Inmigración
El Bidasoa, la última trampa mortal para los inmigrantes antes de llegar a Europa
Al menos siete personas han perdido la vida intentando cruzar la frontera entre Francia y España en los últimos seis meses
Una vez atravesada la inmensidad del océano Atlántico a bordo de precarias embarcaciones de madera hasta las Islas Canarias, el río Bidasoa parece un remanso de paz. Nada más lejos de la realidad. Es la última frontera que separa a miles de inmigrantes de su sueño europeo y en los últimos meses se ha convertido en una trampa mortal porque el goteo de ahogados intentando cruzar a nado a Francia no cesa.
Se trata de un fenómeno que se ha popularizado a raíz del endurecimiento de la vigilancia y los controles por parte de las autoridades francesas, primero justificados por la lucha contra el terrorismo y luego por la pandemia. De hecho, según el Ministerio de Interior de los 16 pasos fronterizos que el país galo tenía cerrados con España en los Pirineos, actualmente continúan cerrados 10 de ellos. Son, precisamente, estos férreos controles los que empujan a los irregulares a tratar de cruzar el río Bidasoa a nado. Unos pocos metros separan Irún (la orilla vasca) de Hendaya (la orilla francesa), tan solo unos 50. De ahí que quienes llegan hasta el norte de España tras un periplo que dura años se echen a sus aguas pese a los fuertes torbellinos y corrientes que caracterizan a su cauce. Se lanzan al agua aún sabiendo que su vida corre peligro.
Hasta siete inmigrantes han muerto en los últimos seis meses. En el mes de abril se encontró un cadáver de un joven de 21 años de origen eritreo que, según los medios locales, se habría suicidado tras haber intentado sin éxito superar la frontera para continuar su periplo europeo. Tan solo un mes después, los servicios de emergencia del Gobierno vasco confirmaron el fallecimiento de una persona en aguas del río Bidasoa a la altura del polideportivo de Azken Portu. El hombre, de 29 años, no logró alcanzar la orilla. Procedente de Costa de Marfil, fue identificado Yaya Karamoko y había llegado a Irún desde Canarias, vía Granada y Madrid. A principios de agostó se halló el cuerpo sin vida de Abdoulaye Koulibaly, un joven de Guinea Conakry de 18 años que murió en las mismas circunstancias. Ya en el mes de octubre, otro trágico suceso ponía el foco en la problemática de los inmigrantes para cruzar la fronteras. Tres personas murieron y otro cuarto resultó herido tras ser arrollado por un tren. La principal hipótesis, confirmada por el superviviente, es que emprendieron ruta hacia el norte por el ferrocarril, cuando en un momento de la noche se tumbaron exhaustos junto a las vías, con el posterior trágico desenlace. Hace tan solo unas semanas, a finales de noviembre, el cuerpo de otro varón de origen subsahariano fue hallado por una persona que practicaba deporte en aguas del Bidasoa.
No en vano, aunque todavía queda el mes de diciembre, el año en curso ya se ha convertido en el año con mayor flujo migratorio en Irún. Así se desprende del número de personas que han pasado por los distintos recursos para migrantes en tránsito del Gobierno Vasco que han sobrepasado ya las 6.000 durante los diez primeros meses. En 2020, pese a la pandemia, fueron atendidas 3.500 personas en estos recursos, mientras que en 2019, la cifra se situó en las 4.500 personas y en 2018 fueron unos 5.800 migrantes.
Según describe a LA RAZÓN Nahia Díaz de Corcuera, responsable autonómica de programas de asilo y atención humanitaria, los inmigrantes que llegan hasta el recurso de Hilanderas de Irún, gestionado por Cruz Roja, “están de paso”. La inmensa mayoría quieren continuar hacia Europa a través de Francia. “Este recurso está dirigido a estancias de tiempo cortas, restablecimiento y contacto con redes”, asegura en una conversación telefónica. A grandes rasgos, según explica, en las Hilanderas buscan “aseo, una red Wifi y poder cargar el teléfono” para así poder contactar con sus familias o con los pasadores que trafican con ciudadanos en situación irregular que querían cruzar la frontera.
En este sentido, las personas que llegan hasta este recurso permanecen entre unas horas o tres días de media, según reconoce Nahia. Respecto a su perfil, desde Cruz Roja aseguran que son principalmente varones, aunque aclaran que este año se ha apreciado un aumento de llegadas de mujeres, en comparación con años anteriores. Además, explica que la mayoría llega de países subsaharianos como Costa de Marfil, Mali o Guinea Conakry, es decir, el perfil de las personas que están llegando a nuestras costas, especialmente a las Islas Canarias.
Tal es el drama y la preocupación ante la situación que los alcaldes de Irún, Hondarribia y Hendaya volvieron a solicitar a las autoridades competentes de los dos Estados que sean sensibles a esta situación transfronteriza y que se den los pasos necesarios para posibilitar su resolución. Ya en el mes de marzo mostraron su angustia ante la vuelta de los controles fronterizos fijos y ante la situación que se estaba generando en torno al paso de la población migrante por el Bidasoa. Una petición que desoyeron las autoridades competentes. En este nuevo escrito, los tres regidores asegura que en la zona hay “un flujo constante de población subsahariana” que ante el endurecimiento del control de la frontera y la imposibilidad de continuar su ruta hacia Europa “se han visto abocadas a permanecer en las instalaciones habilitadas de manera urgente en Irún y Hondarribia”. Según lamentan, estas personas “no desisten en su objetivo de continuar su ruta y buscan alternativas que les llevan a jugarse la vida, y en ocasiones, lamentablemente, a perderla”.
También desde Irungo Harrera Sare, una organización que asesora a los migrantes que llegan hasta Irún, llevan meses denunciando la situación. En el mes de noviembre, tras el último ahogamiento denunciaron, a través de las redes sociales y mediante concentraciones “que se estaban dando las condiciones para empujar a las personas migrantes a asumir riesgos innecesarios en su viaje migratorio hacia el norte de Europa”. En su opinión, “por un lado, el cierre de fronteras cada vez más riguroso en esta frontera, y por otro lado, la insuficiente acogida de las personas en tránsito que arriban a la ciudad” explicarían lo que está sucediendo. “Están jugando con las vidas de estas personas, contribuyendo a que dentro de su desesperación por llegar a Francia y viendo su orilla a cien metros se arriesguen a pasarlo a nado ante la perspectiva de tener que dormir en la calle”, denuncian.
Precisamente, el titular de Interior, Fernando Grande-Marlaska, explicó esta semana en sede parlamentaria que desde el mes de agosto la Guardia Civil estableció en la zona un dispositivo especial de vigilancia que implica el despliegue del servicio marítimo provincial, de patrullas reforzadas y reconocimientos esporádicos de la unidad aérea. Asimismo, subrayó que se han intensificado los contactos con las fuerzas de seguridad francesas para luchar contra las redes que trafican con inmigrantes. De hecho, esta misma semana fue detenido uno de los “pasadores” más activos en la zona cuando transportaba a cuatro mujeres subsaharianas en situación irregular. Llevaba 10.000 euros provenientes, seguramente, de los pagos realizados por las víctimas de esta actividad ilícita. No es la primera vez que el río Bidasoa se convierte en una trampa mortal. Ya en la década de los 70 fue la tumba de cientos de portugueses que huían del régimen de Salazar y murieron ahogados en su intento de recuperar la libertad. La historia se repite cincuenta años después.
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