Pedro Sánchez

Ecos de 180 escaños

PSOE y Ciudadanos miden sus fuerzas en el poder territorial en un ejercicio de geometría variable de imprevisibles consecuencias

Explora Paul Auster en su novela 4,3,2,1 los límites del azar. El modo en que un acontecimiento puede cambiar el devenir de una persona, ese punto en el que se toma un camino y no otro y que, a veces, puede suceder sin la suficiente consciencia sobre la trascendencia del momento o de lo que pueda desencadenar. Pero las cosas ya serán distintas a partir de entonces. Si repasamos lo mucho que ha ocurrido esta semana en la política española podemos pensar que nos encontramos ante una de esas ocasiones. Determinantes, decisivas y que marcarán el futuro. Puede ser. Pero también es posible que el instante crucial que marcó lo que vendría, en que se eligió un camino y no otro, sucediera antes. En concreto, hace dos años. Las elecciones del 28 de abril de 2019 dejaron un resultado que, aparentemente, dibujaba una España gobernable y un Congreso capaz de aprobar leyes sin recurrir a acuerdos funambulistas en cada votación. Los 123 diputados del PSOE y los 57 de Ciudadanos, una cómoda mayoría absoluta de 180 escaños, parecían anunciar cuatro años de estabilidad para sacar adelante las reformas que España necesitaba (con acuerdos y pactos, eso sí, ya que las mayorías absolutas monocolor de otros tiempos quedaban atrás). Lo que sucedió entonces lo conocen ya todos ustedes: Pedro Sánchez y Albert Rivera no llegaron a ningún acuerdo, no había más combinaciones posibles para formar gobierno, fuimos de nuevo a elecciones en noviembre y el resto de la historia, la del Ejecutivo de coalición que salió de aquellas urnas, esa, también la conocen.

Operación de calado

Los movimientos tectónicos de esta semana, que sacuden el reparto de fuerzas políticas tal y como habían quedado tras los distintos comicios (generales, autonómicos y locales), nos retrotraen, en cierto sentido, a aquel otro escenario. Antes de que los vetos y los «no es no» (aunque estos ya venían de más atrás) se impusieran sin paliativos y fijaran la actividad política en dos férreos bloques, casi impermeables. Las posturas se radicalizaron, la tensión creció y los partidos se movieron incluso de sus planteamientos ideológicos fundacionales. Ese fue el caso de Ciudadanos que abandonó ese espacio político tradicional de los partidos liberales que les permite pactar a un lado y a otro del arco parlamentario. Esto sucedió en el ámbito nacional (el más tensionado), porque en otros niveles las formaciones sí flexibilizaron su capacidad de acuerdo con fórmulas que resultaron (y resultan) exitosas, como en el Ayuntamiento de Madrid, donde PP (José Luis Martínez Almeida) y Cs (Begoña Villacís) gobiernan sin atisbo de crisis. O en Andalucía, donde repiten fórmula, sin que los seísmos de Murcia, Madrid o Castilla y León parezcan afectarles. Pese a la insistencia de Inés Arrimadas en desligar la moción de censura de Murcia de cualquier otra operación de mayor calado y que pudiera tener dimensiones nacionales, lo cierto es que resulta inevitable realizar una lectura global del giro que se está intentando. Y este cambio desencadena unas consecuencias imprevisibles en distintos niveles: uno interno, para el propio Ciudadanos, y otro externo, sobre la relación entre los distintos partidos, incluyendo a los que forman el Gobierno.

Los de Arrimadas se enfrentan ahora a uno de los momentos más críticos desde su fundación: el de volver a la ideología liberal que marcó sus orígenes (en repetidas ocasiones sus fundadores han lamentado la deriva de los últimos años de Rivera que aspiró a mimetizarse con el PP) o el de mantenerse en ese espacio central, cada vez más estrecho, que lo aboca a la desaparición por la expansión de los partidos que le rodean. Y este dilema existencial aboca a una guerra civil en un partido diezmado en las urnas y que acaba de perder, además, parte del poder territorial que le sostenía y le permitía seguir en la partida para aspirar a la recuperación electoral. Las tensiones internas a las que se enfrentan ahora pueden resultar devastadoras y aumentar las posibilidades de estampida de sus cargos hacia otras siglas.

La «vía centrista»

Este acercamiento de Ciudadanos al PSOE (o del PSOE a Ciudadanos), en un ejercicio de la famosa geometría variable, no es algo nuevo. Durante las muchas negociaciones para las prórrogas del estado de alarma en el primer confinamiento, el apoyo de los de Arrimadas a Sánchez en algunas votaciones ya provocó los movimientos de Pablo Iglesias, que veía tambalearse su capacidad de control sobre el Ejecutivo. Entonces, el líder de Podemos ya maniobró para reforzar su alianza con Bildu y ERC, y estos posicionamientos podrían replicarse ahora en caso de que vean peligrar sus asientos en el Consejo de Ministros. De manera que se complicaría aún más la alambicada y densa red de equilibrios que sostienen La Moncloa.

Hasta ahora, los socialistas habían jugado con la flexibilidad política de recurrir a la «vía centrista», a la aspiración de aproximarse a posiciones más moderadas, en caso de choque con sus socios: esos diez escaños en el Congreso como válvula de escape para negociar o sacar adelante proyectos. Pero la inestabilidad a la que se enfrenta el partido de Arrimadas (con la sombra de la división interna siempre presente) y la inminencia de la cita electoral en Madrid amenazan ese espacio al que el PSOE podía acogerse. El (arriesgado) giro político que se ha desencadenado redistribuirá el tablero político y constituye uno de esos momentos clave en los que se decide el futuro (como ya ocurrió cuando sumaban 180 escaños). Ahora, con una pregunta en el aire: ¿Cuál será el futuro de Ciudadanos?