Opinión

Las elecciones de Begoña

Estamos en el tiempo de la impudicia y el puritanismo, donde se vende y se usa lo privado para medrar

Pedro Sánchez y Begoña Gómez
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a su esposa, Begoña GómezGtres

Un íntimo de mi círculo, votante de Podemos, me ha confesado que apoyará a Pedro Sánchez en las elecciones europeas «porque hay que ayudarlo frente al acoso». En el autobús, dos señoras van comentando la actualidad detrás de mí: «Si la mujer no ha hecho nada… pobre Pedro». Le siguen en su discurso, es alucinante, pero le siguen. Felipe González acaba de declarar que la retirada doméstica de cinco días «no fue liderazgo» y que él no se creyó la misiva lacrimógena del jefe de Gobierno, pero es un tipo de otra época, cuando Alfonso Guerra tenía dos parejas –una en Madrid y otra en Sevilla– y ventilaba en silencio sus intimidades, sin dar la coña en público. Ahora estamos en el tiempo de la impudicia y el puritanismo, donde se vende y se usa lo privado para medrar. Este amor «apasionado» del presidente por su mujer provoca sentimientos similares a los de La isla de los Supervivientes o Gran Hermano y lleva a cambiar el voto. Cuando Javier Milei canta «Yo soy el león» sintoniza con una sociedad boba, incapaz de separar los sentimientos del raciocinio.

Si yo fuese el jefe de la oposición fotocopiaría en grande las cartas de Begoña Gómez y las repartiría. La gente sigue sin creerse que la mujer del presidente favoreció a unos en lugar de otros. Cuando preguntas a los de izquierdas, te responden: «¡Pero si ella no se ha llevado dinero!». Parece resultarles indiferente que los de Air Europa se llevasen 500 millones o Barrabés, un contrato mollar. ¿Qué la UCO no lo puede probar? Claro, a ver cómo conectas causa-efecto un enchufe. Pero es que el delito está mucho antes, en el mero hecho de firmar recomendaciones. Eres la esposa del que manda ¿no te parece depravado?

Lo que ha ocurrido es el ejemplo de cómo se están gobernando muchos países en el siglo XXI, como cortijadas. El poder ha dejado de ser servicio y se ha convertido en privilegio despótico. Desborda el Parlamento y el Ejecutivo y gotea por las televisiones a sueldo, la Fiscalía domeñada o la Administración paniaguada. Cuando Pedro Sánchez coge el Falcón o amnistía a Puigdemont o intercambia gobiernos con Bildu, lo hace porque «lo valgo». Y, lo más alucinante, la gente lo admite. Les parece bien porque han optado por un tipo de vínculo afectivo con él y su mujer.

El domingo 9 de junio se dirime si reforzar o no la batalla de Europa contra un Putin despótico. O si priorizar la agricultura europea o la agenda verde. O si reforzar los controles judiciales y parlamentarios de los países. Incluso si apoyar la eutanasia belga y holandesa o defender la vida. Pero nada de eso aparece en las discusiones españolas. Las elecciones son las de Begoña Gómez, sobre si te cae bien o mal, si te apiadas de la pareja o no, o te importa cero su vida privada porque lo que te molesta es que ella ejerza de «presidenta» y encima sin dar explicaciones. ¿Qué modelo de política pude ser calificar de honesta la gestión de una «trabajadora» que se movió laboralmente en entornos ensuciados por el poder y que tomó partido por unos y otros desde su importancia familiar? Yo, a las señoras del autobús, no las entiendo. Y a mi amigo, que es químico de profesión, menos.

Que se aten los machos los de la oposición porque alguna vez ha acertado Tezanos. Vox ha decidido entrar al nivel emocional, de la mano de Milei, planteando una batalla frontal contra los «zurdos» mediante gestos y canciones. El Partido Popular opta por la racionalidad. Recuerda que el Gobierno ya no puede gobernar –no recaba suficientes apoyos para leyes como la prostitución o el suelo, está sometido al chantaje de Puigdemont y tiene dos embajadas importantes suspendidas–. Veremos quién triunfa porque nos dará idea de cómo está el patio.