Alessandro Lequio
Álex Lequio, historia de un luchador
El hijo de Ana Obregón y Alessandro Lequio falleció ayer en Barcelona tras dos años de lucha contra el cáncer. El joven, de 27 años, queda en el recuerdo como un hombre optimista y valiente
Todos sentimos la muerte de Álex Lecquio a los 27 años. Era un hombre extraordinario. Contagiaba su fortaleza y sus ganas de vivir, y hasta que nos enteramos de su fallecimiento, ayer, ni se nos ocurrió pensar que se produciría tan fatal desenlace. La última vez que hablé con él, en octubre pasado, me dijo que «esta batalla la voy a ganar. No te quepa la menor duda. Soy optimista y nunca me pongo en lo peor». Seguía al pie del cañón, en lo suyo, organizando eventos con su empresa de marketing digital. Aquella noche me contó, sonriente, que «no he dejado de trabajar, cuando tengo que ir al hospital me llevó el ordenador. Tengo energía. Y cuento con el apoyo de mis padres, a mi madre no la he visto mal ningún día desde que me detectaron la enfermedad. Es admirable... Hoy me siento bien».
Meses más tarde tuvo que suspender otro encuentro cuando quedaban apenas unos días para su celebración. Me alarmé, porque ya estaba al tanto de la gravedad, por mucho que Ana Obregón me hubiera dicho que «mi hijo está mejorando, estamos muy contentos». No quise llevarle la contraria. Pero la alarma era evidente. El cáncer se iba convirtiendo en una metástasis letal. Se lo detectaron en el colon y, según me desveló una persona de la Clínica Rúber, «la enfermedad se ha extendido a otras partes del cuerpo. Esto pinta muy mal».
Seguridad e ilusión
El joven que abrió su primera firma con tan solo 23 años, aquel que aspiraba a emular a su abuelo materno, importante empresario inmobiliario hasta su jubilación, soñaba con iniciativas que se han convertido en imposibles. Trasmitía seguridad, ilusión y serenidad. No tenía enemigos. Quien le conocía personalmente enseguida se convertía en su amigo por su cercanía y cariño. Y le definen también como un hombre divertido, bromista y muy positivo, sincero y luchador. No se arredraba ante nada.
Sus últimos días ingresado en la clínica Quirón de Barcelona estuvieron marcados por el dolor y el desánimo. Creo entrever que adivinaba en su fuero interno que su tiempo se acababa. A su lado, sus padres volcaron el máximo cariño, intentando no expresar sus verdaderos sentimientos de angustia. Pero era muy difícil sonreír cuando tan solo se tienen ganas de llorar. Álex no era tonto, todo lo contrario, y comenzó a vaticinar que algo no iba bien y la esperanza de vivir se fue desvaneciendo poco a poco. Ayer por la tarde se sucedían los mensajes de pésame y de tristeza. Uno de ellos, de su hermano Clemente, hijo de Lequio y Antonia Del’Atte, unas frases emotivas y llenas de cariño: «Te quiero Álex. Siento un dolor inmenso que en pequeñísima parte se alivia con pensar que ya no estás sufriendo. Algún día nos volveremos a ver y a disfrutar de todo el tiempo perdido y malgastado». Los hermanos se veían poco, pero se querían demasiado. Álex, en las últimas semanas, colgó mensajes y vídeos familiares en sus redes sociales, como uno en el que salía él en su infancia al lado de su prima Celia, a la que quería con locura. También, otros en los que aparecía junto a sus padres en la piscina y junto sus abuelos. Parecía como si se fuera despidiendo de sus seres queridos.
Un duro tratamiento
El último tratamiento al que se sometió en Barcelona fue muy duro. La noche anterior a su fallecimiento, sus progenitores se quedaron a dormir en su habitación, porque los médicos les habían avisado de que podría ser la última y que ya no podían hacer nada más por su hijo. El diagnóstico fue tan pesimista que no quisieron separarse de él.
Desgraciadamente, los pronósticos se cumplieron para desconsuelo y la amargura de los suyos. Ante la adversidad y la muerte, queremos quedarnos con todos los mensajes que dejó a lo largo de estos dos años de lucha contra la enfermedad. Todos hablaban de la alegría de vivir y estaban llenos de ilusiones y esperanzas. Sin penas ni desfallecimientos, ni una sola palabra de pesar. Un gran ejemplo de vida y superación personal. Su ejemplo de entereza quedará grabado para la eternidad.
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