Felipe VI
Dos conceptos claves: España y los españoles
Cuando un barco navega en la incertidumbre, la tripulación espera de su capitán decisión, firmeza, arrojo y valentía. Cuando un Estado se pone en solfa, la ciudadanía espera igualmente que haya alguien al mando, alguien con la voz templada y el carisma suficiente como para no dejar zozobrar a una nación a la deriva de intereses particulares. La intervención ayer de Felipe VI contenía un poso de relevancia por el crítico momento que vive España tras su reciente (des)encuentro con las urnas.
El monarca, consciente de que los próximos meses pueden marcar los siguientes diez años, avisó en su segundo discurso navideño como jefe de Estado de la inconveniencia de ciertas aventuras, apelando a la unidad del país, a la unidad de los partidos, al consenso de las principales fuerzas políticas. El Rey refrendaba sin decirlo, un acuerdo entre las tres formaciones que a día de hoy garantizan factualmente esa posibilidad: PP, PSOE y Ciudadanos, partidos, en principio, ajenos y lejanos a tics populistas y aventuras de ruptura nacional.
La relevancia de un momento histórico como este exigía además un cambio de guión también en la puesta en escena. De Zarzuela al Palacio Real, del cálido despacho de sobriedad estética a la ampulosidad del Salón del Trono. De ahí que la elección del escenario discursivo no fuera casual. De la cercanía de hace un año al serio liderazgo que obliga el presente. La imagen conecta con el mensaje cuando no hay disonancias entre ambos. La coherencia es la antesala de la credibilidad del buen orador.
El Rey, profundizando no obstante en esa vertiente que mejor abraza el contexto actual de una nación necesitada de cambios, planteó como elementos de perpetua convivencia aquellos que cuarenta años atrás capitaneó su padre: diálogo, compromiso y voluntad, marcos conceptuales que definen un solo panorama y una sola salida: la de la España Constitucional, la que los referentes del pasado construyeron desde la pluralidad de sus regiones y el respeto a una historia común. Porque el tablero parlamentario que nos deja el 20-D requiere de personalidades políticas firmes y sin fisuras. Felipe VI alude a ellas en un soberano contraste entre los que sitúan España por delante de su partido o los que prefieren andar el camino contrario, los estadistas o los partidistas, a los que criticó cuando subraya el peligro de ciertos pactos de incierto final pero seguro desenlace.
Apelar a la sensatez frente a la inmediatez. al patriotismo antes que al oportunismo como recetas de la revolución tranquila. También el Rey es consciente de lo que las urnas han dictaminado. Pero sabe que ahora es tiempo de hacer política seria. No hay más juego de tronos que el de aquellos que pretenden superponer, como fichas de parchís, los astutos intereses propios al común entendimiento. El jefe de Estado lo sabe y por ello no dejó de repetir los dos conceptos que mejor definen la situación actual: España y los españoles. Doce minutos de intervención sobria, casi mil setecientas palabras esculpidas con precisión para que nada se deja a la interpretación. Un discurso estable para un país incierto. Un capitán que pone palabras que ahora otros deben refrendar en acuerdos.
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