Opinión
Hay dos mundos y el Gobierno no está en el nuestro
La ciudadanía percibe que el delincuente independentista o podemita importa más que el ciudadano ordinario
Alguien está confundiendo el sentido práctico con la propaganda. Hay una lluvia de medidas cayendo sobre nuestras cabezas, pero los problemas que nos afectan siguen ahí. Con mucha alharaca se ha abordado la reforma del Consejo General del Poder Judicial, pero en la calle lo que la gente nota es que los juicios están aplazados o demorados, los tribunales atascados y los letrados en huelga. Lo mismo ocurre con el empleo juvenil. Le cuentan a la gente que ha subido el salario mínimo, pero nuestros jóvenes no encuentran trabajo de calidad, se van al extranjero a buscarse la vida y estudian y estudian sin que eso les lleve a ninguna parte. Les han dado, eso sí, una propinilla de 200 euros, todavía no sabemos para qué. España es el país de la UE con más paro juvenil.
Necesitamos incorporarnos a la revolución digital y para ello se han habilitado fondos europeos, pero nuestras empresas no los ven y la comisión europea destinada a fiscalizar los pagos se ha marchado escandalizada porque el Ejecutivo ha reducido las penas por malversación de fondos públicos.
Cada vez se subsidia más, pero ha tenido que ser UGT el que denuncie que hay trabajadores españoles cobrándolos porque no quieren trabajar en los puestos que se les ofrecen. El secretario general del sindicato, Pepe Álvarez, ha propuesto directamente quitar el paro al que rechace empleo o formación.
Y del Ministerio de Igualdad, ni hablamos porque legisla para Podemos, o sea, para la estratosfera.
¿Qué notamos las familias? Que el sexo está banalizado, las jóvenes más asustadas que antes y las familias aterrorizadas porque si un adolescente se pone tozudo, la ley lo va a proteger en el enfrentamiento con sus padres. Cada vez hay más manadas, pero en cambio se fomenta la instintividad. Cuando la secretaria de estado Pam Rodríguez ensalza el «satisfyer» y la masturbación está cayendo en el individualismo capitalista más egoísta. Creíamos que la izquierda era solidaridad, comunidad, lucha por el otro, pero es todo lo contrario lo que fomentan Irene Montero y sus adláteres.
La ciudadanía percibe que el delincuente independentista o podemita importa más que el ciudadano ordinario. Que la ingeniería social LGTBI ha ocupado el lugar del feminismo. Que las peleas entre los socios de gobierno han tomado el espacio que los problemas de la gente debieran tener.
Es como si hubiese dos países diferentes. En uno, los ahorros cada vez valen menos, las hipotecas son más caras, la energía se dispara, la cita del médico tarda más, los juicios se eternizan y no se encuentra trabajo. En el otro, se celebra con gran alharaca la paridad en los consejos de administración, la cobertura sanitaria de la trans hormonación, la justicia y la enseñanza «de género». Andan separadas la experiencia de las familias y los titulares de los telediarios.
Como una fantasma de la realidad relegada, como un pepito grillo, ha saltado el caso de "Tito Berni". El viejo olor de la corrupción y los enchufes. El borde sucio de la vida cotidiana de los que se llenan la boca con eslóganes en el hemiciclo y por detrás ponen la mano y reciben sobornos y mueven los dineros para los amigos. Lo malo de todo esto que habrá quien diga que la democracia no merece la pena, que el sistema no funciona. Y no, lo que no funciona es la conexión de Pedro Sánchez con la calle. Por eso no lo vemos salir ya de palacio, salvo a cenas amañadas, partidas de petanca con conmilitones o desayunos falsos.
La semana que concluye ha sido proverbial. Se anuncia un ERE brutal en la industria del automóvil, los letrados siguen en huelga, una manada de menores viola a una niña de 11 años y los policías se manifiestan. Mientras, los ministros se pelean, las ministras acuden enfrentadas al 8M y Pedro Sánchez hace campaña en Cataluña.