Patrimonio
Un claustro, tres sepulcros y un río: así es este histórico monasterio lucense
El cenobio forma parte del tesoro patrimonial y espiritual de la provincia
Enclavado en las tranquilas orillas del río Ferreira, a las afueras de Guntín, en la entrada natural a la Terra Cha lucense, se encuenta uno de los conjuntos monásticos más antiguos y emblemáticos de Galicia, el monasterio de Santa María de Ferreira de Pallares.
Fundado entre finales del siglo IX y principios del siglo X por el conde Ero Fernández y su esposa Elvira, este cenobio benedictino ha sido testigo de más de mil años de historia, sobreviviendo a abandonos, reformas, litigios e incluso a la desamortización de 1835.
Aunque los primeros documentos fechados se sitúan en el año 909, algunas fuentes lo remontan al 898, y se cree que ya existía una comunidad eremita anterior. El propio conde Ero se retiró al monasterio en sus últimos años y fue enterrado allí, al igual que su esposa.
De aquella etapa fundacional queda constancia en sillares prerrománicos empotrados en la actual casa rectoral y en antiguos sarcófagos de piedra reutilizados, como el que hoy recoge las aguas de la Fonte do Santo, junto al ábside.
Durante los siglos XI y XII, Ferreira de Pallares vivió su máximo esplendor. La introducción de la regla de San Benito por Rodrigo Muñiz y las donaciones de Alfonso VII consolidaron su patrimonio, convirtiéndolo en un enclave estratégico entre Lugo y Astorga, en plena vía romana XIX. Este auge lo situó bajo la tutela de la Iglesia de Lugo y más tarde del poderoso monasterio de Samos, a partir de 1517, por bula del papa León X.
El conjunto actual, aunque mermado tras la exclaustración del siglo XIX, conserva elementos de enorme interés. Su iglesia, de transición entre el románico rural y el gótico, sorprende por su amplitud y por su cabecera semicircular, cubierta con bóveda de cuarto de esfera. En el interior destaca el retablo mayor barroco, fechado en 1755, y la capilla funeraria de los condes de Taboada, levantada en el siglo XV y donde reposan también Munio Peláez y otros nobles.
En el claustro renacentista, parcialmente restaurado, se conservan sepulcros medievales y varias inscripciones en piedra, algunas con insígnias y textos latinos que han sido claves para fechar distintas fases constructivas. La portada principal, flanqueada por columnas vegetales al estilo del Maestro Mateo, está datada en 1226, y posiblemente fue obra de un tal Fernandus Iohannis, según reza una inscripción.
Junto a la iglesia, un gran torreón campanario barroco del siglo XVIII marca el perfil del lugar. A pocos metros, el Puente Cabalar, de posible origen romano, recuerda la importancia histórica de este cruce de caminos. Y no muy lejos, la leyenda se hace agua en la Fonte de Nuestra Señora, que vierte su caudal en un sarcófago alto-medieval donde, según se dice, apareció una imagen de la Virgen.