Partido Popular

Doble rasero y cinismo perfecto

Fachada de la sede del Partido Popular en la calle Genova esta tarde.
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Si en el Partido Popular tuvieran algo de humor, o al menos algo de ambición por controlar su propia imagen, ya se habrían comprado –con dinero público: se trata de promocionar la cultura– una compañía de teatro «independiente», de esas del Off-Off-Lavapiés, que parodiara semanalmente las andanzas del gobierno social peronista y aledaños. (A los progresistas no les hace falta: ellos tienen el Teatro Español, la Comedia, el CDN, el Teatro Real, la Zarzuela y La Abadía, sólo para abrir boca). Personajes no le faltarían: desde el surfista Fernando Simón y sus tiburoncitos, a los «Aló Presidente» de Sánchez, pasando por los trabalenguas de la ministra portavoz o las elevadísimas poses indignadas de «tragédienne» –al nivel de sus queridos Pixie y Dixie– de Carmen Calvo. El último, es decir el penúltimo sketch, está hecho. Lo protagonizarían a medias Gabriel Rufián, Echenique y Adriana Lastra. Y el tema (dejamos la caracterización de cada personaje a la imaginación del lector, que la tendrá de sobra) también viene dado: el de la corrupción del Partido Popular.

En el mismo día, los mismos personajes han lanzado una nueva cacería contra el PP, llegando incluso a sugerir una posible ilegalización mientras defienden el virginal comportamiento de Podemos, al nivel de «solo sí es sí». De lo primero se encarga Rufián, sabiendo como sabe que su papel siempre es ir un poco más allá de lo meramente necesario y dibujar el marco –y la trampa– en la que, con un poco de suerte, caerán sus adversarios. Lastra, en cambio –junto con Echenique, siempre más árido– amenaza con una comisión de investigación, mientras defiende con apasionamiento la perfecta inocencia del mismo socio de gobierno que acaba de anunciar que el presidente del Gobierno –del mismo partido de Lastra– le ha pedido perdón.

El PP siempre tiene la misma utilidad. Ya la tuvo para la moción de censura y la investidura de Sánchez. Es el que recibe las acometidas de unos socios que ya han superado la fase de consolidar su amistad gracias a un adversario común, y están ahorra en la de divertirse a costa de este. No hay el menor disimulo en el descaro, ni la menor voluntad de hacer como que no se hace lo que se está haciendo. De una tacada, se insinúa una posible comisión para investigar hechos ocurridos en 2013 y presuntamente por personas que ya no son del PP, y se niega la posibilidad de tratar otros más recientes protagonizados, siempre presuntamente, por dirigentes de Podemos que hoy están en el poder.

Es exactamente lo que se llamó «regeneración» y «ejemplaridad». Los términos venían a decir lo mismo: «Voy a por ti». Y lo que era una pura y simple estrategia de ataque –asumida como si fuera suya por todas las fuerzas políticas–, se ha convertido ahora en una actitud. El descaro da la medida de lo conseguido: ni más ni menos que el Gobierno de España. Permite además disimular muchas cosas. Por ejemplo, las propias corrupciones: las pasadas o las presuntas, como es el caso. Desvía la atención de los más distraídos. Alimenta las redes sociales. Y proporciona argumentos a los ya convencidos, que pueden desfallecer en su aplauso en vista de lo que está ocurriendo. También van consolidando, con gestos de complicidad y comprensión mutua, la próxima mayoría presupuestaria. Y colocan al otro partido de la regeneración, el muy capitidisminuido Ciudadanos, en una situación incómoda, difícil de explicar ante los suyos y ante sí mismos. Bien es verdad que el éxito de la representación de los social peronistas estriba en que nadie es capaz –en el terreno político, se entiende– de deshacer la escenografía. Pero no es tan difícil como parece.