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Su Majestad enseña a su Alteza
Sofía detiene su mirada en la bóveda del Congreso. Baja la mirada al palco. ¡Una cara conocida entre tanto extraño! Le susurra a Leonor su hallazgo. Era su abuela Paloma. Les cuelgan los pies de la silla. No los balancean. Sofía incluso hace el amago de juntar aún más las piernas. Con artículos de Juan Rosell, Víctor García de la Concha, José Manuel Blecua, Joaquín Antuña, Marta Rivera de la Cruz, Hannibal Laguna, Pedro Mansilla, Paloma O'Shea y Ramón Tamamaes, entre otros.
Sofía detiene su mirada en la bóveda del Congreso. Baja la mirada al palco. ¡Una cara conocida entre tanto extraño! Le susurra a Leonor su hallazgo. Era su abuela Paloma. Les cuelgan los pies de la silla. No los balancean. Sofía incluso hace el amago de juntar aún más las piernas. No hace falta que Doña Letizia repita el gesto de la firma de abdicación. Son dóciles. Una princesa de 8 años y una infanta, de 7, en su debut en el mundo de los mayores. Las autoridades, las cámaras, los invitados y los espectadores las buscaban. En Zarzuela durante la imposición del fajín. En la carrera de San Jerónimo. Ante los diputados y senadores. En la parada militar. Desde el balcón del Palacio de Oriente.
«¡Qué bien educadas!», surge como coletilla. Y el oyente asiente. La disciplina que la nueva Reina, con el respaldo de Don Felipe, ha buscado en la educación a sus hijas da sus frutos, sin restar espontaneidad a unas niñas con la curiosidad en el ADN. Desde que entraron en escena, respondieron obedientes a lo que pedía la agenda. Ya lo dijo el Papa Francisco hace unos días: «Hay una diferencia entre el terrorismo y el protocolo. Con los terroristas se puede negociar». Doña Letizia lo ha aprendido y se lo ha inculcado a sus hijas. Las tuteló en todo momento. Se adelantaba a ellas cuando tocaba cambiar de registro y las guiaba al siguiente destino. Una caricia en el rostro que se pierde en la barbilla y una mano apoyada en el hombro le servían a la Reina para respaldar el comportamiento de las pequeñas. Como al terminar el himno en la carrera de San Jerónimo. Doña Letizia las busca con la mirada y constata que siguen en posición de firme. Llegan ante la puerta del Congreso y sin recibir orden alguna –ensayos los ha habido y con su madre como referente– Leonor como heredera se sitúa junto a su padre. Sofía, arrimada a Doña Letizia.
Llega el gran momento. Ovación ante la entrada del Rey en el hemiciclo. Miran temerosas, pero pronto se amoldan al escenario. Arranca el discurso y observan. Descubren en los palcos a la tía Elena, la bisabuela Menchu... Doña Letizia las vigila y acompaña con su mirada. Cómplices. En ese momento, Don Felipe las cita en su discurso y las tres vuelven a fijar la mirada al frente. Se unen al aplauso a Doña Sofía, se ponen en pie y no pueden evitar mandarle un saludo. Es su abuela. Más comedidas con los gestos, pero no con la mirada, a los padres de Doña Letizia. Fin del discurso, pero no de su misión.
Cuando tocó saludar a las autoridades en el interior del Congreso, Leonor, algo más tímida, ya tenía la mano preparada, pero su hermana la estrechaba con más fuerza. El ex presidente Felipe González tuvo un guiño hacia ellas, besándoles la mano y ellas respondieron riéndose. A partir de ese instante, Doña Letizia ejerció de intermediaria y fue presentándoles uno a uno a todos sus interlocutores, comenzando por la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, y continuando con cada uno de los presidentes autonómicos. En el Palacio de Oriente tampoco defraudaron. Se subieron a un altillo y no pararon de saludar. Mirada algo melancólica la de Leonor y curiosa, muy curiosa, la de Sofía. Descubre a alguien en el interior y se ríe. Sus abuelos rompen el conjunto y ella las acompaña. La nueva Princesa se resiste. Tiene una duda sobre algo que ha divisado. Sus padres la atienden. Entra en palacio. Fin del acto. Misión cumplida de Doña Letizia.
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