Entrevista
«España puede ser el mediador con China que nadie espera»
Julio Ceballos, consultor de Negocio en China, explica las claves y los riesgos del acercamiento del Gobierno a Pekín
Julio Ceballos (Reinosa, 1979) es uno de los mayores expertos en China de nuestro país. Uno de esos a los que los periodistas acudimos estos días en tromba para tratar de entender. Es verdad que el acercamiento de España al gigante asiático no es tan nuevo como lo vendemos ni tan intenso como le gustaría a Moncloa, pero la realidad internacional está pegando tal giro que es más imprescindible que nunca escuchar voces autorizadas. El autor de «Observar el arroz crecer» y «El calibrador de estrellas» (Ariel) contesta a LA RAZÓN a través del correo electrónico en ratos robados a una agenda frenética.
¿Cree que el Gobierno le está “entrando” bien a China?
Teniendo en cuenta que España no es una superpotencia y que nuestras empresas tampoco llegaron comparativamente pronto al mercado chino, sí, creo que ahora estamos “entrando” razonablemente bien. La estrategia actual de España con respecto a China mantiene continuidad con la de los últimos 40 años: combina constancia diplomática bilateral, neutralidad activa y una narrativa que presenta a España como puente estratégico entre Europa, América Latina y el gigante asiático. Esta forma de “neutralidad con iniciativa” es inteligente: evita la lógica de bloques y no busca “victorias rápidas”, sino cultivar relaciones a largo plazo, algo que China valora profundamente. Ser actor global exige propósito y consistencia.
¿La "colonización" de Occidente a través de empresas y deuda es un mito?
Creo que debemos huir de términos hostiles como “colonización”, “conquista” o “invasión”, tanto en una dirección como en otra, pues no ayudan a construir relaciones sanas. China ejerce lo que podríamos llamar una “expansión comercial estratégica”, basada en el soft power (influencia cultural, educativa, tecnológica), financiando infraestructuras en África y América Latina, promoviendo becas, exportando narrativa audiovisual y préstamos de impacto. Es decir; ocupando el espacio que abandonó Occidente en el Sur Global y, además, sin exigencias ideologías ni pretensiones de gobierno directo. A Europa ya no intenta seducirla: ha absorbido su tecnología y ahora le interesan otros mercados. Sus principales mercados futuros no seremos los occidentales.
¿España se equivoca yendo sola? ¿Mejor como bloque UE?
Sí y no. Ir en solitario tiene límites: sin el respaldo del bloque europeo, nuestras demandas comerciales (como el acceso al mercado chino) pierden fuerza. Pero la bilateralidad también es útil si se hace con inteligencia. España no debe liderar en solitario la política comercial europea, pero sí puede ser una fuente estratégica de información sobre China para la UE. Somos un mediador confiable y creíble que nos permite actuar como puente y nodo estratégico, ofreciendo una plataforma de encuentro entre rivales, evitando alinearnos con un bloque pero conectando los bloques que se están construyendo en un mundo cada vez más multipolar. No podemos sentarnos a la mesa de las superpotencias pero podemos actuar como lugar de encuentro entre ellas. España puede ser el mediador que nadie espera, pero todos necesitan.
¿Nos toman en serio?
China necesita interlocutores útiles y nos toma en serio en la medida en que demostremos seriedad, compromiso, constancia, respeto a los códigos diplomáticos chinos y una narrativa estratégica coherente. China no busca aliados ideológicos, sino interlocutores útiles. Y regala nada, pero sí ofrece buenas oportunidades a quien respeta sus términos y demuestra confianza mantenida en el largo plazo. Si España se posiciona como nodo logístico, cultural y geoeconómico entre continentes, sí nos tomarán en serio. La continuidad de las visitas, el relanzamiento del Foro España-China y el Instituto Cervantes en Shanghái refuerzan esa percepción.
¿Qué hay que evitar diplomáticamente con China?
Cuatro errores clave: improvisación, bandazos, arrogancia ideológica y la percepción de ser “vocero europeo” sin mandato. China desprecia la incongruencia y la soberbia. También la diplomacia sin ejecución. Debemos evitar gestos simbólicos vacíos, contradicciones entre discurso y acción o entrar en conflictos por impulso. China no impone el “conmigo o contra mí”, busca beneficios mutuos. China no improvisa: actúa siguiendo una hoja de ruta definida. Nosotros debemos cooperar con quien construya y dialogar con quien respete. Sea occidental u oriental. Con planificación y sin ingenuidad.
¿China es más pragmática que EE UU?
Sí. China es radicalmente pragmática, de pensamiento estratégico, menos emocional y más centrada en resultados a muy largo plazo. A diferencia de Estados Unidos, que bajo ciertas administraciones (como la actual de Trump) adopta posturas abruptas, volátiles, ofensivas y punitivas, Pekín actúa con paciencia y consistencia. No le interesa imponer valores, sino preservar su modelo y extender su influencia comercial y tecnológica. Su meta es clara: convertir a China en la nación más próspera, fuerte y segura del planeta antes de que la República Popular celebre su primer centenario, el 1 de Octubre del año 2049. No se pregunta si algo es capitalista o comunista, democrático o autocrático, sino si resulta útil o no para alcanzar esa meta.
¿Cómo interpreta las tres visitas de Pedro Sánchez en tres años y la de los Reyes el próximo otoño?
