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«Le Roi a abdique, vive le roi!»

La Razón
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Los franceses, muy gráficamente, describían el proceso de cambio de rey con la expresión: «Le Roi est mort, vive le Roi!». La frase se pronunció por vez primera en 1422 cuando el rey Carlos VII de Francia ascendió al trono tras la muerte de su padre el Carlos VI. Tradicionalmente la proclamación regia la realizaba en el país galo el Duque de Uzès, par de Francia, una vez los restos del anterior monarca eran depositados en el panteón regio de la Basílica de Saint-Denis. Generalmente los derechos de soberanía se transmitían directamente una vez había fallecido el monarca precedente. En la Dinamarca actual, es el primer ministro quien, una vez muerto el rey o reina titulares anteriores, sale al balcón del del Parlamento, para proclamar el nuevo rey: «Kongen leve, kongen er død».

Todos hemos visto películas en las que se plasma el acatamiento que la reina viuda presta besando la mano de su hijo y nuevo rey. Precisamente, la transmisión hereditaria del poder facilita y consagra el que no existan interregnos que –generalmente- no favorecen la estabilidad política. En Polonia, donde los reyes fueron mucho tiempo electivos, esa transmisión no era automática y era el Arzobispo Primado de Polonia quien ejercía la Regencia mientras no se elegía al siguiente rey. Cuando un monarca abdica el inmediato sucesor debería convertirse, ipso facto, una vez firmada y refrendada el acta de abdicación, en nuevo rey, o –en su caso- gran duque o príncipe reinante. Ya cuando en Inglaterra murió Enrique III el Consejo Real declaró que el trono nunca debía estar vacío y proclamó rey de inmediato a Eduardo I entonces empeñado en la octava cruzada, por lo que no se enteró de que era rey hasta mucho después. Eso ya no podría suceder en el mundo de hoy donde las comunicaciones hacen que nos enteremos «on line» de todo lo que sucede. En España, de modo más castizo, usamos la expresión «A rey muerto, rey puesto», que parece que pronunció por vez primera el rey Don Felipe V en Barcelona cuando sus fieles le querían disuadir de que, por su propia seguridad, se pusiera al frente de las tropas que luchaban contra las del Archiduque Carlos. Le dijeron que «rey no hay más que uno» pero Felipe les contestó: «Otro habrá. A rey muerto, rey puesto». Acerca del modo en que los diversos monarcas asumen la corona tenemos ejemplos de todo tipo. Solemos emplear la palabra «coronación» aunque lo cierto es que actualmente en Europa sólo subsiste la que se realiza en el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte. En la dinastía capetina francesa, en la Casa Real de Hungría (hasta el emperador Fernando I) y en la dinastía angevina inglesa durante la coronación del rey se coronaba también al heredero con el fin de evitar disputas dinásticas. En los reinos peninsulares españoles ha habido a lo largo de su historia ceremonias de coronación – como pasaba en el Reino de Aragón o como le sucedió a Carlos I de España cuando fue coronado en Aquisgrán como Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico -, jura o proclamación, como ha acontecido desde la Edad Moderna en España. En el Reino de Navarra el soberano era alzado sobre un escudo por los ricohombres ante la imagen de Santa María la Real de Pamplona. Sin embargo, aunque la mayoría de los monarcas actuales no sean coronados, la corona era y sigue siendo el símbolo del estatus regio. Hoy se habla con más frecuencia de la palabra «entronización» aunque tampoco se empleen los salones del trono, ni los tronos mismos, más que de modo simbólico. Así, el nuevo rey Guillermo Alejandro de los Países Bajos fue entronizado en la Nieuwe Kerk de Amsterdam. Por su parte, el rey Felipe de los Belgas prestó juramento ante las cámaras reunidas. Vemos pues que Iglesias y Parlamentos suelen ser los escenarios de las entronizaciones. Creo que el uso de ambas no debería ser excluyente pudiéndose proclamar ante las cámaras y celebrar «in Chiesa», honrando así, en el caso español, la tradición cristiana de nuestro país. En España, el artículo 61.1 de la Constitución establece que «el rey al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y hacer respetar los derechos de los ciudadanos y las Comunidades Autónomas». Pero hay que subrayar que el Rey no es proclamado por las Cortes sino ante ellas. En realidad la sucesión es automática y Don Felipe VI lo es desde el mismo momento en que el Rey Don Juan Carlos I abdica, aunque haya que dar cumplimiento al artículo 57.5 de la Carga Magna. Hay que preparar la ceremonia de proclamación y que ésta sea lo más solemne posible. Se trata de una ocasión relevante, que merece que se cuide en extremo y se explique muy bien su profundo significado. El Rey ha abdicado, ¡Viva el Rey!