Guardia Civil

Juan Francisco, el último exiliado por los proetarras

Los padres de la novia de uno de los guardias civiles agredidos en Alsasua están a un paso de dejar el municipio navarro, al que llegaron hace 16 años y donde regentan un bar. Se temen lo peor si se condena a los agresores

Pancartas en Alsasua en contra de la detención de los supuestos agresores de los guardias civiles (arriba) y de la presencia de la Guardia Civil (abajo). A la dcha. el hogar de jubilados donde los padres de María José, novia de uno de los agentes, regentan el bar
Pancartas en Alsasua en contra de la detención de los supuestos agresores de los guardias civiles (arriba) y de la presencia de la Guardia Civil (abajo). A la dcha. el hogar de jubilados donde los padres de María José, novia de uno de los agentes, regentan el barlarazon

Los padres de la novia de uno de los guardias civiles agredidos en Alsasua están a un paso de dejar el municipio navarro, al que llegaron hace 16 años y donde regentan un bar. Se temen lo peor si se condena a los agresores

«Esto no ha hecho más que empezar», nos dijo en Alsasua Juan Francisco, el padre de María José, la joven de 19 años que fue agredida junto con su novio, teniente de la Guardia Civil. La frase no es una declaración. Nos aseguró que no iba a hacerlas, pero nos contó algunas historias, como que su hija es víctima de amenazas en Twitter y que circula un WhatsApp que responsabiliza a María José de que los agresores tengan que enfrentarse a la Justicia.

La tragedia en Alsasua no es que dos guardias civiles y sus parejas fueran agredidos, sino que los agresores hayan sido detenidos por lo que hicieron. «Doce familias altsasuarras, víctimas de un montaje policial», reza una enorme pancarta desplegada en la plaza principal del pueblo. En cada uno de los numerosos bares que bordean esa plaza hay carteles que apoyan a los agresores. En esas calles que han visto tanta amenaza impune amparada por el terrorismo etarra se considera una injusticia que la legislación española contemple como terrorismo una agresión a guardias civiles, atacados por serlo.

En Alsasua hoy, como cuando tras un atentado etarra se oía en los pueblos vascos aquella expresión de que «algo habrá hecho», se criminaliza a las víctimas. María José ha tenido que irse del lugar donde vivía desde que tenía tres años, y sus padres también se plantean la huida, pero no es fácil, porque tienen un negocio con deudas pendientes y no es sencillo liquidar las cuentas.

Los padres de María José llegaron a Alsasua desde Ecuador hace dieciséis años. Como muchos otros emigrantes trabajadores, consiguieron progresar. Él tiene un puesto en una empresa de la zona y logró además la concesión del bar de jubilados, cuya barra atiende su mujer. La historia de superación de esta familia inmigrante iba muy bien, incluso los padres estaban contentos con el noviazgo de María José. Óscar les parece un chico educado y respetuoso. No era ningún problema que fuera guardia civil. ETA ya no mata y creyeron que podían hacer una vida normal.

Unos días antes de la agresión a su hija y a su novio, esta familia renovó por cinco años la concesión del bar del hogar del jubilado, pero ahora hay quienes no entran en el bar, porque ser víctima en Alsasua es un estigma, al menos serlo de quienes no quieren que haya Guardia Civil en el pueblo. Y, además, a su mujer le da miedo atender sola la barra, porque hay veces que no hay nadie dentro y puede llegar quien sea y tal vez pueda ocurrir algo. Así las cosas, piensan que tal vez sería mejor marcharse, con una hija de 19 años que ya no tiene vida social en el pueblo y que ha tenido que irse, porque no puede salir a la calle.

Sus padres no se quejan, quieren seguir llevándose bien con todo el mundo, hasta el punto de que ni siquiera consideran una agresión que les rayaran el coche, porque puede haber sido cualquiera y no se puede acusar a nadie. El problema es el miedo. Ellos se sienten queridos en Alsasua y no quieren problemas, pero se temen lo peor, si hay sentencia, si se condena a prisión a los agresores. El pueblo está con ellos, no con las víctimas. A los padres de María José algunos les consideran del bando de la Guardia Civil y ellos dicen que no son de ningún bando y ni siquiera entienden por qué de repente ellos, que han vivido tan tranquilos en Alsasua, son señalados ahora en el pueblo. También les preocupa su hija, que a los 19 años tiene enemigos sólo porque la atacaron junto con su novio guardia civil y ahora hay quien podría ser condenado a prisión por ello. La culpa de lo que va a ocurrir a los agresores la tienen en Alsasua las víctimas. Los padres de María José no culpabilizan, sin embargo, a nadie. Y tampoco odian. Sólo se plantean cómo sobrevivir a las circunstancias excepcionales que se les han venido encima. Consideran que en Alsasua hay buena gente, que se acerca a apoyarlos, aunque antes miren a ver si alguien les ve realizar ese gesto.

Estamos en un pueblo donde las miradas tienen mucho significado. Con poco más de 7.000 habitantes, a los forasteros se les detecta y se les observa. Hay suspicacia en la calle y se nota que los testigos de lo que allí ocurre no son bienvenidos. Contrasta ese ambiente de hostilidad que se respira con la normalidad a la que aspiran quienes están marcados en el pueblo, como ahora María José y su familia y siempre las familias de los guardias civiles que viven en el cuartel, situado un poco alejado, rodeado por un gran muro de hormigón que puede proteger el sueño de quienes allí trabajan y viven, pero que no les defiende del odio, un odio que ellos aseguran que no es general, sino de grupos que imponen su ley.

Una mujer de uno de los guardias civiles que paseaba a un perro en las inmediaciones del cuartel nos dijo que no hay tanta hostilidad como transmiten hechos puntuales como la agresión a los dos guardias civiles y sus parejas. Asegura que las cosas han cambiado mucho en los últimos tiempos y que incluso ella puede llevar a sus hijos a actividades extraescolares y «no pasa nada». Las mujeres de los guardias civiles han quedado en no hablar con los periodistas, porque piensan que la atención que están suscitando en los medios se vuelve contra ellas y sus maridos. Incluso no les gusta que otras mujeres de guardias civiles que vivieron en Alsasua hace años cuenten ahora las cosas que tenían que soportar en el pueblo. Ellas quieren vivir en paz en esa «normalidad rara» –según sus palabras– en las que se desenvuelve su actividad cotidiana. Dicen que en Alsasua hay muy buena gente, pero lo que vimos nosotros es que esa buena gente, que existe en todos los pueblos de España, allí permanece callada, pendiente de no decir nada que pueda molestar a quienes imponen su ley en el pueblo. O estás con ellos en Alsasua, o estás contra ellos. Y sobrevivir es no llamar la atención, no hacer nada que pueda molestarles

Hablamos con varias de esas personas normales, a las que no nos dio reparo acercarnos, porque no nos fulminaban con la mirada, pero fueron amables sin decir nada, sin atreverse a opinar o a explicar. Las cosas han cambiado desde que ETA no mata, pero en Alsasua hay quien pretende seguir imponiendo la ley de las armas, aunque ahora estén guardadas.