Opinión

Let Feijóo be Feijóo

¿Va a conseguir superar la barrera que le separa de los varones menores de 35 añadiendo un insulto encubierto en una canción de 1968? Difícilmente

Núñez Feijóo en el Pleno del Congreso de los Diputados
Alberto Núñez Feijóo, en el Pleno del Congreso de los DiputadosDavid JarFotógrafos

El ala oeste de la Casa Blanca está tan trillada como origen de citas que no hace falta haberla visto para captarlas. «Let Barlet be Barlet» («Dejen a Barlet ser Barlet») hace referencia al episodio decimonoveno.

El resumen vendría a ser que el presidente encarnado por Martin Sheen debería ser él mismo a la hora de plantear sus políticas, porque intentar quedar bien con todo el mundo está teniendo resultados contraproducentes en las encuestas que se publican. Su influencia ha sido tal que hay hasta una consultora española –be Barlet– que ha tomado su nombre de ahí.

Extrapolarlo a la política real no es tan fácil. Requiere, primero, traducir bien el concepto a cada dirigente al que se quiera aplicar. En la ficción se trataba de apostar por la osadía y los puntos más ideológicos del programa.

Eso estaba bien para el Barlet de Sorkin. Pero, en otros casos, «ser uno mismo» es lo contrario. De ahí que nos acordáramos de la frase en la primavera de 2021. «Let Gabilondo be Gabilondo». El candidato socialista a las elecciones regionales madrileñas de aquel entonces fue obligado por el aparato de su partido a adoptar un rol pasadísimo de revoluciones en una convocatoria marcada por el histrionismo.

Ángel Gabilondo terminó hospitalizado y el Partido Socialista pasó de ser la primera a la tercera fuerza de la Asamblea. Hoy Gabilondo puede ser Gabilondo otra vez desde la muy institucional posición de Defensor del Pueblo.

Mucho nos tememos que, últimamente, a Alberto Núñez Feijóo no le están dejando ser Alberto Núñez Feijóo. La alternativa es que nos engañara cuando prometió implantar la «política para adultos» al llegar a la presidencia del Partido Popular en marzo de 2022. Génova parece haberse tomado muy en serio ese consejo sobado de la autoayuda que anima a salir de un constructo llamado «zona de confort». Siempre que el contexto político les es favorable corren a por la pistola para darse el tiro en el pie que mete en el congelador esa ventaja.

Las cosas hace unos días estaban así:

Sánchez y Moncloa empiezan a esgrimir un argumentario que busca desterrar la idea de que exista polarización en España. Aquí el insulto y la descalificación del adversario serían unidireccionales: sólo se producen en la «fachosfera» que queda siempre al otro lado del muro.

Y, en esas, vino lo de la fosa. Lo más sorprendente del episodio es otorgar a Miguel Tellado la capacidad para decir una cosa con subtexto. La sincronización del aspaviento batió sus mejores marcas, dejando la misma sensación que esos bolígrafos que, de repente, vuelven a escribir bien justo antes de quedarse sin tinta definitivamente.

A Feijóo no se le ocurre entonces nada mejor que subir a su perfil personal en Instagram un vídeo en el que aparece cantando, junto a otros parroquianos, «Mi limón, mi limonero» en un local coruñés.

Hasta aquí el hecho no es demasiado extraordinario. Uno de esos gestos muy de tiempos de Rajoy con los que parece querer buscarse la humanización del tecnócrata más bien grisáceo. Pero en las redes sociales el mensaje está en la apostilla. Y Feijóo añade la frase «me gusta la fruta».

Este gamberrismo de laboratorio no termina de encajar en el molde de Alberto Núñez Feijóo. Además, es un movimiento político que sería raro que consiguiera ninguno de los objetivos que podemos sospechar que están detrás.

Por un lado, da validez al discurso victimista del Gobierno de coalición. Hasta ese momento, éste podía ser calificado casi como pura ensoñación. Pedro Sánchez ha tratado siempre con displicencia, cuando no directamente con desprecio, al actual jefe de la oposición. (Tampoco fue muy distinto con los anteriores). Ha llegado, incluso, a reírse en su cara desde la tribuna de oradores del Congreso. Pero nunca le ha llamado «hijo de puta».

Además, pone en riesgo las abstenciones de los votantes más inclinados al PSOE que no quieren refrendar a Pedro Sánchez pero cuyos principios les impiden meter en una urna una papeleta que lleve el logo del PP. No es cosa menor. Las dos mayorías absolutas cosechadas por los populares (2000 y 2011) se consiguieron gracias a esos socialistas que hicieron a Génova el favor de quedarse en casa.

Y, por último, resulta harto dudoso que sirva para rascar algo en Vox. (Y, aunque así fuera, el fin no justifica los medios). En el fondo, no deja de ser un menosprecio intelectual al votante de ese partido.

¿Acaso piensan que no son capaces de distinguir un comportamiento sincero de una pose busca-votos? ¿Va a conseguir Feijóo superar la barrera que le separa de los varones menores de 35 añadiendo un insulto encubierto a su interpretación de una canción de 1968? Difícilmente. Estamos hablando de un electorado acostumbrado a que sus líderes no se anden con medias tintas.

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