad de una guerra asimétrica, en un campo de batalla fundamentalmente urbano, es decir, en el que los civiles se convierten en escudos humanos porque es el único tipo de combate que pueden permitirse unos grupos terroristas con la esperanza de obtener un “empate” táctico y una victoria política, ha sido de imposible digestión para cualquiera que no tenga el estómago de hielo. El horror cotidiano, la tragedia de tantos inocentes, la exhibición impúdica de las muertes infantiles, el drama de los rehenes ha acabado por hacer mella, incluso, en buena parte de la sociedad israelí y, por supuesto, en unas fuerzas armadas que están sufriendo un continuo reguero de bajas -más de quinientos muertos y miles de heridos- y que no se hacían ilusiones sobre el coste final de la total ocupación de la Franja y el mantenimiento de las tropas en unas áreas laberínticas en la superficie y en el subsuelo. El plan de Netanyahu puede tener éxito en el corto plazo, pero no supone una salida definitiva al problema porque ofrece tiempo y espacio a la reorganización de Hamás, que, no lo olvidemos, lleva recuperándose de los golpes de represalia israelíes desde hace casi dos décadas. Una capacidad de supervivencia que puede haber quedado mermada tras las dificultades del régimen iraní, pero que nadie puede dar por eliminada.
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