
Opinión
Feminismo sin etiquetas: el voto femenino y el desencanto con la izquierda
Sorprende que quienes no dejan de hablar de empoderamiento de las mujeres intenten señalarnos cuál es la elección correcta en las urnas

Soy de las que se irritan cuando oyen frases enlatadas sobre qué deberían votar las mujeres si realmente son feministas. Sorprende que quienes no dejan de hablar de empoderamiento femenino intenten señalarnos cuál es la elección correcta en las urnas.
Estas últimas semanas, y a raíz de los escándalos acumulados del PSOE en torno a la prostitución, agencias de colocación de amigas y acosos no denunciados dentro del partido, el voto de las mujeres se ha convertido en el foco del análisis demoscópico. Este voto fue clave para que, en 2023, no se produjera un cambio político que muchos daban por hecho. ¿Por qué? Porque resistió, se abstuvo menos y fue fiel a los partidos a los que había votado en elecciones anteriores. En números, supuso una ventaja de diez puntos entre las mujeres que votaron a la izquierda respecto a las que lo hicieron a la derecha. Pero ahora, las encuestas apuntan a un panorama bastante diferente. Es más, indican que el voto femenino estaría emitiendo un mensaje del tipo: «Hasta aquí hemos llegado». Mientras tanto, el PP ha adelantado o igualado ya al PSOE en voto femenino, y entre las mujeres más jóvenes sube Vox.
Este cambio también revela que el feminismo ha sido una motivación muy importante entre las mujeres que votan a la izquierda, y un factor que, por encima de otros, decidía hasta ahora el destino de su papeleta. Solo ante ese gran desengaño de las últimas semanas han girado a otras opciones o la abstención. Para esa bolsa de votantes, la amnistía, los indultos, la financiación singular, la colonización de las instituciones, los ataques a la prensa o a la justicia no eran determinantes. Tal vez ahora, caída la venda, tengan una visión más completa del panorama político. Independientemente de la ideología, sorprende cómo el relato del PSOE ha conseguido que señales inequívocas de que algo ocurría hayan pasado desapercibidas todos estos años.
Desde 2019, la izquierda se ha ganado a pulso el descenso de simpatizantes entre esas mujeres que los estereotipos etiquetan como «feministas». Ese votante ha excusado graves tropiezos, del todo incoherentes con quien asegura defenderlas más que otras fuerzas.
Desde cuestiones más estéticas, como cuando Pablo Iglesias volvió de su baja por paternidad y Podemos lo celebró con un acto multitudinario. Lo anunciaban con un cartel en tonos morados-feministas, con letras grandes donde se leía «VUELVE», remarcando el «ÉL». Estuve atenta a los comentarios de conocidas y amigas, votantes fieles de la izquierda, por si se mostraban asombradas de que se celebrara su reincorporación con ese cartel tan ochentero, que imitaba un anuncio rancio de perfume masculino.
O tropiezos ya no de forma, sino de fondo. No me olvido de los silencios ante la ley del «solo sí es sí» y los recortes de penas a violadores. A ese voto femenino tampoco le chocó que, para la reforma de esa ley en el Congreso, fuera imprescindible el voto de la oposición, y que el presidente se ausentara justo ese día para visitar Doñana y hacer campaña contra Juanma Moreno.
Es difícil de conjugar el movimiento de indignación nacional por el beso de Rubiales –al que se pedía su dimisión inmediata– con un Ábalos que permaneció 16 meses en el partido a la espera de ser expulsado. Tal vez «ellas» tengan una excusa plausible para Adriana Lastra, referente del poder femenino en el PSOE, que pasados los años denuncia el machismo de Santos Cerdán y cómo le hizo la vida imposible. Y no solo eso: espera a la línea de meta del Comité Federal para señalar a Paco Salazar como un acosador y exigir que no forme parte de la nueva Ejecutiva.
A lo mejor alguna de las ahora defraudadas observa perpleja el nuevo debate de abolir la prostitución, encabezado por la ministra de Igualdad, que tardó 48 horas en condenar los audios sobre prostitutas de sus compañeros. Esa que aboga por abolir la prostitución y lo compagina con charlas subvencionadas bajo el título «Hablan las prostitutas». También es justo no olvidarse de las que no han comulgado con estos silencios y se han opuesto, por ejemplo, a la Ley Trans y su afectación a nuestros derechos. Algunas han sufrido campañas de acoso que les niegan autoridad para criticar lo que la izquierda legisla.
Reitero que no me gustan los estereotipos ni las etiquetas para «las mujeres», como si fuéramos un grupo uniforme. Pero las encuestas apoyan el estereotipo de que las que se autoetiquetan como feministas votan en bloque. Nunca es tarde para plantearse que, quizá, lo del feminismo de un solo color político es un fraude y que no se sostiene en una sociedad plural.
*Ana Losada es presidenta de Asamblea por una Escuela Bilingüe
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