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Historia

Este es el santuario gallego que se levantó donde decidió un carro tirado por bueyes con los ojos cerrados

Aúna leyendas, romerías y milagros mientras continúa siendo uno de los templos marianos más venerados y enigmáticos de Galicia

Exterior del santuario. Turismo de Galicia

En lo alto de A Cañiza (Pontevedra) existe un lugar en el que el monte se recorta contra el cielo en un perfil de verdes y caminos que se mezclan. Allí, en un espacio diminuto y gigante al mismo tiempo, se alza el Santuario de Nosa Señora da Franqueira. Pocos lugares en Galicia conjugan la historia documentada con el fervor popular y las leyendas transmitidas al calor de las lareiras.

El templo, hoy parroquia, ocupa lo que antaño fue un monasterio benedictino y luego cisterciense, y es centro de una de las devociones marianas más arraigadas del sur gallego.

Los orígenes del lugar se pierden en el tiempo. Aunque se documenta su existencia en el siglo XI, cuando Fernando I de León le otorgó tierras y privilegios, algunas tradiciones sitúan una ermita ya en el siglo VI o VII, en tiempos de la primera cristianización de Galicia. Más adelante, Alfonso VII ratificaría su poder sobre el entorno, y en 1293 los monjes adoptan la regla del Císter, iniciando una etapa de esplendor que solo concluiría con la desamortización del siglo XIX.

El templo actual, iniciado en 1343, aún conserva el aire severo y recogido de las construcciones medievales. De estilo románico tardío con añadidos góticos, destaca por su portada esculpida con la escena de la Adoración de los Magos y por su sobria armonía interior, dominada por la figura de la Virgen bajo un baldaquino barroco.

Esta imagen, policromada y labrada en piedra, preside el altar mayor como un ícono que ha atravesado siglos de oración, promesas y milagros.

Interior de la IglesiaTurismo de Galicia

Origen y leyenda

Pero si algo envuelve de misterio y alma del lugar es la leyenda de su origen. Según el relato, la imagen de la Virgen fue descubierta por una anciana que, subida al Coto da Vella, vio un resplandor inusual entre las rocas.

Allí, en una gruta a casi mil metros de altitud, encontró la talla. La disputa sobre qué parroquia debía custodiarla —A Franqueira o Luneda— se resolvió de forma singular: vendaron los ojos a un par de bueyes y los dejaron caminar con la imagen. Donde se detuvieron a beber, junto a una fuente natural, se levantó el santuario. Desde entonces, la Virgen también fue conocida como "da Fonte", y la fuente sigue manando en memoria de ese acto.

En honor a esta historia, cada año se celebra una peculiar romería donde se repite el gesto: la Virgen sale en procesión montada sobre un carro de bueyes, y dos mozos danzan con palos en un ritual heredado del folclore local. Esta escena tiene lugar dos veces al año, durante las fiestas de las Pascuillas (Pentecostés) y en septiembre, del 7 al 9, coincidiendo con la Natividad de María.

En ambas fechas, miles de fieles llegan desde aldeas, villas y hasta desde el norte de Portugal, algunos a pie, otros en carros adornados, para agradecer favores recibidos o cumplir promesas hechas en la intimidad de la desesperación o la esperanza.

Antiguamente, era común acudir descalzo, con pesados cirios o incluso portando pequeños ataúdes de madera como símbolo de enfermedades superadas. Muchas de estas costumbres se han diluido, pero el fervor permanece.

Y es que la devoción en A Franqueira no entiende de modas. Al pie del santuario, aún se conserva el neveiro dos Frades, un pozo que los monjes utilizaban para almacenar nieve, y junto a él, la fuente primigenia burbujea con humildad de milagro cotidiano. Todo en este entorno remite a un tiempo fuera del tiempo, donde las piedras cuentan historias y la fe se arropa entre los montes.