
Res non verba
Del Jordán al Guadalquivir
La ola palestina es para que Sánchez note el cariño de la calle y que ese cariño se sienta en las elecciones de Castilla y León y Andalucía

Siendo el pueblo judío tan agudo como es, habiendo sobrevivido a mil y una calamidades a lo largo de los milenios, sorprende que a nadie del Mossad o del Shin Bet se le haya ocurrido acabar con la ofensiva diplomática española de un plumazo. Bastaría un pacífico golpe de genialidad consistente en crear un partido que concurriera a las elecciones en España y obtuviese la representación parlamentaria necesaria para condicionar la continuidad de Pedro Sánchez en Moncloa. Ciertamente, en algún lugar del metaverso debe existir una realidad paralela en la que Netanyahu tiene siete votos que son pura golosina para Sánchez. Siete votos como los siete brazos de la Menorá, como los siete días que los israelitas marcharon alrededor de Jericó. Si el número 7 tiene su enjundia para los hebreos, para Sánchez puede llegar a ser un símbolo sagrado. En esa realidad paralela, Sánchez enviaría a Salvador Illa a Tel Aviv a negociar con Netanyahu y en un «cambio de opinión» anunciaría que lo de Gaza, bien pensado, más que genocidio, fue conflicto político y que bien merece una amnistía. En esa versión del multiverso, los pobres y sufridos gazatíes perderían el aliento moral del sanchismo, como lo perdieron los saharauis o los catalanes no nacionalistas en otros recodos de la galaxia. Por encima de cualquier realidad interdimensional, la única verdad inmutable es que las causas solidarias lo son más o lo son menos en función del aprovechamiento electoral que Sánchez pueda hacer de ellas.
No sabemos si Núñez Feijóo tiene el mismo don que la protagonista de «Todo en todas partes al mismo tiempo», pero sí ha tenido el pálpito de vislumbrar ese mundo paralelo: «Usted, por seguir en el poder, pactaría con Netanyahu». El líder del PP llegó a la sesión de control sabiendo que el presidente explotaría la carta palestina que le ha servido para achicar la cuota informativa a la corrupción. Para eso es un artista.
En algo coincidieron los dos: ambos se acusaron mutuamente de no escuchar al otro. Diálogo de sordos, con Feijóo retando a Sánchez a tener lo que hay que tener para dejar a los españoles sin Euroliga o Mundial de fútbol; que una cosa es hurtarnos a Melody y otra, a Lamine Yamal y De la Fuente. Sánchez no quiso contestar porque sabe que no le conviene jugar con el opio del pueblo y prefirió presumir de longevidad, a pesar de la mala salud de hierro de sus ejecutivos.
El presidente es un demacrado muy vivo capaz de presentarse en el Congreso como si tal cosa, después de su estupefaciente homenaje a la Diada. Cualquier otro no tendría dónde esconderse si hubiera alentado unas protestas que horas después hubiesen acabado con 22 policías heridos, pero Sánchez ha traspasado el rubicón de la agitación callejera y se ha quedado tan pichi. Sabe que sólo le queda la baza de las bajas pasiones y él nunca supo frenar. Los indepes negaron la violencia en el «procés» a pesar de que Barcelona ardía a ojos de todo el mundo y el sanchismo no se va a rasgar las vestiduras porque se tiren «cuatro vallas en la Gran Vía», según sintetizó la ministra de Educación, Pilar Alegría, que debió ver las cuatro vallas pero no a los 22 agentes heridos. Este Gobierno ni ve lo que no quiere ver ni escucha lo que no desea escuchar. Hasta María Jesús Montero, que siempre lleva en el bolso su espray de «y tú más» por si se topa con un pepero en una callejuela estrecha, llegó a escudarse en la palabra «genocidio» para no responder a las preguntas de su paisano Bendodo sobre corrupción y prostitución en el PSOE. Dónde vas, genocidio traigo. Por eso hay que agradecer a Junts y Bildu que consiguieran arrancar al presidente del monotema palestino para llevarle por los vericuetos de la economía.
Nogueras le partió el discurso por la mitad cuando le recordó que su complacencia sociolaboral es pura cháchara. Sánchez le dijo que discrepaba de esa opinión, pero no supo sacar los pies del tiesto. Con Puigdemont no está el horno para bollos. Más desconcertante fue incluso la respuesta a la portavoz de Bildu. El presidente bajó el tono y titubeó en sus explicaciones sobre los aranceles de Estados Unidos. Adoptó la pose del estudiante timorato que se está sometiendo a examen y la blanqueada filoetarra no tuvo piedad en su dictamen: no ha ido usted más allá, le ha faltado más contundencia.
Cuando Sánchez fue invitado por Amenábar a ver El Cautivo seguro que debió preguntarse si la peli iba de Cervantes en Argel o de él en Moncloa.
Hizo bien Feijóo en exigir a Israel que frene ya «la masacre de civiles» e hizo bien Patxi López al revelarnos esta semana, con su sincera simpleza, que esto de la ola palestina es para que Sánchez note el cariño de la calle y que ese cariño se sienta también en las elecciones de Castilla y León y Andalucía. El Gobierno pone la sensibilidad en el río Jordán, pero, en realidad, está pensando en el Pisuerga y el Guadalquivir.
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