Entrevista
José María Asencio, juez: "La banda sonora de la amnistía es "Lies", de los Rolling Stones"
El magistrado catalán pone música a un siglo de acontecimientos históricos en el libro "Entre acordes y cadenas"
José María Asencio es un juez polifacético. Cuando deja la toga a un lado, una de sus grandes pasiones es la música, que ahora plasma en un libro, "Entre acordes y cadenas" (Mankell Editorial), en el que elige la banda sonora de acontecimientos históricos del último siglo, del hundimiento del Titanic a las trincheras de la Primera Guerra Mundial, pasando por la Revolución cubana, el movimiento hippie o la Movida madrileña. Porque, como él mismo mantiene, "mientras quede humanidad" ningún periodo histórico, por trágico que sea, puede enmudecer una canción.
Ha escrito "Entre acordes y cadenas", en el que repasa un siglo de acontecimientos históricos a través de la música. Los acordes resuenan en su libro, pero ¿cuáles son las cadenas de un juez?
No creo que un juez, cuando ejerce como tal, esté encadenado de ninguna forma. Nosotros aplicamos la ley emanada del Parlamento, nos guste o no nos guste, pues no es nuestro trabajo hacer la norma, sino solo interpretarla y aplicarla. Ahora bien, esto no obsta a que, cuando escribimos un artículo o intervenimos en algún coloquio, podamos criticar dicha norma. Es más, considero que, como conocedores de la ley, tenemos una suerte de responsabilidad de hacerlo. Por ejemplo, en el caso de que un texto normativo adolezca de errores manifiestos, como ocurrió con la llamada “Ley del sí es sí”, o pueda vulnerar derechos fundamentales, como sucedería con una futura ley que limitase la libertad de prensa.
La música, dicen, amansa a las fieras, ¿y a los jueces?
Los jueces, aunque algunos vociferen lo contrario, no somos fieras. Y, por tanto, ningún político debería tratar de recluirnos en una jaula o de ponernos un bozal. Soy consciente de que, para los que meten la mano en la caja o se aprovechan de su posición, somos seres molestos. Pero ellos deben serlo también de que, por imperativo legal, cuando existen indicios de comisión de un delito, nosotros tenemos que actuar. No es nada personal. Es la ley. Eso sí, siempre pueden cambiarla y despenalizar la malversación o el tráfico de influencias.
Pone música a la Revolución Francesa, al hundimiento del Titanic, la revolución cubana, el movimiento hippie y hasta a la descolonización de África. ¿Qué periodo de la historia haría enmudecer cualquier canción?
Ninguno, mientras quede humanidad. Incluso en los momentos más terribles de la historia, en las trincheras de la cruel y fratricida Primera Guerra Mundial, la música dio esperanzas de paz a los soldados. Una anécdota, relacionada con el villancico “Noche de Paz”, que narro en el libro. O, avanzando más en el tiempo, el sentimiento de solidaridad que se extendió por los pueblos próximos al festival de Woodstock, cuando los asistentes se quedaron sin comida. Y bueno, la música de Ismaël Lô, que ha dado voz a los silencios del África postcolonial.
¿Escucha música cuando pone sentencias?
Nunca. Hay quien oye música, de fondo, como si fuera el ruido del tráfico, y pone sentencias. Pero escuchar música al tiempo en que uno escribe una sentencia creo no es posible, al menos si uno quiere hacer bien una de las dos cosas. Oír es tan solo algo físico, involuntario. No requiere de esfuerzo alguno. Escuchar, sin embargo, es distinto. Se trata de una actitud consciente y deseada, en la que hay que ponerlo todo. Ocurre lo mismo con los conceptos de ver y mirar. Para el primero sólo hace falta un ojo, ni siquiera dos. Pero mirar exige tiempo, minutos arrebatados a nuestra atropellada existencia. La vida no se ve; se mira, se contempla. Y la música no está para ser oída, sino escuchada.
Dice que la historia es distinta cuando se canta. ¿Aunque corramos el riesgo de dar el cante?
Dar el cante, hacerse notar, per se, no es malo. Yo diría que incluso es bueno en un mundo cada vez más homogéneo, donde podemos comer la misma hamburguesa de McDonald's en la Quinta Avenida de Nueva York y en la Plaza de Zocodover en Toledo. Quién sabe, puede que, en ocasiones, dar el cante, implique plantar batalla al titán de la deshumanización.
Confiesa que se levanta con "Al Alba", de Luis Eduardo Aute. Con la agitación que vive el mundo judicial a raíz de las acusaciones de "lawfare" y de los ataques de políticos, habrá días que cueste ponerse la toga.
Quienes trabajamos en los juzgados de primera línea, en mi caso, por ejemplo, en un Juzgado de lo Penal de Barcelona, aún creemos en la justicia, en la ley, como única forma para solventar los conflictos entre los ciudadanos. Y, cuando después de una larga mañana de juicios, hemos logrado aunque sea un ápice de este objetivo, regresamos a casa con la convicción de que la justicia funciona. Y ello a pesar de los ataques de unos y otros y de sus esfuerzos por desprestigiar a quienes, solo por vocación, nos ponemos la toga.
¿Qué banda sonora le pondría a la Ley de Amnistía?
Como en el libro dedico una parte al rock, el contexto pre-aprobatorio de la ley me recuerda mucho a aquel estribillo de la canción “Lies” de los Rolling Stones. Ese que decía varias veces “lies, lies, lies”. “Mentiras en cada paso que das”, “mentiras susurradas dulcemente en mi oído”. Una gran canción, aunque poco conocida, incluida en su álbum “Some Girls”, de 1978.
Habla de La Movida como "el inicio de algo nuevo". ¿Qué nos hemos dejado por el camino como sociedad hasta estos tiempos de crispación y maximalismos?
Algunos de los participantes en La Movida, con quienes he tenido la oportunidad de charlar para escribir el libro, vieron en este movimiento algo similar a lo sucedido en Francia con las políticas de Jack Lang, ministro de Cultura en el gobierno socialista de Mitterrand. En la interpretación española, claro. La nueva cultura como bandera para socializar a los españoles y olvidar las viejas rencillas guerracivilistas que todavía subyacían. Pero las cicatrices que los políticos de antaño se esforzaron por cerrar han sido abiertas de nuevo por los actuales, a quienes solo interesa la confrontación y que juegan al maniqueísmo para ganar votos. Una lástima.
Un disco que salvaría de la quema.
Todos. Salvo las Fallas de Valencia y las Hogueras de Alicante, yo no quemaría nada. Aunque esto les resulte difícil de digerir a los censores contemporáneos. A los neopuritanos disfrazados de progresistas que han irrumpido en escena y que pretenden prohibir (y a veces lo han conseguido) el “Arte de amar” de Ovidio por machista, las obras de la Generación Beat por obscenas o “Lo que el viento se llevó” por racista. Ni me gustan los procedimientos propios de la Inquisición ni las cazas de brujas al estilo de los Diez de Hollywood.
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