ETA

El drama de los atentados sin sentencia: siete muertos y cien heridos en Madrid

La Guardia Civil detuvo a la autora de la colocación por ETA de tres bombas en la capital en julio de 1979, pero no ha podido ser juzgada

1979 - Triple atentado en Barajas, Atocha y Chamartín. Madrid (España)
En el atentado contra el aeropuerto de Barajas de 1979, en la imagen, los etarras entregaron la bolsa con la bomba al empleado de la consignalarazon

En terrorismo, la historia se repite lamentablemente. Ahora asistimos al prólogo de lo que, si Dios no lo remedia, será una nueva afrenta para las víctimas del terrorismo, con el traslado de los presos de ETA a cárceles del País Vasco y Navarra.

A finales de la década de los setenta, fue la extinta rama político-militar de la banda la que logró, después de poner muertos y heridos, mucho dolor, encima de la mesa, que algunos reclusos fueran trasladados desde la cárcel de Soria a las del País Vasco. Y, como ha ocurrido ahora, con la guinda de la disolución, en unas maniobras, las dos, en las que nunca aparecieron todas las armas y, por supuesto, ni un duro (ahora serían euros) del dinero que habían robado con los secuestros y el llamado “impuesto revolucionario”.

Hay otro denominador común, el más dramático, y es el de que, en algunos casos, los autores de los crímenes se conocen y su culpabilidad está determinada policialmente, pero, por diversas circunstancias, se han librado de la acción de la justicia.

Este es el caso que nos ocupa. Todo comenzó el 10 de octubre de 1979, con la detención de dos etarras que pretendían volar el cuartel de la Guardia Civil de Inchaurrondo, que estaba en construcción. Se trataba de Miguel Antonio Mechinea Sáinz, de veinticuatro años, natural de San Sebastián; y Santiago Lopetegui Zabaleta, de veinte años y natural de Azcoitia.

La colocación de las bombas perseguía una doble finalidad: por una parte, demoler dichas obras, lo que provocaría la presencia inmediata de los agentes; en ese momento entraría en funcionamiento la segunda carga, compuesta de gran número de tuercas y tornillos, que actuarían a modo de metralla.

Como consecuencia de las declaraciones de estos dos individuos, se desencadenó una operación para la desarticulación del resto del “comando” que estaba compuesto, entre otros, por Izaskun Arrazola Mallona, que daba nombre a la célula etarra.

Las pesquisas que siguieron lograron determinar que algunos de los terroristas eran los autores de la colocación de bombas, el 29 de julio de ese año, en Salou, Sitges y, de forma dramática, en Madrid, con el trágico balance de siete muertes y un centenar de heridos.

Una de las autoras, la citada Izaskun contó a la Benemérita, con todo tipo de detalles, lo ocurrido: “El día 27, sobre las veinte horas y en el bar Vallés, sito en le calle Reyes Católicos de San Sebastián, acudí a una cita que me había puesto mi responsable en Francia, “Uriarte”; entré en contacto con un individuo que me tenía que acompañar a realizar dicha acción y al que ya conocía de vista, quiero decir con el que había coincidido en una reunión en Francia para tratar sobre el mismo tema, si bien en aquella ocasión ambos estábamos encapuchados”.

“En la reunión del Vallés, concretamos los pormenores del viaje a realizar el día siguiente, día 28, sábado, llegando al acuerdo de alquilar al día siguiente dos vehículos para realizar al viaje, yo en Hertz, y él, en Atesa. Él lo haría con DNI falso y transportaría los explosivos; y yo utilizaría mi DNI”.

Izaskun describió al sujeto: 1,65 de estatura, un poco grueso, castaño el pelo, normal, liso, usando gafas, al parecer para la vista, de 23 a 28 años y expresándose siempre en castellano.

“El sábado día 28, sobre las 8,30, me dirigí desde Cestona (su pueblo) hasta San Sebastián usando mi vehículo Dyane 6, llegando sobre las nueve a San Sebastián. Me dirigí a pie hasta la Plaza de Guipúzcoa, donde habla quedado citada con mi acompañante. Una vez juntos, fuimos a las empresas citadas, donde yo alquilé un Seat 124 color azul marino, matrícula de Madrid y con terminación en las letras DD. El otro, alquiló un Fort-Fiesta, color blanco, matricula de Madrid”.

“Posteriomente, me encaminé a la Parte Vieja, donde compré tres bolsas en dos comercios diferentes, mientras que mi acompañante compraba unas pilas y alguna cosa más que nos hacían falta para los explosivos. Quedamos a las cuatro en el Restop de Iciar, en la Autopista Bilbao-Behovia y desde allí iniciamos el viaje”.

“A la salida da Miranda de Ebro, mi acompañante fue interceptado por la Guardia Civil de Tráfico al haber cometido una infracción del Código de la Circulación, no llegando a ser denunciado”.

