
Historia
El monasterio que engañó al diablo gracias a la sabiduría y la fe de los gallegos
Cansados de ver cómo las crecidas del río destruían sus puentes, los monjes decidieron recurrir a una ayuda poco santa a cambio de un puñado de almas

Emergiendo entre encinas y robles a orillas del río Deza, el Monasterio de San Lourenzo de Carboeiro parece flotar entre la historia y el mito. Sus muros de piedra, empapados del clásico olor de la humedad, respiran un aire de misterio. Fundado en el siglo X, este monasterio benedictino vivió su esplendor durante la Edad Media y su declive tras la Desamortización de 1835. Hoy, restaurado y silencioso, vuelve a ser uno de los grandes tesoros del románico gallego.
Según la tradición, el origen del monasterio se remonta al año 939, cuando los condes Gonzalo Betótez y Teresa Ériz decidieron levantar un nuevo templo bajo la regla de San Benito. Desde sus primeros días, Carboeiro fue un lugar de peregrinación, célebre por custodiar reliquias sagradas, entre ellas una espina de la corona de Cristo.
Aquellas reliquias, guardadas en una cruz relicario, atraían fieles de toda Galicia. Pero la calma espiritual se rompió en el año 997, cuando Almanzor arrasó el cenobio durante una de sus campañas por el noroeste peninsular. Poco después, el rey Bermudo II ordenó su reconstrucción y Carboeiro volvió a florecer.

En el siglo XIII, el abad Fernando inauguró la iglesia actual, una joya del románico tardío gallego influida por la escuela del Maestro Mateo, autor del Pórtico de la Gloria. Su planta de tres naves y crucero, su gran cabecera semicircular y los capiteles tallados con figuras apocalípticas siguen sorprendiendo a los visitantes por su armonía y detalle.
Sin embargo, el esplendor no fue eterno. A partir del siglo XV el monasterio comenzó su declive, convertido en priorato de San Martín Pinario, con apenas dos monjes dedicados a la explotación agrícola.
Durante el siglo XIX, sus ruinas sirvieron de refugio a guerrilleros y bandoleros, alimentando su fama de lugar peligroso. Tras la Desamortización, quedó abandonado y despojado de sus techumbres. No fue hasta el siglo XX cuando comenzaron las restauraciones que hoy permiten visitarlo de nuevo.
La leyenda del Puente del Demonio
Entre todas las historias que envuelven a Carboeiro, ninguna ha perdurado tanto como la del Puente del Demonio. Cuentan que los monjes, cansados de ver cómo las crecidas del Deza destruían sus puentes, decidieron recurrir a una ayuda poco santa: hicieron un pacto con el diablo. A cambio de construir un puente que resistiera eternamente, Satanás pidió las almas de quienes lo cruzaran el día de su finalización.

El demonio, deseoso de probar su poder, levantó el puente en apenas dos noches. Pero los monjes, temerosos y astutos, prolongaron los rezos del amanecer hasta el atardecer, impidiendo que nadie abandonara el monasterio en el día convenido. Cuando el domingo terminó, el puente estaba listo y las almas, salvadas. Engañado, el diablo intentó destruir su propia obra, pero la presencia del Salterio de San Cipriano -un libro de conjuros que, según la leyenda, se guardaba en el monasterio- le impidió cumplir su venganza.
Años más tarde, cuando el salterio ya no se encontraba en Carboeiro, el demonio regresó. Desató entonces una riada que arrasó el puente, cumpliendo su promesa. El viejo arco medieval quedó en ruinas durante siglos, hasta que las restauraciones modernas lo devolvieron a la vida.
Entre la historia y la leyenda
Algunos sostienen que el nombre de Ponte do Demo proviene no del diablo, sino de los asaltos que sufrían los caminantes en la zona. Otros reiteran que fue el propio demonio quien construyó el monasterio en una sola noche, engañado otra vez por los rezos de los frailes. Sea como fuere, el aura de misterio persiste.
Hoy, Carboeiro combina la belleza arquitectónica con el magnetismo de las leyendas. Sus piedras, modeladas por siglos de fe y abandono, siguen resonando con las voces de quienes creyeron en milagros y temieron al demonio. Entre la espesura de las fragas del Deza, el monasterio invita al viajero a caminar despacio, escuchar el rumor del río y dejarse envolver por la historia que aún susurra entre sus muros.
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