Carmen Enríquez
El cambio de doña Letizia
Así lo está viviendo la Reina. Se la ve feliz en su nuevo papel, además de dispuesta a ejercerlo con mesura, pero decidida a introducir algunos cambios que den visibilidad a la institución
La transformación de la Princesa Letizia en Reina empezó el mismo día de la proclamación de su marido como Rey de España. Desde el minuto cero de su aparición en las pantallas de televisión de esa mañana del 19 de junio, de la que ayer se cumplió el primer mes, los ciudadanos españoles y los espectadores de medio mundo pudieron ver a una persona cuyo semblante, actitud y gesto había experimentado un cambio radical: una amplia sonrisa había sustituido al habitual rostro serio e inexpresivo, unos pequeños gestos de cariño hacia su marido –una caricia en la mejilla, un apretón de manos–dejaban ver de nuevo a una pareja cómplice y enamorada, y unas constantes miradas de ella en busca de la aprobación de su marido pusieron de manifiesto que Don Felipe era el director de orquesta y guía incuestionable de esa marcha hacia el trono emprendida al unísono por la nueva Familia Real.
Muchas personas comentaron ese día, en el que el pueblo español dio una prueba indudable de madurez pese a los esfuerzos de unos pocos de que todo acabara en desastre, que Doña Letizia parecía otra, que desde el lejano día –diez años atrás– en que se anunció el compromiso matrimonial del Príncipe y la periodista nunca se la había vuelto a ver tan sonriente, tan satisfecha, en definitiva, tan feliz. Pendiente todo el tiempo de Don Felipe, cogida de su mano de esa peculiar manera en la que él suele estrechar sus dedos con su ancha y potente palma, con la mirada puesta en sus dos hijas, la nueva Princesa de Asturias, Leonor, y su hermana, la Infanta Sofía, quienes, por cierto, cumplieron de forma ejemplar las instrucciones de comportamiento que les habían enseñado los días previos a la jura en el Congreso.
La otrora Princesa de Asturias, al cambiar de cometido y mudar de hábito para convertirse en Reina Letizia, parecía encontrarse por fin a gusto con su nuevo papel. Ni sus críticos más acérrimos fueron capaces de encontrar grandes fallos en su comportamiento. Más bien al contrario, dieron una tregua a quien había sido blanco preferido de sus dardos envenenados y admitieron que había sabido estar a la altura de los acontecimientos y sacar de nota. Como mínimo, un notable alto.
Los primeros actos protagonizados por los nuevos Reyes confirmaron la tendencia que se evidenció el primer día del reinado de Felipe VI. Doña Letizia apareció junto a su marido, en ese rol imprescindible de apoyo al Monarca pero sin eclipsar en momento alguno el papel de su cónyuge como Jefe del Estado. Tanto con los representantes de las asociaciones que agrupan a las víctimas del terrorismo –todo un detalle el recibirles nada más ser proclamados Reyes– como en la audiencia a los miembros de ONG, entidades de solidaridad social y representantes de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales, la Reina participó activamente en la charla posterior al besamanos con todos ellos, pero sin restar un ápice de protagonismo a su marido.
Con gran expectación mediática se llegó a la primera cita en el exterior, concretamente al Vaticano, para visitar como Reyes y como creyentes al Papa Francisco. ¿Cómo vestiría la Reina?, se preguntaban muchas personas conocedoras del protocolo que rigen estos encuentros. La incógnita se despejó en la mañana del 30 de Junio, cuando Doña Letizia apareció en las estancias del Vaticano de blanco de pies a cabeza, con un elegante e impecable traje de chaqueta pero, eso sí, sin mantilla que cubriera su cabeza, un complemento que suele usarse por las reinas católicas en sus visitas a los descendientes de San Pedro en la Tierra. La Reina española había respetado las normas vigentes de vestir de blanco pero se permitió la licencia de no cubrirse con un velo, quizá porque la audiencia no se desarrolló en el interior de un templo.
Doña Letizia sabe muy bien cómo usar las palabras, qué entonación hay que darles, cómo se debe enfatizar una frase para hacer recaer sobre ella la atención del público que escucha. No es amiga de palabras banales, de esas que suenan a tópico a pesar de que encierren algún significado. Es un principio que ha sabido transmitir a su marido a la hora de pronunciar un discurso y que afecta tanto al fondo como a la forma: el objetivo es llegar a la gente, hacer creíble el mensaje, darle un tono que lo haga convincente y prescindir, sobre todo, de palabras incompresibles para la mayoría de la gente que escucha.
Otro gesto que evidencia la actitud positiva de la Reina Letizia ha sido el anuncio por parte de Zarzuela de que la Familia Real va a pasar unos días de vacaciones a primeros de agosto en Mallorca. Palma no fue, desde el principio de su matrimonio con Don Felipe, el lugar ideal para pasar su tiempo de ocio veraniego hasta el punto de responder un día a una reportera a la que se le ocurrió preguntarle por cómo estaba pasando el verano, con una frase ya convertida en antológica: «Pero ¿tú crees que esto son vacaciones?». La respuesta levantó ampollas por desafortunada e inoportuna. Pero ahora, esta nueva Doña Letizia da prueba de que entiende lo que supondría abandonar Marivent para los hoteleros y empresarios turísticos de Baleares y también, por qué no recordarlo, la repercusión de esa decisión en el ánimo del propio Rey Felipe, acostumbrado desde niño a veranear en Mallorca y a participar como regatista en la Copa del Rey, uno de sus deportes favoritos que comparte con un buen puñado de sus mejores amigos. Doña Letizia ha empezado con buen pie su etapa como Reina. Se la ve feliz y contenta, cómoda en su nuevo papel y dispuesta a ejercer esa responsabilidad con mesura y buen talante, sin salirse de su sitio, pero también decidida a introducir algunos cambios que den visibilidad a esa Monarquía renovada que Don Felipe dijo querer encarnar el día de su proclamación como Rey.
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