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Opinión

Hacemos tribu de unos contra otros

Cuán necesitada está España de adversarios y no enemigos. Este país tiene pendientes grandes retos y necesita que los partidos entiendan que deben ponerse a la altura

El expresidente de Uruguay, José Mujica Gastón BritosEFE

Estos días, decidida a defender la política del respeto a quien piensa diferente y recordando el legado político y personal que nos ha dejado el presidente Mújica, ha venido a mi memoria el encuentro que tuve con él en Córdoba, donde se afanaba en trasladarnos cómo él decidió perdonar y romper el ciclo de la venganza. Relataba la necesidad de dejar la violencia atrás, «no más enemigos, sino adversarios, hay que buscar el entendimiento, especialmente con quien piensa de un modo distinto». Su mensaje no variaba ni un ápice de lo que trasladaba en público y en privado, algo inusual en estos tiempos, y te obligaba a reflexionar sobre si tú realmente lo estabas haciendo.

Cuán necesitada está España de adversarios políticos y no enemigos. Este país tiene pendientes grandes retos y necesita que los partidos políticos entiendan que deben ponerse a la altura. El ruido y la descalificación constante impiden el diálogo y algo tan básico como sentarse a hablar.

No quiero que nadie me distraiga en lo que sé y escucho cada día en la calle, lo que realmente espera la gente de nosotros, que resolvamos sus problemas.

Estoy convencida de que la política hecha desde el insulto al adversario a veces es efectiva electoralmente y puede generar un rédito inmediato, pero al mismo tiempo erosiona de manera paulatina e irreversible nuestras instituciones y la propia democracia. La vocación de servicio público, que debe representar la política, exige el respeto de quien piensa diferente. Nuestra propia Constitución protege a quien defiende principios contrarios a los que la Carta Magna recoge.

El respeto es uno de los pilares que sostienen una sociedad cívica y tolerante y cada vez se pisotea más en la vida política española. Con el agravante de que se produce allí donde más se tendría que aplicar, donde deberíamos ser un ejemplo para la ciudadanía que representamos, y es el lugar donde cada día brilla más por su ausencia. Desgraciadamente, no somos un ejemplo, sálvese quien pueda, en el que los más jóvenes se puedan mirar.

Lo que se traslada, un día sí y otro también, es que en la vida descalificar a quien piensa diferente es la manera fácil de no tener que argumentar y pensar. Hacemos tribu de unos contra otros sin que medie una neurona de pensamiento crítico y avanzamos por ese camino, el de la tribu, las banderas, los símbolos de la vestimenta identitaria y frases hechas con el objetivo de descalificar al otro. Todos sabemos, además, hacia dónde nos lleva ese camino y no quiero sentirme cómplice de ello. Al menos, no sin antes dejar manifiestamente claro que el respeto nos hace libres y la falta de él nos hace esclavos de la intolerancia.

Sabemos perfectamente cuál es el objetivo del encanallamiento y la polarización de la política, envenenar la conversación pública e impedir tener una discusión racional sobre los problemas que nos sacuden a todos, y que necesitan que tomemos decisiones basadas en el conocimiento y basadas en conciliar todos los intereses que hay en cualquier problema público que afecta al conjunto de la ciudadanía. Y eso no impide que introduzcamos valores en el debate, que es lo propio de la política.

Claro está, esos valores deben estar basados en la racionalidad porque hay que distinguir creencias de valores. Las creencias están basadas en el dogmatismo, en no entender ni aceptar las razones del otro, los valores, en una sociedad democrática. Lo primero que suponen es entender las razones de los demás y los valores del otro y ponernos a hablar y a discutir racionalmente para encontrar soluciones que supongan resolver problemas y que no supongan considerar enemigo al adversario, soluciones que resuelvan problemas y generen que la mayoría de la sociedad se encuentre reconocida en ese camino.

Hasta ahora, la polarización está permitiendo de manera evidente el crecimiento de la ultraderecha, a través de posiciones manifiestamente contrarias a la convivencia y a la democracia. Hoy mismo estamos viviendo con preocupación el resultado de la segunda vuelta en Rumanía, que no es más que un síntoma de los vientos que corren en Europa.

Ya lo decía Aristóteles, la política es una forma de mantener a la sociedad «ordenada» con normas y reglas. El desorden y el caos a quienes realmente interesa es a quienes quieren acabar con el sistema, y no hay otro que garantice la libertad y los derechos más allá de las democracias. Respeto, ante todo respeto, luego ya si eso discrepamos. Aunque quién sabe, quizás estemos más de acuerdo de lo que pensamos de antemano. Si no probamos, nunca lo sabremos.