Desde mi punto de vista son una apuesta deliberada por institucionalizar la relación, por generar estabilidad relacional, compromiso con el conocimiento mutuo y con una comunicación fluida. Tres visitas de Sánchez en tres años y la inminente visita de los Reyes a China reflejan una diplomacia de constancia. Son gestos que Pekín valora mucho. China concede enorme importancia a las relaciones personales, a la paciencia estratégica. El tiempo, la confianza y el respeto recíproco son los mejores cimientos para una cooperación sólida y duradera con una China que, en cincuenta años, va a ser más poderosa de lo que es ahora. La confianza se construye, no se exige. Por esta senda, vamos bien.
¿Este cercamiento es nuevo o viene de antes?
La política exterior de España hacia China ha sido coherente y pragmática a lo largo de 40 años, independientemente del signo político de los gobiernos. Esta consistencia refleja una estrategia de Estado orientada a fortalecer vínculos estratégicos con una potencia global en ascenso, pero se ha intensificado recientemente tras la fractura transatlántica provocada por la Administración Trump. La guerra arancelaria de EE UU ha forzado a muchos países europeos a reconsiderar su dependencia, buscar diversificación de socios y adoptar un tono más autónomo. Ante el cambio de reglas de juego en el tablero mundial, España debe construir alianzas que no devengan en “jaulas” y evitar convertirse en “rehén” de las tensiones entre potencias. En el siglo XXI, la relevancia no se hereda: se construye. Debemos proteger nuestros intereses ampliando horizontes porque el futuro no será monopolizado por nadie.
¿Hemos subestimado a China… y ahora la sobreestimamos?
Ambas cosas. Subestimamos a China durante décadas, despreciándola e ignorándola, viéndola como una fábrica global sin poder político real. Hoy, en cambio, algunos sectores tienden a mitificarla. Lo cierto es que ni es omnipotente ni es un actor inofensivo. Es un país ambicioso, disciplinado, con desafíos internos, pero con un plan claro y una meta innegociable. Hay que tomarla en serio sin caer en fascinaciones ni paranoias. Negociar con China sin comprenderla equivale a caminar con los ojos cerrados. Por eso, España necesita de una estrategia clara, sin ingenuidad y que tome la reciprocidad como principio rector para evitar que una eventual apertura a China pueda desembocar en trampas de dependencia o en vulnerabilidad.
¿Le parecen realidad los temores de que China se está adueñando a través de empresas pantalla de infraestructuras sensibles como el Puerto de Valencia?
Sin reglas claras, la inversión se convierte en vulnerabilidad y creer que la reciprocidad es natural, resulta un error de cálculo. Abrir la puerta a China es una estrategia inteligente si viene acompañada de planificación a largo plazo, consensos de Estado, compromiso diplomático y ambigüedad estratégica. No enseñar todas las cartas es visto en China como sabiduría, no como deshonestidad. Ceder a corto plazo a cambio de promesas vagas sería ingenuo.
Y, en el mismo sentido, ¿qué hay de los medios de comunicación? ¿Cree que buscan inversiones en ese campo en Europa?
Existen algunos precedentes de inversiones chinas en medios de comunicación europeos como parte de una estrategia más amplia de influencia internacional. No obstante, dudo de que, con suficientes filtros y una monitorización clara de las inversiones, esto pueda representar una amenaza para nuestra soberanía o nuestro modelo de gobierno.
¿Cuál es el plan de China respecto a España?
China busca en España un puente con América Latina (mercado estratégico con el que compartimos un idioma común), un nodo logístico en el sur de Europa, especialmente en energía e infraestructuras y un interlocutor útil dentro de la UE, sin ser un adversario ideológico. No se trata tanto de amistad, como de utilidad mutua. España puede ofrecer conocimiento, talento, estabilidad y acceso a redes culturales únicas. Con China no se trata de “elegir bando”, pro-Pekín o pro-Washington, sino de elegir pro-España.
¿Qué piensan los chinos de los españoles?
China ve a España como culturalmente rica, pero estratégicamente irrelevante. Nos ven como parte de Europa, pero menos influyentes que Alemania o Francia. Culturalmente somos bien percibidos, especialmente por el atractivo de la lengua española, el fútbol y la gastronomía. Esa falta de influencia geopolítica nos invalida como “amenaza” para el gigante asiático en sus aspiraciones por transformar el orden mundial unipolar pero nos concede espacio para mejorar nuestras relaciones con China si nos tomamos en serio a nosotros mismos, el nuevo orden mundial multipolar y el mercado chino.
¿Cuál es la tesis principal del libro que acaba de publicar?
Que China tiene un plan, y nosotros no. Mientras Pekín ejecuta una estrategia clara de expansión cultural, liderazgo tecnológica y supremacía comercial, Europa –y España en particular– reacciona demasiado a menudo con lentitud, miopía, descohesión, falta de audacia y miedo a competir. Mi libro es una llamada de alerta: para que el temor que genera el ascenso de China nos empuje a perfeccionar nuestro modelo, a comprender la lógica que impulsa al gigante asiático y a construir una relación más equilibrada con ellos. Hay que abandonar la nostalgia del pasado y asumir el presente con inteligencia estratégica. No se trata de renunciar a nuestras democracias, sino de hacerlas más eficaces. No se trata de imitar a China, sino de reaccionar a tiempo.