La Noria
Las «señoritas» de vida alegre de Aldama, el rey de la cama
Resulta que ni Koldo ni Ábalos ni Torres han estado en los «picaderos» que alquilaba el «señor de las mordidas». A las chicas parece ser que las pagaban para hacerse trenzas en fiestas de pijamas
Meretriz, puta, furcia, zorra, ramera, fulana, pelandusca. Estos son los sinónimos que la Real Academia de la Lengua Española contempla para prostituta ahora que nos hemos empeñado en llamarlas «señoritas». Perdónenme, pero a mí, lo de «señorita», me suena a Gracita Morales en «Cómo está el servicio». Aunque lo prefiero a «escort», así por lo menos lo castellanizamos. Fue el «empresario» Víctor de Aldama, ese hombre con cara de haberse pegado una buena farra la noche anterior, pero atusado con premura, quien decidió referirse así a las chicas de vida alegre –ese término me complace aún más– en ese alto tribunal repleto de personas rectas e íntegras.
Pues resulta que el «señor de las mordidas» –a ese que le da reparo llamar al pan, pan, y al vino, vino– sostiene que no fue él quien tiró de cartera para contratar los servicios de tan desenfadadas jovenzuelas. Que lo que sí pagó fue el alquiler del piso, un Airbnb, sito en la calle Atocha número 25. Porque eso de llevar a sus amigos a locales de lucecitas como ese «lugar diferente para relajar cuerpo y mente», antiguamente ubicado en la N-340 a su paso por la pedanía gaditana de El Colorado, no le parecía lo suficientemente discreto.
Y allí, en ese pisito de 155 metros cuadrados que admite mascotas en uno de los mejores barrios de Madrid, casualmente, había unas «señoritas» y se producían encuentros de «distinta naturaleza». Entre ellos, para jugar al mus, al calor de una bonita chimenea y frente a un busto de Julio César. En los dormitorios (los colchones parecen ser que estaban ya demasiado blandos de tanto uso, según una queja de una mujer llamada Chantal que se alojó allí tras la visita del grupito de «señoritas») hay cabeceros de capitoné, un vestidor para vestirse y desvestirse, y un baño en suite con ducha de cromoterapia, preferiblemente en rojo socialista, donde se dedicaban a otros menesteres. Ducha, por cierto, de cuyo olor también se quejó la pulcra Chantal.
Otro de los «picaderos», este más reducido, de 120 metros cuadrados, se encuentra en la calle Ayala. Allí, bajo unos cuadros de chaquetillas de torero de la tienda Balcris y a 800 euros la unidad, tenían lugar las faenas, por no usar otro término taurino que podría resultar más vulgar (aprendiendo del uso de la lengua de Aldama). En ese piso, además de dos habitaciones dobles, con cabeceros rústicos de madera, hay una con literas por si la fiesta se desmadraba y quería quedarse algún amigo más. Y para un buen remojón, cuenta hasta con una minipiscina en el ático y una zona «chill out» con césped artificial.
El que soltaba la pasta gansa para contratar a esas damiselas que iban a relajar a tan insignes caballeros, era el asesor del exministro caído en desgracia, Koldo García, que ha decidido hacerse un Villarejo – aunque su cara ya es tan conocida como la de las monedas de un euro– y taparse hasta arriba con un gorro para la nieve. Al tiempo presiona su nariz ante el tufo que desprende todo este asunto, para evitar ser reconocido a su salida del Tribunal Supremo. Ha debido acudir a la clínica donde operaron a aquel ladrón de un furgón conocido como «El Dioni» y que también gozaba de la compañía de «señoritas» por tierras brasileñas.
Por lo visto, Koldo tenía la agenda del móvil repleta de contactos, especialmente en la P. Y mejor que los anotase de manera digital porque su escritura debe ser ahora como la de un médico, ya que afirma que debido a unas operaciones en su brazo derecho ha perdido fuerza y que tiene «temblores». Como para no tenerlos.
A ese piso, sostiene Aldama, el rey de la cama, acudieron Ábalos y Koldo para celebrar un 15 de diciembre (día mundial del Otaku, esos de los que dicen que no son muy aseados, y aniversario del referéndum tras la dictadura de Franco) el amaño de unas adjudicaciones púbicas, perdón, públicas. Este corrector...
El caso es que tanto Koldo como Ábalos niegan haber estado en el piso, así que las «señoritas de Avignon» debieron hacer ellas solas una fiesta de pijamas mientras se hacían trenzas unas a otras. Porque, y de él no me he olvidado, Ángel Víctor Torres tampoco ha pisado ese apartamento ya que estaba acumulando puntos en vuelos.
Aldama es como mi vecino Jose, «te lo encuentra más barato, te recoge del festi, te desmonta un aparato».