“Después de breves minutos, reanudamos la marcha, tomando la autopista en Pancorbo y llegando a Burgos sobre las 9,30 de lanoche, después de hacer una parada en la carretera debido a que al Seat 124 le subía la temperatura demasiado”.

“A la entrada de Aranda de Duero, nos desviamos por una circunvalación, por lo que tardamos unos cuarenta minutos de más, llegando a Madrid alrededor de la medianoche, dirigiéndonos directamente a la estación de Chamartín, que estaba cerrada”.

“A continuación, llamé por teléfono, desde una cabina, existente en la parte superior de dicha estación, para que “Uriarte” nos informara sobre la colocación de los explosivos, contestando que la operación seguía el curso previsto”.

"Después de aparcar los vehículos en el parking de la estación, nos dirigimos a pie a un bar sito en las inmediaciones, cerca de un hotel donde se jugaba al bingo, comiendo unos bocadillos”.

“Cogimos un taxi con el que fuimos a la Estación de Atocha, que también estaba cerrada y no abría hasta las 5,45”.

“Echamos a andar y, a la altura del Museo del Pardo, tomamos un taxi con el que nos dirigimos nuevamente a la Estación de Chamartín, donde cogimos el Seat 124 y fuimos al Aeropuerto de Barajas, resultando que dicho aeropuerto también se encontraba cerrado hasta las seis horas. Inspeccioné los servicios para comprobar si era posible la colocación de las bombas”.

“Decidimos regresar nuevamente a la Estación de Chamartín, donde dejamos el Seat 124 y cogimos el Ford Fiesta. Nos fuimos a las proximidades de la Plaza de Castilla donde, en el interior del vehículo, preparamos los explosivos, permaneciendo en el lugar lasta las 5,30. Después, nos encaminamos a la Estación de Atocha, donde llegamos en el instante que se abrían las instalaciones; fuimos a las consignas y, en concreto a la zona de, taquillas para los viajeros, abriendo una de ellas y colocando una de las cargas, poniendo el sistema para que hiciera explosión a las 13 horas, ya que se trataba de un sistema de relojería”.

“Con los dos vehículos, nos trasladamos a la Estación de Chamartín, donde realizamos la misma operación, dejando la carga preparada para hacer explosión a la citada hora”.

“Seguidamente, al aeropuerto de Barajas, donde llegamos sobre las 6,45, entregando la bolsa a un empleado de consigna. Desde una cabina que había enfrente de dos casas de alquiler de automóviles, llamé a “Uriarte” y le comunique que las bombas estaban colocadas: “irán trece a comer a tu casa”, lo que indicaba la hora a la que harían explosión, las trece. Después, emprendimos viaje de regreso a San Sebastián”.

Las bombas estallaron a esa hora en los lugares indicados, con el resultado de siete personas muertas y más de cien heridas. Los fallecidos fueron, en la Estación de Atocha, Jesús Emilio Pérez Palma; Juan Luna Azol, guardia civil retirado; Guadalupe Redondo Vian, ama de casa;Dionisio Rey Amez, policía nacional; y José Manuel Juan Boix, de 17 años, tras permanecer varios días hospitalizado. En el Aeropuerto de Barajas, José Manuel Amaya Pérez, submarinista. Y en la Estación de Chamartín, Dorothea Fertz, estudiante y turista alemana.

ETA pm había avisado, con sólo una hora de antelación, de que las bombas iban a explotar. No había tiempo material para reaccionar dados los lugares donde habían sido colocados los artefactos. La voluntad de matar estaba clara.

Dentro de la desgracia, la detención de una de las autoras de la masacre suponía un cierto alivio para las víctimas, ya que podría ser juzgada por los crímenes. Pues no.

El 21 de enero de 1980, Izaskun Arrazola, junto con otros dos etarras, lograron fugarse de la prisión de Martutene. Y lo hicieron armados con pistolas. ETA (p-m) difundió un comunicado para jactarse de su “éxito”, que denominó “operación Pinu”, por el nombre que los etarras daban a los funcionarios de prisiones.

La pregunta surge inmediatamente: ¿qué hacía Arrazola en una cárcel con medidas de seguridad cuando menos cuestionables y enclavada en el País Vasco?.

A este respecto, cabe recordar que los atentados de Madrid fueron cometidos, precisamente, para acercar a los reclusos desde el centro de Soria a otros de la comunidad vasca. Según las propias manifestaciones de los etarras, a las que ha tenido acceso LA RAZÓN.

Casualidades de la vida (o no). En agosto del año anterior, después de los atentados de Madrid, habían sido trasladados desde la cárcel de Soria a otras del País Vasco y Navarra 14 etarras. Según recogían los periódicos de la época, “todas las fuerzas políticas vascas calificaron de «muy positiva» la vuelta de los presos vascos a las cárceles de Euskadi”.

Crimen sin castigo y premio para los terroristas. La triste realidad para las víctimas. Y puede repetirse.