Opinión

El método Sánchez: domesticar la sospecha

La implicación de la mujer del presidente en tramas investigadas hubiera generado, en otras épocas, su salida inmediata del Gobierno

MADRID.-Vox concluye que Begoña Gómez habría cometido cinco delitos en su cátedra de la UCM
Begoña Gómez, en la Asamblea de MadridEuropa Press

Pedro Sánchez no gobierna con proyecto, sino con reflejos. Su modo de proceder no es un programa, es una técnica, un método para mantener un poder que ya no ejerce, que administra como se administra un predio, en un ecosistema vaciado de convicciones y entramado de éticas subcontratadas y verdades en coyuntura.

El caso de José Luis Ábalos, de nuevo de actualidad por los informes de la UCO conocidos esta semana, es revelador al respecto. No por las nuevas informaciones conocidas sobre el exministro de Fomento, que son importantes, sí, pero que no revelan nada que no supiéramos sobre el personaje. Lo son por lo que sí desvelan de Pedro Sánchez. Porque las correrías de su ex «número dos» ponen al aire un sistema calibrado a la perfección para gestionar cualquier crisis.

Lo mismo ocurre con Begoña Gómez, cuya aparición destacada en los mismos informes debería, en cualquier otra circunstancia política, haber supuesto un cataclismo. La implicación de la mujer del presidente en tramas investigadas por la Justicia hubiera generado, en otras épocas, una erosión institucional profunda y la salida inmediata del jefe del Ejecutivo. Sin embargo, en el presente, ni tambalea al Gobierno ni pestañea Sánchez.

Hay quienes sostienen que el alto precio político que Sánchez paga por sostenerse en el poder –concesiones constantes, pactos incómodos, cesiones estructurales– acabará por rendirlo, que la fragilidad parlamentaria acabará por finiquitar la legislatura. Puede ser. Pero incluso si eso ocurre, cabe preguntarse: con Sánchez fuera, ¿el «sanchismo» habrá terminado? O si, por el contrario, su herencia le sobrevivirá. Porque a estas alturas, resulta evidente que el «sanchismo» tiene aspiraciones de perdurar. Sánchez no solo gobierna, sino que lo hace trastocando el entorno. Ha alterado la cultura política española en sus cimientos, en sus formas, en su lenguaje. Ha instaurado una nueva lógica.

Ambos escándalos, que en otro tiempo hubieran supuesto la caída estrepitosa y vergonzante del presidente y la convocatoria de unas nuevas elecciones, apenas le han rozado. Primero, porque son producto directo del «sanchismo»; la fauna y flora de su ecosistema. En segundo lugar, porque a base de mucho cálculo y poco escrúpulo, Sánchez ha logrado metabolizar la sospecha, incorporarla como un elemento más, no ya de su trayectoria pública particular, sino de la cultura pública. Del mismo modo que la transparencia se incorporó al paisaje de la vida política, y desde entonces el concepto, mal que bien, persiste, aunque sea en la retórica, así Sánchez con la sospecha. Lejos de erradicarla, la ha domesticado. Ha hecho de ella un componente más de su perfil, la ha transformado en un atributo funcional. Ha sido asimilada al paisanaje político del «sanchismo» con naturalidad.

Sánchez y su universo político viven en guerra. ¿Contra quién? Contra todo aquello que no sean ellos mismos. Por eso las decisiones mercenarias son aplaudidas como gestos de genialidad estratégica en vez de rampantes chusquerías propias de políticos montaraces. Por eso, las sospechas fundadas que caen sobre él desde los balcones abiertos de su ex «número dos» y de su propia mujer pasan por malignidades de la oposición, los jueces y los medios.

El método del presidente del Gobierno es un modelo de actuación, pero no es solo eso. Es, ante todo, un clima mental. Una atmósfera que disuelve los límites de lo admisible y en la que se vence a la indignación por la fatiga. Este es el terreno del poder sanchista: un lugar en el que lo que ayer se negaba, hoy se promulga, y lo que hoy se promete, mañana se olvida.

La perversión es tan profunda que la corrupción acaba siendo un elemento secundario. Porque la verdadera anomalía es cómo se han reconfigurado los estándares morales y políticos. Lo que antes generaba dimisiones, ahora apenas levanta cejas. Lo que se negaba ayer, se promulga hoy sin sonrojo. Lo que se promete hoy, se olvida mañana sin coste alguno. Y mientras tanto, la sociedad, agotada y saturada, deja de indignarse. Porque en el terreno del «sanchismo», la indignación ya no estalla: se fatiga.

El método Sánchez es más que una estrategia de gobierno, es una forma de entender el poder. Y lo que debería preocuparnos, en el fondo, es que ese instale más allá de la vida útil de esta legislatura.