50 años del atentado
El asesinato de Carrero bunkerizó el franquismo
Medio siglo después, los herederos de ETA son socios del gobierno de España, encabezado por los socialistas con la ayuda de los comunistas
Al viejo caserón de «Informaciones» en la calle San Roque, de Madrid, nos llegó muy de mañana la noticia de una fuerte explosión en la calle Claudio Coello. En principio creímos que se trataba de un escape de gas. Había que acudir a ver que había pasado, y es lo que hice. Fui uno de los primeros en llegar al lugar aquella mañana fría de diciembre. Me tocó ser testigo directo. El gran socavón en medio de la calle frente a la casa de los jesuitas impresionaba. Empezó a llegar gente. Había un gran desconcierto. Contemplando el gran cráter nos preguntábamos unos a otros qué había pasado. Pero no tardó mucho en correrse la voz de que había sido un atentado contra el almirante Carrero Blanco, presidente del Gobierno. Tenía 72 años. Su coche, un Dodge 3700 GT, de 1800 kilos de peso, impulsado por la fuerza de la explosión, había volado hasta quedar empotrado dentro del edificio, en cuya iglesia había oído misa como todas las mañanas.
«Informaciones», diario vespertino, salió a la calle esa tarde con la noticia destacada en la portada, pero sin datos sobre los autores del atentado. El diario «Pueblo» daba al día siguiente, en su última página, un interesante descubrimiento de su equipo de reporteros, que habían accedido al sótano de la finca número 104 de la calle del crimen: «Se trata de una habitación de unos tres metros y medio de anchura por ocho o diez de longitud, perpendicular a la fachada. Tiene una sola puerta y una ventana tragaluz a la calle. A la izquierda, según se entra, un par de camastros desvencijados, además de una cocina con cuatro fuegos (…). En línea con la ventana, el agujero del túnel que sirvió para depositar el paquete de explosivos». Es el «Ya» el primero que, el día 23, anuncia en portada: «Los asesinos del presidente son de la ETA». Hasta entonces el territorio de actuación de la banda terrorista se reducía al País Vasco. No había previsión de atentados en Madrid. Eso explica, en parte, las escasas medidas de seguridad que rodeaban al almirante Carrero, un hombre con fama de tranquilo y sin ansia de riqueza. En el hospital, de sus bolsillos sólo sacaron unas monedas y un rosario.
Andando el tiempo se ha sabido que los etarras tenían previsto actuar dos días antes. Lo aplazaron por la presencia de Henry Kissinger en Madrid y la cercanía de la Embajada Americana del lugar del atentado. La coincidencia de la visita del poderoso Secretario de Estado norteamericano, recientemente fallecido a los cien años, con la muerte de Carrero dio pie a infundadas especulaciones sobre complicidades internacionales en este asesinato que sucede con un Franco senil y un aumento de la incertidumbre sobre el futuro inmediato del régimen.
El día 19 de diciembre, víspera de su trágica muerte, Luis Carrero Blanco recibía a Kissinger a las 10 de la mañana en su despacho de la Presidencia del Gobierno, en Castellana, 3. El influyente político norteamericano pudo comprobar, al entrar en el despacho de Carrero, que la estructura material y de medios del poder franquista era más pobre y débil de lo que podía imaginarse. Lo cuenta años después Manuel Ortiz, jefe del gabinete de Adolfo Suárez: «Apenas funcionaban los teléfonos; el gabinete telegráfico –lo mejor con diferencia–carecía de personal indispensable, y fantasmales, provectos y dignísimos conserjes circulaban silentes sobre las espesas alfombras, apagando una luz tras otra cuando el presidente salía de su despacho». Carrero Blanco tenía, como digo, ganada fama de hombre austero, profundamente católico, militante anticomunista y de honda vocación marinera. Lo de la Marina es una tradición familiar transmitida de padres a hijos.
En un momento de la conversación, según cuenta López Rodó, ministro de Asuntos Exteriores, presente en la misma, Carrero se levantó de la butaca, junto al sofá en que se sentaba Kissinger, y tomó un bloc de notas que tenía sobre su mesa de trabajo. Después dibujó un mapa. El almirante dibujaba muy bien. Dibujaba a lápiz –en negro, azul y rojo– en hojas del bloc del Consejo de Ministros. Con el mapa delante, le expuso al secretario de Estado norteamericano los diversos tipos de guerra subversiva. Esta era, a su juicio, «la más peligrosa y de mayor actualidad». Más que la guerra nuclear. No habían pasado veinticuatro horas de pronunciar estas palabras, cuando Carrero Blanco caía víctima de un atentado terrorista.
