El periscopio
La escoba de Pedro Sánchez
La orden de Moncloa y Ferraz es «morder como un chicle» a Feijóo por el «caso Montoro» y no soltarle
En el ecuador de la legislatura. Hoy, miércoles 23 de julio, se cumplen dos años de unas elecciones generales perdidas por Pedro Sánchez, pero tras las que logró gobernar con el apoyo de sus socios separatistas, izquierda radical y bilduetarras. Pese a todo y frente a todos, el presidente del Gobierno ha decidido resistir como sea. Ajeno a los escándalos que cercan a su mujer, Begoña Gómez, a su hermano David, a su fiscal general del Estado, al caso Koldo, a José Luis Ábalos y a Santos Cerdán en la prisión de Soto del Real, el líder socialista está de gira por las Américas como embajador de la coalición social-comunista. Mientras en España no puede salir a la calle sin ser abucheado, se siente muy cómodo en compañía de los presidentes de Chile, Brasil, Uruguay y Colombia. Un conjunto de mandatarios «satrapillas», al más puro estilo populista que a Sánchez le encantan.
Nada mejor que cruzar el charco para firmar un documento a favor de la democracia, que ellos poco respetan, y advertir de los peligros autoritarios de la ultraderecha. Más de lo mismo, demagogia agotada.
Dicen en Moncloa que el presidente está de nuevo en forma, lejos de aquel rostro demacrado en su intervención del pasado día 9 tras el ingreso en la cárcel de Santos Cerdán. «Partido ganado», les dijo a sus colaboradores poco antes de coger el avión para Santiago de Chile.
Un veterano diputado socialista lo ironizaba muy bien en el último Pleno del Congreso de este periodo de sesiones, con el gran líder ausente: «El estallido del caso Montoro es la mejor escoba de Pedro Sánchez». En efecto, cuando más suciedad aflora en los escándalos del PSOE, salta otro que afecta al PP y la mugre socialista parece barrida. No hay más que ver la campaña del Gobierno y sus terminales mediáticas contra las presuntas acusaciones sobre quien fuera ministro de Hacienda en los gobiernos de José María Aznar y Mariano Rajoy, el ahora investigado Cristóbal Montoro. Un tema espinoso y delicado para Alberto Núñez Feijóo, quien, aunque nunca estaba ni se le esperaba en aquella etapa, será ahora blanco de la diana implacable del «sanchismo».
Las órdenes de Moncloa y Ferraz son, en palabras de un ministro de los más agresivos, «morder como un chicle» esta presa y no soltarla fácilmente. Al margen de la presunción de inocencia de los imputados por un juez de Tarragona, en aquel Madrid «marianista» era un secreto a voces la feroz inspección fiscal acometida por Montoro contra empresarios y periodistas. Una normativa salvaje que su sucesora, María Jesús Montero, no solo no ha derogado, sino que ha endurecido todavía más.
Alrededor de este caso, de inciertas consecuencias penales, cabe destacar las duras declaraciones de Rodrigo Rato: «Me planteo todas las opciones para defender mis derechos», ha dicho quien fuera vicepresidente económico con Aznar y quien siempre consideró a Montoro culpable de todos sus males con el Fisco y su destrucción profesional. Esta es la historia de una deslealtad profunda que merece reflexión. Rodrigo fue el auténtico «padre político» de Montoro, su gran valedor, su mano derecha en el Ministerio de Economía y a quien propuso para que Aznar le nombrara ministro de Hacienda. En aquellos años eran amigos íntimos, uña y carne, salían siempre juntos del Congreso y compartían tiempo libre. Personalmente, viví en directo el trabajo extraordinario de aquel grupo de economistas: Rato, Fernando Becker, Ramón Aguirre, Paco Utrera, Loyola de Palacio y el propio Cristóbal Montoro forjaron un grupo parlamentario brillante, muy sólido y difícil de imitar.
Pero, de repente, todo cambió en la segunda etapa de Montoro como titular de Hacienda bajo el Gobierno de Mariano Rajoy. Prestigiosos economistas del PP presidentes de empresas públicas sufrían constantes presiones que callaban en silencio por lealtad al partido. Algunos empresarios y periodistas padecían la voracidad fiscal de la Agencia Tributaria con una persecución salvaje que ahora perdura. Los encontronazos de Cristóbal Montoro con otros ministros, en especial el de Industria, José Manuel Soria, y el de Exteriores, García Margallo, eran de traca. Ambos le advirtieron a Rajoy de las andanzas del equipo de Hacienda, pero este practicó su fiel estilo: la mejor manera de hacer algo es no hacer nada. «Marianismo» en estado puro.
Al tiempo, Rato cayó en desgracia, condenado pisó la cárcel y nunca olvidará la tremenda imagen de su detención en abril de 2015, esposado, cuando un agente de Aduanas empujó con la mano su cabeza hacia el interior de un coche. Varios medios gráficos fueron alertados de tal suceso, algo que Rodrigo siempre atribuyó al «fuego amigo» de su antiguo protegido.
En aquellos días, el llamado «clan de los Sorayos» desplegaba un enorme poder. Lo integraban la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y los ministros Fátima Báñez, Alfonso Alonso, Cristóbal Montoro, Álvaro Nadal y su hermano, el secretario de Estado de Presupuestos, Alberto Nadal. Todos ellos llegaban juntos al Congreso, hasta el punto de que algunos periodistas acuñaron la frase «Ahí viene la piña de Soraya». Ahora, el fichaje de Alberto Nadal como nuevo «gurú» económico del PP despierta recelos en sectores del partido. Feijóo y Nadal han mantenido una conversación y la consigna en Génova es cierre de filas con el nuevo nombramiento por estimar que nada tiene que ver con los hechos investigados. Núñez Feijóo tampoco, pero ha de ser consciente de que el «sanchismo» no va a soltar esta mordedura. En su afán despiadado por mantenerse en el poder, Pedro Sánchez y sus escuderos carecen de escrúpulos y, con su escoba venenosa, pretenden barrer del mapa político al adversario. Alberto Núñez Feijóo, gallego y sibilino, no puede caer en la trampa. Ante una legislatura sin leyes, sin presupuestos y sin decencia, debe tener presente la frase de aquel gran vicepresidente y hombre de la UCD en la transición, Fernando Abril Martorell: «La derecha cainita, la izquierda moscovita».