Cara a cara en el Senado
Feijóo salva su perfil estadista bajo el ataque feroz de Sánchez
El presidente hace de oposición, rechaza la oferta de pacto de legislatura y avisa de que hay que prepararse «para lo peor»
Pedro Sánchez abusó ayer de los márgenes que le facilitaba el Reglamento del Senado para golpear con saña al líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, en un debate que, en teoría, tenía como objetivo las medidas de ahorro energético y la crisis económica, pero que el presidente convirtió en un ataque feroz contra el político gallego. Feijóo, como el resto de los grupos, solo disponía de quince minutos para su turno de palabra, y Sánchez exprimió su capacidad de intervenir sin límite de tiempo para desahogarse, primero, en la loa generosa a su gestión, y, después, en el ataque a Feijóo.
El discurso del jefe del Ejecutivo no se diferenció de lo que se le viene escuchando en el Congreso, salvo en la intensidad del barro que lanzó contra el líder de oposición. La obsesión de Moncloa es echar tierra sobre esa imagen que se ha construido Feijóo en su trayectoria política y que le vincula con la idea de un buen gestor, de perfil moderado y constructivo. En ello empleó toda su artillería Sánchez sin conseguir que Feijóo bajara al fango. Sin obviar la crítica, la respuesta del líder del PP fue volver a tenderle la mano para un pacto de legislatura, para que rompa con Bildu y ERC, cese a los ministros que no ha nombrado (Podemos), y afronten juntos la crisis. Sánchez lo rechazó, aunque al mismo tiempo avisó de que hay que prepararse para lo peor. Por cierto, el presidente anunció que aplicará el tope ibérico a las plantas de cogeneración de gas: el PP se felicitó de que esa medida, al igual que la rebaja del IVA sobre la factura del gas y la luz, ya fue planteada por ellos y ha sido copiada ahora por el Ejecutivo. Fue el único anuncio de Sánchez en el Pleno del Senado.
Las encuestas que manejan en Moncloa son todavía más sombrías que algunas de las que se están conociendo estos días y, a la desesperada, la salvación que busca el presidente del Gobierno es sostener el apoyo popular sobre la base del escudo social y su liderazgo europeo, del que sacó pecho en la Cámara Alta hasta el punto de describirse como un referente en la UE al que copian en sus medidas otros gobiernos comunitarios. Por cierto, y la culpa de todo es de Vladímir Putin, presidente de Rusia. «Hay que prepararse para lo peor, el corte total de gas de Rusia», apostilló desde la tribuna.
El debate era una trampa por el formato y por eso Sánchez rectificó su «no» inicial y acabó aceptando la propuesta del líder popular. De hecho, en el PP eran conscientes de que había sido un movimiento en clave política bastante arriesgado, en el que tenían poco que ganar, pero, a pesar de todo, Feijóo superó la prueba con una estrategia simple, no entrar en las provocaciones y centrarse solo en la economía.
En lo sustancial este cara a cara ha sido el pistoletazo de salida para un nuevo curso electoral y retrata los ejes sobre los que Sánchez y Feijóo van a plantear su pulso. El presidente depende de que sea capaz de que los españoles le «compren» el análisis sin autocrítica que ayer realizó en el Senado, cosa que hasta hoy desmienten las encuestas. Y de que los españoles entiendan también que pese a que vienen malas, prima por encima de todo lo demás su mayoría de investidura. «Busque ayuda en el PP, no seremos socios parlamentarios permanentes, pero siempre seremos aliados de nuestro país», le pidió Feijóo en sus poco más de 17 minutos de intervención, y después de una hora de discurso reivindicativo y complaciente de Sánchez. En su dúplica, y tras casi otra hora de discurso de Sánchez sin más contenido que el ataque a Feijóo, este volvió a mostrarse dispuesto a negociar con el Gobierno el plan de la energía que debe aprobar España y remitir a Bruselas en septiembre. «Si rectifica me tendrá a su lado, pero su intervención no es propia de un presidente. Para hacer oposición solo tiene que esperar a las próximas elecciones».
Fue un choque de trenes, en el que el presidente del Gobierno se revolvió del desgaste que reflejan los sondeos, pero sin que en el balance final quede ninguna aportación constructiva para afrontar «lo peor» fuera de atrincherarse en ese escudo que consiste en demonizar a los poderosos, a los grupos de poder y a los medios de comunicación que le critican. A lo Pablo Iglesias, Sánchez quiere reinventarse en esta recta final de la legislatura como el vengador de las clases obreras frente a los empresarios y poderosos en los que se apoyó para sortear la crisis de la pandemia. Y con la Prensa también en la diana. Tan simple como el eslogan de corte populista de que hay una conspiración en la que son poderes fácticos, y no el rechazo de los ciudadanos, los que pueden sacarle de La Moncloa.
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