ETA

No hay atajos

La Razón
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Durante décadas todos los españoles de bien hemos anhelado el fin de ETA. Los familiares de cada uno de los 856 asesinados por la banda terrorista, desde su inmenso dolor, compartían siempre el mismo deseo: que nadie más tuviera que pasar por un trance semejante al suyo, que su pérdida fuese la última ocasionada por los asesinos. Pero ETA siempre fue indiferente al sufrimiento ajeno. Siempre fue sorda a las peticiones de clemencia. Siempre fue inmune a las desgarradoras consecuencias de sus atentados. Ni la aterrada súplica de quienes sintieron el cañón de sus pistolas en la nuca, ni el clamor de miles de españoles recorriendo las calles de toda España sirvieron para ablandar a los asesinos. Tampoco le importó contra quién se atentaba. Las bombas en centros comerciales, en casas cuartel, en la vía pública sólo perseguían causar los mayores estragos posibles, a mayor número de muertos o heridos graves, mayor motivo de celebración.

Tras medio siglo de existencia, años de sufrimiento y dolor, la unidad de los demócratas y el incansable y magnífico trabajo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado hicieron posible la derrota incuestionable de los asesinos. Por eso llega tarde su declaración de extinción. No estamos ante un acto voluntario, es, pura y simplemente, la constatación de una evidencia.

Pero esta formalización de la victoria del Estado de Derecho no debe llamarnos a engaño. Éste no es el momento de pasar página o de poner punto y final. Por desgracia, en la historia de ETA quedan aún muchos renglones por escribir. Tantos como crímenes faltan por esclarecer o víctimas por aparecer. Si quienes han formado parte de ETA y su entorno quieren verdaderamente iniciar una nueva etapa, no deben hacerlo con peticiones de perdón que ofenden a las víctimas y tratan de legitimar la existencia de la banda, sino contribuyendo a esclarecer los más de trescientos crímenes pendientes de resolución y haciendo posible que todos y cada uno de los responsables cumplan su condena.

Si ETA y su entorno, de verdad han tomado conciencia de lo inhumana que fue su existencia, del inmenso daño que causaron, del terror en el que sumieron a un país entero, tiene una forma muy simple de demostrarlo: reconocer que todos y cada uno de los presos etarras son, pura y simplemente, terroristas asesinos, integrantes y colaboradores de banda armada. Basta ya de homenajes a quienes apretaron el gatillo. Basta ya de exaltación de individuos que colocaron bombas. Basta ya de honrar a secuestradores, torturadores y extorsionadores.

Las víctimas del terrorismo hemos reaccionado de forma unánime a los últimos movimientos de ETA, porque somos plenamente conscientes de sus constantes intentos de falsear la verdad, y la prueba más reciente son sus últimos comunicados. El Estado de Derecho no le debe absolutamente nada a ETA y por eso sus presuntos gestos de contrición no deben alterar en absoluto el funcionamiento de nuestro sistema legal, judicial y penitenciario. Las víctimas no admitiremos que quienes causaron tanto sufrimiento y dolor pretendan encontrar atajos para eludir todas las consecuencias que nuestro ordenamiento jurídico prevé como respuesta a sus actos.