Terrorismo

Medio siglo del peor grupo terrorista con origen gallego: 93 asesinatos y un bautizo sangriento

Se estrenaron el 1 de octubre de 1975 con cuatro policías muertos en Madrid, y fueron, con el tiempo, la tercera banda más mortífera de Europa

Logotipo del GRAPO
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Aquella tarde del 1 de octubre de 1975 era una tarde más en la capital de España. O casi. Esa jornada, la multitud vitoreaba a Franco en su última aparición en la Plaza de Oriente. Algo que todavía no se podía saber. Como tampoco se conocía el escenario que se estaba gestando en las calles de Madrid, donde horas después serían abatidos cuatro agentes de la Policía Armada. Una acción, también se supo después, que supondría el inicio del capítulo más oscuro del terrorismo nacido en Galicia: el de los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre, conocidos para siempre como GRAPO.

Ese “bautizo sangriento” fue sólo el principio. Con una frialdad meticulosa, el grupo marxista-leninista surgido en Vigo —brazo armado del Partido Comunista de España (reconstituido)— buscaba presentarse ante el país con un mensaje de hierro y pólvora: la violencia como camino hacia un Estado socialista y republicano. En apenas dos meses, la organización ya había matado a cinco personas, entre ellas guardias civiles y policías, y mostraba una capacidad de coordinación que sembraba el miedo en cada comunicado.

Desde aquel otoño, y durante más de tres décadas, los GRAPO dejaron tras de sí un reguero de muerte: 93 asesinatos, 95 heridos y tres secuestros, según datos de la Asociación de Víctimas del Terrorismo recogidos por EFE. Su acción más brutal, el atentado con bomba en la cafetería California 47 de Madrid en 1979, destrozó de un plumazo nueve vidas y marcó para siempre la memoria de un país que apenas se atrevía a pronunciar su nombre.

A diferencia de ETA, con la que a menudo se les compara, los GRAPO no contaron nunca con cantera ni apoyo social. Sus comandos, reducidos y móviles, se caracterizaban por el ensañamiento directo: armas de fuego disparadas a bocajarro, ataques en plena calle, navajazos que subrayaban el mensaje. Y, sin embargo, con una estructura mínima, lograron convertirse en la tercera organización terrorista europea más mortífera, por detrás del IRA y de la banda vasca.

Su presencia se sintió con fuerza en Galicia. No sólo por su nacimiento en Vigo, sino también por episodios que estremecieron a la sociedad gallega, como el asesinato en A Coruña del empresario Claudio San Martín en 1988 o el asalto a un furgón blindado de Prosegur en Vigo en el año 2000, donde dos vigilantes fueron ejecutados a sangre fría y otras cuatro personas resultaron heridas.

Ese mismo año, la Policía desarticuló a gran parte de la cúpula en París, en un golpe que marcaría el inicio del fin de la banda.

Secuestros como financiación

Los secuestros formaron parte de su estrategia de financiación. En 1976 retuvieron al presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol, y al jefe de la Justicia Militar, Emilio Villaescusa.

Pero el caso más recordado fue el del empresario zaragozano Publio Cordón en 1995, que nunca regresó con vida. Durante años los GRAPO mantuvieron que había sido liberado, hasta que en 2012 se confirmó su muerte en el sur de Francia, tras un fallido intento de fuga.

Los GRAPO fueron una organización marcada por su fuerte ideología y el fanatismo. Muchos de sus militantes eran jóvenes de menos de 25 años, convencidos de que la revolución pasaba por el sacrificio propio y ajeno. Algunos, incluso, siguieron defendiendo sus postulados desde prisión, incapaces de renunciar al discurso que los había llevado a empuñar armas contra policías, militares, empresarios o simples ciudadanos que tuvieron la mala suerte de cruzarse en su camino.

Su final no fue un acto solemne ni un comunicado de rendición. Simplemente, se apagaron. La última acción atribuida a la organización data de 2011, en Santiago de Compostela, cuando estalló un artefacto de escasa potencia en un piso vinculado a antiguos militantes. Desde entonces, silencio. Nunca hubo disolución oficial, pero la práctica desaparición de sus dirigentes y la falta de atentados marcan el cierre de su historia.

Cincuenta años después, queda la memoria de aquel bautizo sangriento y una cifra estremecedora: 93 muertes a sus espaldas. Un recuerdo triste y fúnebre de la historia reciente de España y de Galicia.