Opinión
Sumar y la farsa del mal teatro
El partido de Díaz es ahora solo una prolongación del mismo sistema que tacharon de régimen abusador y fallido, con el dedo acusador de la moralina en alto
Yolanda Díaz no ha venido a la política para gobernar, sino para cumplir el papel de una actriz que se balancea. No hay en ella ni un impulso firme, ni una idea clara. Su política no es un proyecto, es un arrullo vacío que se disuelve en la estrategia del sanchismo. No lidera, no propone; se limita a representar. Cada discurso, cada intervención es sólo una serie de movimientos sin sentido, una simulación que pretende mostrar enfado e indignación, división y tensión en el Gobierno, y se queda a medio gas, en opereta bufa que hace ruido, monta lío, pero que luego se desvanece en aprobaciones y votos a favor dirigidos desde Moncloa.
Sumar no es un partido. Nunca lo han sido y puede que ni siquiera lo hayan pretendido. Se configuró como una coalición de izquierdas cuya única aspiración era seguir en el poder y lo llamaron «espacio», porque llamarlo «agencia de autoempleo» era demasiado. En su trayectoria, es cierto, han logrado éxitos políticos que no necesariamente se traducen en decisiones beneficiosas para España. La subida del Salario Mínimo Interprofesional y que éste no tribute durante un año, para vender que le habían doblado el brazo a Hacienda, son, quizá, los más destacables. El último, la rescisión del contrato de compra de balas a una empresa israelí, atribuible más a Izquierda Unida que a Sumar como organización.
Más allá de eso, que es un insignificante patrimonio político para tantos años de gobierno, Sumar es una reunión de gestos y aspavientos que, como el banderillero de Belmonte, «degenerando, degenerando» han quedado reducidos a fachada. Una fachada para un proyecto que no existe más que como una sombra del sanchismo. No nació de una ambición transformadora, sino de una necesidad electoral calculada, de una maniobra oportunista para frenar la deserción de una izquierda cada vez más consciente de su irrelevancia.
Y Sumar no es solo irrelevante: es cómplice. Es cómplice del régimen que dice combatir, que finge desafiar. Su existencia se reduce a un montaje de promesas vacías, un decorado cuidadosamente diseñado para ocultar la perpetuación de una forma de entender el poder como habitáculo y no como herramienta. No hay ideología detrás, no hay proyecto; solo una estrategia electoral que explota la división que ellos mismos crean, y en la que Sumar ha asumido plenamente que ya no es más que un accesorio del PSOE.
El aumento del gasto en Defensa de más de 10.000 millones de euros es la prueba definitiva. Aquellos que, hace solo unos años, se presentaban como los campeones de la paz, hoy se alinean sin dudarlo con una expansión del gasto militar que contradice todo lo que alguna vez dijeron defender. No es que hayan cambiado de opinión, como siempre pretenden hacer ver. No. Es que nunca creyeron en lo que decían. Aceptan, sin más, lo que siempre fue su única verdad: su poder, su conveniencia, y su ambición de seguir en el juego.
Las tensiones internas en el Gobierno son de diseño prefabricado. Es el corazón mismo de su estrategia. Pedro Sánchez, maestro del control, sabe perfectamente cómo manejar a sus peones. Su técnica es clara: presionar a su izquierda, atraparla en su red de «unidad», obligarla a seguirle sin cuestionarlo, a firmar lo que nunca fue parte de su agenda.
Y lo han hecho. Yolanda Díaz no ha tenido el coraje ni la dignidad para desafiar lo que está a la vista: ha aceptado ser la marioneta, la actriz que no se atreve a cambiar una línea del guion impuesto. No hay lucha, no hay desafío. Solo una sumisión indisimulada ya de la que no se avergüenzan. Ha abandonado cualquier intento de engañar a quienes aún creían que representaban algo diferente. Se ha rendido por completo. Se ha integrado en la maquinaria con tal naturalidad que no hay espacio para la duda.
Sumar ha dejado de ser una alternativa, que nunca fueron en realidad. Ha dejado de ser cualquier cosa que tuviera que ver con la pregonada lucha o el propuesto cambio. Sumar es ahora solo una prolongación del mismo sistema que tacharon de régimen abusador y fallido, con el dedo acusador de la moralina en alto.
Y ya no hay ni el mínimo esfuerzo por ocultarlo. Han renunciado a cualquier intento de disimulo, aceptando su papel con una naturalidad que debería mover a la vergüenza a más de uno.
Han asumido su irrelevancia con la misma calma con la que aceptan cada nuevo giro de la política, cada nuevo cambio de guion. Aparentaron pulsos y tensiones con Sánchez y Sánchez les vio el engaño. No solo los ha derrotado, ha sometido a todos los actores de esta farsa de mal teatro en el que se ha convertido el Gobierno.