Proclamación de Felipe VI
El Rey pidió incluir a parados y víctimas en su discurso
Don Felipe confió en dos grupos de trabajo. Se llevaba los borradores y los devolvía con anotaciones. Cuatro días antes de la proclamación, el texto llegó al Gobierno
Confió en dos grupos de trabajo y envió el texto al Gobierno cuatro días antes. El entorno de Zarzuela asegura que hizo «una llamada clara a pasar a la acción»
El discurso que pronunció Felipe VI el día de su proclamación en las Cortes empezó a gestarse una semana después de la abdicación del Rey Don Juan Carlos. Se crearon dos equipos. El primero lo integraban Jaime Alfonsín, jefe entonces de la Secretaría del Príncipe de Asturias; Rafael Spottorno, jefe de la Casa del Rey; y el propio Príncipe. Fue a Alfonsín a quien le tocó redactar el «jamón» del discurso con las ideas que iban surgiendo de ese primer equipo. El método de trabajo era sencillo: se iban apuntando los temas a incluir en el discurso y se iban desarrollando. Así se conformó el primer borrador. Cuando el primer equipo tuvo planteado el esqueleto, entró en danza el segundo: Alfonso Sanz Portolés, secretario general de la Casa; Domingo Martínez Palomo, Jefe del Gabinete de Planificación y Coordinación; y Javier Ayuso, director de Relaciones con los Medios de Comunicación. Naturalmente, este nuevo equipo iba añadiendo ideas, con lo que cada vez el texto iba engordando más. Y entonces venía la purga: si Latinoamérica estaba citada varias veces había que quitar alguna. Pero también volvía el Príncipe: había que citar a los parados; incluir referencias al futuro más que al pasado; a las víctimas del terrorismo...
Cada vez que se elaboraba un nuevo borrador, y fueron varios, el Príncipe se lo llevaba y, en la reunión siguiente, lo traía anotado, tachado, trabajado. No dudan los que participaron en aquel trabajo que Doña Letizia conocía también aquellos textos. Y no porque su letra apareciera en ellos sino porque había ideas que parecían proceder de ella. Algunas referencias pidió el Príncipe desde el primer momento: la inclusión de su padre, el Rey, de su madre, Doña Sofía, y de Don Juan. Las desarrolló él mismo, aunque fuera de manera breve, pero también dejó claro que, en ningún caso, debían desaparecer. También pidió que figurara el agradecimiento a sus profesores por la educación recibida.
Si no hubo ninguna alusión al Ejército, fue porque desde el principio fueron conscientes de que la imposición por parte de su padre de la faja de Capitán General tendría lugar instantes antes de la proclamación. Y ese acto –con presencia familiar al completo– sería la manifestación más clara de la condición del nuevo Rey como jefe de las Fuerzas Armadas. Se retransmitiría en directo. Además, las referencias a su educación incluían –estaba en la mente del propio Don Felipe– el reconocimiento a su formación en las Academias Militares.
El lunes, cuatro días antes de la proclamación, el discurso fue enviado al Gobierno, que hizo algunas sugerencias que se incluyeron. Y, dos días antes de ser pronunciado, el texto estaba cerrado. Tuvo tiempo Don Felipe de ensayarlo y anotarlo. Pero no contaba con algo: los nervios que tendría aquel día. Una cosa es que sepa contenerlos, y otra que no se le noten. Y aunque lleva pronunciados cientos de discursos, aquél no iba a ser un día más.
Efectivamente, Felipe VI inició su discurso bastante nervioso. Se le escucharon algunos gallos, lo que sucede cuando lo está. Las referencias al Rey primero y a su madre –con aquel prolongado aplauso de todos los asistentes– emocionaron especialmente al Rey. Pero superado aquel momento, la lectura empezó a fluir de manera más convincente, enfatizando algunas de las frases que tenía previstas. Fueron 25 minutos largos, donde había que decir muchas cosas. Las cosas que pueden decirse en el discurso más importante de un reinado, aunque luego haya otros quizá mejores o más redondos. Las circunstancias hicieron que ese día coincidiera con Fernando Ónega. Estábamos sentados juntos comentando la ceremonia para Televisión Española. Sin duda este periodista ha construido los mejores discursos que se han hecho en democracia para un presidente del Gobierno, en concreto para Adolfo Suárez. Cuando acabó el Rey, le pregunté –ya sin micrófonos– su opinión. «Sencillamente magnífico», me dijo. Yo le quise poner un pero. ¿No te parece que podía haber enfatizado más algunas frases? «Sí, pero ten en cuenta que el nerviosismo del momento pesa mucho». Había clavado lo ocurrido.
Comentamos también, ya camino de la recepción en el Palacio Real, aquellas referencias a las obligaciones más que a los derechos: obligaciones del Rey, de los políticos, de todos los ciudadanos... me sonaron un poco a Kennedy. También el tono positivo y la mirada optimista al futuro. Sí, aquello sonaba a algo nuevo. Y lo comentamos también en antena mientras el desfile militar ponía punto final al acto en la Carrera de San Jerónimo. Y nuevo fue lo que vino después. Vi el gesto de Don Felipe al montarse en el Rolls-Royce ya descubierto. Me pareció que se agarraba a la estructura de la capota, y que así iba a continuar. No se iba a sentar y lo dije. Luego, quien podía, me confirmó lo ocurrido. Fue el propio Rey quien había pedido ir en coche descubierto. Hay que decir que todos sus ayudantes estuvieron de acuerdo. Sólo hubo que esperar a una cosa: a que la seguridad lo autorizara. Puso sus pegas, pero se impuso el criterio de Don Felipe. Y lo comento ahora porque aquel gesto fue también parte del discurso. Los españoles debían ver a su Rey, y él no se podía esconder. Era una buena forma de empezar a reinar.
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