El personaje

Paz Esteban: La discreta cabeza de turco

La directora del CNI insistió en el amparo legal del espionaje a los catalanes, porfió con firmeza con los portavoces y atribuyó cualquier otra actuación a medios extranjeros u otros servicios del Estado

Paz Esteban cni
Paz Esteban cniPlatónIlustración

Muy a su pesar está en el ojo del huracán. Hasta ahora casi nada se sabía de ella, pero el escándalo del caso Pegasus, el espionaje a líderes independentistas catalanes y la infección de los dispositivos móviles del presidente del Gobierno y la ministra de Defensa han colocado a Paz Esteban López, primera mujer en dirigir el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), en primera fila de una tormenta política y mediática que refleja la fragilidad de un Gobierno a grietas, el descrédito de las Instituciones y la furia de los socios de Sánchez.

Cuarenta años de servicio como funcionaria del Centro avalan la trayectoria de esta mujer discreta, hermética y sigilosa quien, según fuentes del CNI, aguanta ser el chivo expiatorio, auténtica cabeza de turco, de una crisis sin precedente que salpica al Estado. La directora de la inteligencia española llegó al Congreso con diez carpetas idénticas y las entregó a cada uno de los diputados de la Comisión de Secretos Oficiales que, en palabras de un veterano parlamentario, sería mejor llamar de Secretos Revelados. Nadie de los presentes guarda la confidencialidad exigida por la ley, todos largan a la salida.

La directora dio a los diputados unos veinte minutos para que revisaran la documentación que contenía las autorizaciones judiciales individualizadas, motivadas y firmadas por el Tribunal Supremo que permitieron al CNI espiar al entonces vicepresidente de La Generalitat, Pere Aragonés, y otras diecisiete personas ligadas al independentismo catalán, pero se desvinculó de los otros sesenta y tres presuntos espionajes incluidos en Pegasus. Todo ello desató una guerra con La Moncloa: «El gobierno no sabe, ni puede, ni debe saber las escuchas que pueda llevar a cabo el CNI», zanjaron de inmediato en el gabinete presidencial ante la confirmación de Paz Esteban de haber espiado a Aragonés con autorización judicial. Las reacciones fueron también muy airadas y, como estaba previsto, la comparecencia no calmó la furia de los separatistas, bilduetarrass y los socios comunistas del gobierno. «Hemos salido peor que hemos entrado», clamaban ante los periodistas Gabriel Rufián, Pablo Echenique y la filoetarra Mertxe Aizpurúa.

Durante cuatro horas la directora del CNI insistió en el amparo siempre conforme a Derecho del espionaje a los catalanes, porfió con firmeza con los portavoces y atribuyó cualquier otra actuación a medios extranjeros u otros servicios del Estado. Todo fue inútil, los grupos inquisidores arreciaban en su enojo y exigencias de responsabilidades políticas. Todos ellos exigen rodar cabezas aunque, por el momento, la de Paz Esteban, la que más parece estar en la cuerda floja, se mantiene en su puesto. El pasado lunes, durante la masiva recepción del Dos de Mayo, Fiesta de la Comunidad de Madrid, en la Real Casa de Correos, varios magistrados asistentes admitían el profundo malestar en el seno del CNI y el Tribunal Supremo, y así se lo dijeron al ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, invitado a la recepción.

Entre los políticos era unánime el descontento por permitir la entrada en la Comisión de Secretos Oficiales a quienes buscan dinamitar el Estado. Por ello, la comparecencia de Paz Esteban fue infructuosa ya que, dijera lo que dijera, no satisface el permanente chantaje de los socios del gobierno. La directora de la inteligencia intentó sin éxito defender la ley, algo estéril frente a quienes no buscan la verdad de los hechos, sino el desgaste políticos e institucional. Como bien dijo el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, que conversó con Bolaños durante el acto en Sol: «Un gran error de fondo y una casualidad política no menor». La indignación en sectores judiciales y el CNI es enorme, y la directora fue acogida con aplausos en la sede del Centro el pasado viernes, fecha de su veinte aniversario, mientras recordaban a los heroicos funcionarios que dejaron su vida en operaciones especiales contra el terrorismo.

Paz Esteban López nació en Madrid, licenciada en Filosofía y Letras es experta en historia antigua y medieval. Opositó a funcionaria de Archivos y Bibliotecas, pero el destino quiso que un pariente de su padre la propusiera para un puesto en el entonces llamado Centro Superior de Información de la Defensa (CESID), bajo el mandato del general Emilio Alonso Manglano. Allí se especializó en inteligencia exterior y yihadismo, elaborando informes sobre los atentados del 11-S y el 11-M.

El director del CNI, general Félix Sanz Roldán, la nombró jefa de su Gabinete Técnico, después llegó a Secretaria General y cuando en 2019 finalizó el segundo mandato de Sanz Roldán asumió la dirección interina durante siete meses, ya que entonces el gobierno de la Nación se encontraba en funciones, hasta que en febrero de 2020 fue confirmada como Directora del CNI, primera mujer en ostentar el cargo. Todos cuantos la conocen destacan su discreción, rigor en los análisis y vocación de servicio. En su comparecencia en el Congreso sorteó estoicamente los ataques de los independentistas catalanes, Unidas Podemos y EH-Bildu. Avaló todas sus afirmaciones con autorizaciones judiciales y negó que hubiera «elementos descontrolados» dentro del organismo sin su conocimiento. Pese a la presión de los portavoces se ciñó al guion establecido.

El pasado viernes se cumplieron veinte años del CESID, hoy CNI, y dada la grave crisis se suspendió el previsto acto oficial y solemne. En su lugar, otro más sencillo y emotivo, en el que Paz Esteban fue acogida con un largo y unánime aplauso de sus compañeros. Una efeméride de carácter interno para recordar a los miembros caídos en el ejercicio de su misión. Según fuentes del Centro, todos destacaron el orgullo de pertenecer a esta Institución del Estado ahora en entredicho por el espionaje, y el pesar de ver a un gobierno humillado a los pies de los separatistas catalanes. Aun así, su vocación de servicio público sigue intacta.