El ultraderechista Blas Piñar proclamaría días después en un acto político multitudinario en un edificio de la calle Núñez de Balboa, de Madrid, que se conocería como el «piñarazo»: «El crimen de la calle Claudio Coello fue urdido y planeado para destruir la obra de 1936». En contra de esa interpretación precipitada, la criminal voladura de Carrero no fue precisamente una aportación de ETA al futuro democrático de España. El almirante no era el sucesor de Franco. El sucesor previsto y dispuesto por él era el Rey –entonces Príncipe Juan Carlos–, que a su vez tenía el firme propósito de cambiar el régimen e instaurar la democracia. Carrero, en los seis meses que duró su mandato, de junio a diciembre, demostró en todo momento su lealtad al Príncipe de España, al que le había asegurado que, en caso de ser presidente del Gobierno cuando muriera Franco, le presentaría inmediatamente su dimisión para que pudiese actuar con plena libertad. Cosa que no ocurrió con Carlos Arias Navarro. ETA hizo todo lo posible, incrementando los atentados durante la Transición y el período constituyente, y provocando a los militares, para que descarrilara el tren de la democracia. El terrorismo y el golpismo se retroalimentaban. Fueron la gran pesadilla en la transición a la democracia.
El nombramiento de Arias Navarro como sucesor de Carrero Blanco sorprendió. Era, cuando el atentado, ministro de la Gobernación, responsable directo de los servicios de seguridad, que habían fallado estrepitosamente. Se esperaba que el designado fuera Torcuato Fernández-Miranda. Parecía el relevo lógico, el principal aspirante. Era el vicepresidente con Carrero Blanco y había sido el tutor del Príncipe. Él mismo lo esperaba. Parece que influyó en este nombramiento la presión de la familia de El Pardo, que sentía especial aprecio por Arias y confiaba en que al final se impusiera la candidatura de Alfonso de Borbón, casado con la nieta del dictador, como sucesor a título de rey.
Tanto el nombramiento de Arias Navarro como la enigmática frase de Franco al enterarse del atentado –«No hay mal que por bien no venga»– se prestaron a diversas interpretaciones. El desprecio y ninguneo con que el sucesor de Carrero trató en todo momento a Don Juan Carlos, incluso cuando ya era rey, parecen indicar que un Franco decrépito y alarmado por lo que estaba pasando –hasta la Iglesia católica le volvía la espalda y se le ponía en contra– decidió dar un golpe de timón, endurecer el régimen y ponerlo a la defensiva. Lo primero que hace el presidente Arias es descabezar los equipos del Príncipe e intentar dejar a éste a la intemperie. El régimen se «bunkeriza». Esa fue la consecuencia política inmediata del asesinato de Carrero Blanco.
Franco y Arias Navarro dejan, sin embargo, un portillo abierto: la Secretaría General del Movimiento. Era el último lugar por donde podía pensarse que llegarían los decisivos apoyos al Príncipe. Debido a sus afinidades fiscales, Arias nombra a Fernando Herrero Tejedor ministro secretario general y éste, por indicación del Príncipe Juan Carlos, llama a Adolfo Suárez y le ofrece trabajar a su lado como segundo de abordo. Herrero murió unos meses después en un extraño accidente de tráfico, y Suárez, con la ayuda intelectual de Torcuato Fernández Miranda, se convierte sin tardar mucho en el principal impulsor del cambio de régimen y de la instauración de la Monarquía parlamentaria. Se inauguró así un tiempo que ha conducido a la etapa de más progreso y libertad de la historia de España.
Ahora, cuando se cumple medio siglo del asesinato de Carrero Blanco, los herederos políticos de los que perpetraron aquel magnicidio, y centenares de crímenes más, son socios privilegiados del Gobierno de España, encabezado por los socialistas con la ayuda de los comunistas. ¡Si Carrero levantara la cabeza!
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