Opinión

"Todos los debates el debate"

Los cara a cara entre Sánchez y Feijóo son el mismo cara a cara. Pero en este, el presidente ha aprovechado para hacer campaña electoral

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo
Feijóo interviene ante la atenta mirada de SánchezEUROPAPRESSEuropa Press

Todos los cara a cara entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo son el mismo cara a cara. Este era el cuarto, pero como si fuera el primero. O el tercero. Perfectamente intercambiables. Como si fuésemos Bill Murray y, el debate en el Senado, el mismo debate en el día de la marmota. La única diferencia es que, en este, estamos a apenas un mes de las elecciones autonómicas y municipales y el presidente del Gobierno ha aprovechado para hacer campaña electoral mucho más desprejuiciadamente, con ese uso impúdico del tiempo ilimitado al que nos tiene acostumbrados. Es que ni por educación ni por cortesía es capaz la criatura de comportarse elegantemente. Más de una hora de (soporífera) intervención hemos tenido que aguantar. A los cuarenta minutos ya salía Doñana, a los cincuenta prometía veinte mil viviendas públicas. Veinte mil que se suman a las cincuenta mil, que se suman a las cuarenta y tres mil, que se suman a... Todas prometidas, ninguna materializada. Como si llegara a estas elecciones como nuevo candidato. 113.000 viviendas intangibles en las que podríamos instalar a todo Cádiz a casa por cabeza. A la hora larga de enumerar bondades del Gobierno de coalición y lanzar darditos al adversario, en esa estrategia marca de la casa consistente, en lugar de dar explicaciones, en hacer oposición a la oposición, daba por concluida la perorata.

Subía entonces Feijóo tras el mitin inacabable, entre murmullos y gorgojeos, y haciendo, sin paños calientes, crónica de lo vivido: desde que el presidente del Gobierno ha ocultado información al Parlamento sobre la intervención de España en la guerra de Ucrania a constatar que somos el país que más poder adquisitivo ha perdido, de la inflación (disparada en el 16% por ciento), al paro (líderes de Europa), al PIB (último país en recuperar las cifras de 2019) y a la bajada de los salarios reales. «Usted vive de empobrecer las rentas bajas y las rentas medias», le espetaba. Ni la vivienda se salvaba. A la coña de la promesa (20.000, 100.000, 50.000, 43.000, línea y vamos para bingo) y el milagro de «los peces y los pisos» le seguía una batería de preguntas (¿Cree que Tezanos manipula el CIS? ¿Cree que Marruecos es una dictadura?…) y de descripciones (presidente secuestrado por el independentismo y el populismo, gobierno roto en tres facciones y 20 siglas, usted es lo que la mayoría de españoles quiere superar, lo que usted hace se resume en engaño, oportunismo y fractura…). Tras los aplausos subía ya Sánchez como Django: desencadenado.

A Sánchez se le ve el nerviosismo en la comisura de los labios y la mandíbula, en el bruxismo. Se le nota en el tonito chulesco, donde él ve fina ironía lo que se percibe es rabia mal gestionada. Y subía, claro, un poco venido arribísima. Todavía no había dicho nada y ya le jaleaban, con ese palmeo jondo que les sale del alma, los acólitos que saben que el aplausómetro también lo lleva Tezanos. Se quejaba del tono bronco y faltón de Feijóo, olvidando que el que primero había sido no precisamente amistoso, había sido él mismo.

Pero ya saben, es aquello de las contradicciones y el cabalgamiento, la superioridad moral de la izquierda y el estar encantado de haberse conocido. Por eso si Sánchez acusa a Feijóo de negacionista, de ultraderechista y de antipatriota, es crónica; pero si es Feijóo quien le señala que pone «en riesgo la democracia con una deriva autoritaria propia de regímenes totalitarios», es «tono faltón» e insulto. ¿Recuerdan aquello del tablero inclinado? Sánchez lo ha colocado en vertical. Desacomplejadamente. Como desacomplejado, insisto, es su utilización del tiempo: no duda el presidente en hacer abuso de un formato que le beneficia.

Subía de nuevo el líder de los populares a la tribuna en su última intervención y, en ese mismo tono desabrido iniciado por Sánchez (pero reprochado luego por este a Feijóo como pionero), desmontaba con datos (¡ay, los datos!) el discurso económico triunfalista del presidente del Gobierno, que incluso presumía de que «los progresistas» gestionaban mejor la economía. Así, en modo axioma.

Afirmaba Feijóo que «vengo a derogar el sanchismo, no tenga ninguna duda», y que «si España quiere cambio, derogaremos el sanchismo», añadía entre los aplausos de los suyos. Y la amenaza soporífera de la inminente respuesta del presidente se cernía sobre mí al tiempo que un suspiro y un bostezo, lo confieso, se me escapaban (juraría que no he sido la única) al verlo encarar la réplica. Una que ya nos sabemos: todo negacionismo, todo ultraderecha, todo mala fe si están los otros; todo bien, todo fetén, si quien está es él.

De contestar a requerimientos, nada; de dar explicaciones, nada; de rendir cuentas, nada. Esto ya lo hemos visto. Y si Cortázar escribió «Todos los fuegos el fuego», bien podríamos nosotros escribir un «Todos los debates, el debate». Que estas horas de vida no nos las devuelve nadie.