Análisis
El peligro de los “leones del mañana”
Las personas que han estado vinculadas al Estado Islámico y vuelven a sus países de origen constituyen un problema para la seguridad nacional
Las personas que han estado vinculadas de alguna manera, directamente o por vía familiar, al Estado Islámico (Isis, Daesh) y vuelven a sus países de origen constituyen un problema para la seguridad nacional. En el caso de los que combatieron en primera línea, por razones obvias. Y, en el de sus familiares, esposas e hijos, por el adoctrinamiento a que fueron sometidos durante su estancia, primero en el “califato” de Siria e Irak y, posteriormente, en los campos de refugiados a donde fueron a parar, una vez derrotado el Isis por la Coalición Internacional en 2019, tras la conquista del último enclave, en Baguz.
Dicha derrota no supuso, como ha quedado demostrado, que la banda yihadista haya desaparecido –siguen los atentados en, al menos, 20 países--ni las estrategias de adoctrinamiento, en la que las madres han jugado un papel fundamental sobre sus hijos, una vez desaparecidas las escuelas que tenía el “califato”, por las que llegaron a pasar hasta 100.000 menores y adolescentes. Allí, no sólo se les enseñaba el islam en su interpretación más rigorista, la “sharia”, sino técnicas de combate.
Estas “enseñanzas”, según expertos antiterroristas, han continuado en los campos de refugiados y han sido algunas madres las que han jugado un papel fundamental en ello. Sin que esta afirmación suponga ninguna acusación directa contra las dos españolas retornadas esta semana, a las que se acusa de otros presuntos delitos conexos con el terrorismo.
A algunos les ha sorprendido la decisión del juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz de enviar a la cárcel a esas dos mujeres. En el auto del magistrado quedan claras las razones por su vinculación con una célula yihadista que pretendía cometer atentados en España. Y su integración en Daesh ya en Siria, dentro de los objetivos generales de esta organización criminal.
Uno de los asuntos relevantes que se plantean con los retornados es el de los menores y adolescentes que vienen con ellos. El Estado Islámico, y no porque lo digan los expertos, sino porque así lo definió la propia banda yihadista, es que estas personas debían ser formadas para ser en el futuro nuevos “moujahidines” (combatientes). En el caso de los hijos de los FTF (terroristas extranjeros que se unieron a Daesh), para que pudieran formar “células durmientes” en sus países de origen con el fin de cometer atentados sobre el terreno.
El sistema educativo del Estado Islámico cuando tenía su “califato”, y que ha continuado en los campos de refugiados, no se limitaba a la enseñanza de la Sharia (el Islam en su versión más rigorista) sino también el odio hacia a los “infieles”, a los que había que exterminar.
El propio Estado Islámico lo explicó en sus boletines internos. Bajo el título de «Los leones del mañana», anunciaba que tenían en marcha «institutos» para formar a los jóvenes militar y religiosamente. «A medida que el Estado Islámico continua su marcha contra las fuerzas de la incredulidad, existe una nueva generación esperando con impaciencia el día en que ella sea llamada a tomar la bandera de Imán». Agregaba que los adolescentes son adoctrinados bajo la “sharia” (…) con el fin de que combatan a los cruzados (cristianos) y sus aliados en defensa del Islam y elevar en alto la palabra de Dios en toda la tierra».
Daesh decía que había fundado institutos para formar a estos «cachorros de león», entrenarlos y perfeccionar sus habilidades militares. Y, por ello, los cabecillas de la banda diseñaron una estrategia, dentro de su concepción de un califato que aspiraba a abarcar con el tiempo a todo el mundo, que permitiera la continuidad de la organización. Contaban, sobre todo desde finales de 2015, o quizás antes, con que la victoria con la que soñaban no era tan sencilla y que podían ser derrotados militarmente, como ocurrió unos años después.
Por ello, tenían que dar continuidad a la organización: mediante una guerra de guerrillas, como la que desarrollan ahora y situando en el mayor número de naciones a niños y adolescentes, con una formación básica ideológica y “militar” para que, llegado el momento, pasaran a la acción.
Con estos datos se puede explicar lo que algunos interpretan como cerrazón de algunos países para repatriar a sus nacionales, sobre todo mujeres con sus hijos, algunos de ellos ya adolescentes. Las razones parecen claras: constituyen un peligro potencial, dada la formación que han recibido y que sus madres, en muchos casos, se ocupan de retroalimentar para que no olviden las consignas recibidas.
Todo un sistema concebido para que los que están en edades muy vulnerables asuman que esa es la única forma de vida y que cortar el cuello o pegar un tiro en la cabeza a una persona era algo de lo más normal.
Se puede citar el caso de Francia, que ha repatriado a un número bastante superior al centenar de menores. Desde la llegada al aeropuerto, son separados de sus padres y psicólogos trabajan con ellos con la intención de reinsertarlos cuanto antes. El programa parece que funciona con los menores, aunque el interrogante es qué será de ellos cuando sean adolescentes.
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