Estado de alarma
Un gobierno de ministros funcionarios
No parece lógico que el 95% de los ministros no supiera qué se había pactado con la izquierda abertzale hasta que leyeron los teletipos.
Empiezan los periódicos a hacer grandes reportajes sobre Angela Merkel y su legado en Europa. Sobre cómo consiguió hacer de Alemania el gran país que debe dar su visto bueno a cualquier cosa que se quiera llevar a cabo en las instituciones comunitarias y sobre cómo gobernó su propio país.
Sin embargo Merkel, en calidad política, pertenecía al banquillo de dirigentes de tercera línea después de Helmut Kohl. Lo que ocurre es que gana mucho en el contraste cuando se la compara con los líderes locales.
Muchos recuerdan a Tamayo, el tránsfuga del PSOE madrileño, pero pocos a su jefe de filas, Balbás. Su manera de hacer política no era pactar ideas o proyectos, le daba igual quien fuese el aliado en cada momento, lo único que le importaba era asegurar que en la suma final tenía un voto más que el adversario. Su último acuerdo no fue con ninguna familia socialista, sino con el PP madrileño.
Pedro Sánchez pertenecía a aquellos entornos de Balbás y aprendió cosas de él y del PSOE madrileño de aquella época, quizá sea por eso que prefiere hacer aritmética antes que jugar a política.
Después de los escarceos con Bildu y volver a hacer manitas con Arrimadas, ha vuelto a abrazarse con ERC. A Moncloa le da igual que sea una incongruencia o que esté acabando con la paciencia de los barones regionales, todo por un voto más.
Más que una legislatura Frankenstein, en la que cada miembro proviene de un cuerpo, se trata de la legislatura de la bolita, todos nos pasamos horas mirando a los cubiletes para acertar en cuál aparecerá el garbanzo debajo.
Cada día que pasa hay más gente convencida de que no hay una estructura de gobierno suficientemente solvente para evitar que el país naufrague con la crisis del Covid 19 y la recesión económica.
Sería inaceptable que cuando llegue el momento de usar los fondos de Bruselas para la reconstrucción, para saber su destino definitivo, hubiera que saber con quién va a pactar el gobierno, si lo hará con independentistas, con nacionalistas, con regionalistas, con Ciudadanos o con Podemos.
Lo que viene por delante requiere estabilidad y un pacto sólido con quien la puede proporcionar. La solución no es un gobierno de “gran coalición” que generaría más disfunciones que beneficios, sino un gobierno en solitario con el apoyo parlamentario del primer partido de la oposición.
Pero eso es más que improbable. Primero porque Sánchez no está en una estrategia de país, sino en cómo salvar su propio reinado cada día, segundo porque Pablo Casado es el dirigente más débil que se recuerda del PP y, en tercer lugar, porque los más cercanos y los núcleos duros de ambos líderes no están cumpliendo su función de asesoramiento desde hace mucho, solo se dedican a la adulación sin límite.
No parece lógico que el 95% de los ministros no supiera qué se había pactado con la izquierda abertzale hasta que leyeron los teletipos. Un ministro que aguanta eso es un funcionario.
✕
Accede a tu cuenta para comentar