Un día lluvioso en Madrid
20 aniversario de la boda de los Reyes: recuperamos las mejores anécdotas de un día histórico
El enlace, que contribuyó a modernizar y reforzar la imagen de la Corona, está cuajado de historias y detalles que hoy recuperamos
Veinte años es una cifra redonda a la hora de fijar una fecha de celebración. En este caso, las dos décadas marcan la boda del Príncipe de Asturiasy la periodista Letizia Ortiz. El 22 de mayo de 2004 se reunían en la Catedral de La Almudena, y después, en el convite nupcial en el Palacio Real, 1.200 invitados. En la agenda del protocolo oficial se fijaba la presencia de representantes de veintiocho Casas Reales, jefes de Estado, Gobierno en pleno, autoridades institucionales, nobleza y sociedad civil, que englobaba a personas destacadas por razones profesionales o solidarias.
Madrid se convirtió en foco de atención ese día y los anteriores, con celebraciones alternativas, como la cena de gala en el Palacio de El Pardo. No hubo un gran despliegue y las fiestas que estaban previstas desde meses atrás se redujeron ante la gran tragedia que acababa de vivir España con el atentado en las estaciones de cercanías del 11 de marzo. A pesar de la tristeza los ciudadanos se echaron a la calle para ver pasar en coche cubierto a los ya Príncipes de Asturias, que se dirigieron primero a la Basílica de la Virgen de Atocha para dejar el ramo y después recibir la aclamación popular desde el balcón del Palacio Real, donde ofrecieron saludos y un recatado beso público.
A la periodista Letizia Ortiz, acostumbrada a ser la cara de los informativos, aún le costaba (y le cuesta) mostrar en público gestos de familiaridad de este tipo. El beso fue portada de las revistas y sirvió para que se hicieran comparativas con otros novios reales. La Reina Sofia fue ese 22 de mayo la mujer más feliz al llevar del brazo hasta el altar a su hijo querido. Eligió para tan importante acontecimiento en la vida del heredero un diseño elegante de Margarita Nuez en verde agua y lució mantilla y un collar de brillantes. Madre e hijo pudieron hacer el paseíllo hasta la catedral antes de que la tormenta impidiera hacerlo a la novia.
Una de las recomendaciones explicitas la Casa Real a las mujeres fue que no lucieran pamelas muy grandes por el poco espacio que había en las mesas entre comensales. El protocolo marca en este tipo de acontecimiento que hay que llevar el sombrero y tocado hasta el final. Marie-Chantal Miller escogió una pamela adornada con plumas muy finas que iba dejando rastro por donde pasaba. A la Infanta Pilar le pasó algo parecido. Su sombrero era un modelo de corte pirata y color fucsia a juego con las flores de su abrigo, combinado en azul celeste. No trascendió ese día quién había sido el artífice del diseño. Tiempo después, en el Rastrillo de Nuevo Futuro, nos contaba a los periodistas que la tela se la había regalado años antes la mujer de un embajador y que el abrigo se lo cosió su modista.
Carolina, sin peinar
La mayoría de los medios internacionales mantuvieron a sus corresponsales o enviaron refuerzos, como Alemania, que tuvo a 300 profesionales de veintiocho medios, y Estados Unidos, a 137. En cambio Grecia, el país materno del Príncipe Felipe, no se excedió y solo hubo un periodista acreditado, igual que sucedió con Mónaco. La representación monegasca con los Príncipes Carolina y Ernesto de Hannover se convirtió en la referencia de la boda. Y los comentarios de los invitados y los periodistas se centraron en la llegada a la catedral en solitario y sin peinar de la hermana del titular reinante del Principado. El marido acudió después al convite, una vez recuperado en su suite del hotel Ritz, tras haber disfrutado de una noche insomne. Alberto Grimaldi, que por aquel entonces no tenía pareja, aunque sí hijos ya reconocidos de dos madres diferentes, compartió mesa con otro soltero (en realidad viudo): el Príncipe de Gales. En aquellas fechas, Camilla Parker ya no era la amante malvada, sino la novia casi oficial. Diana había fallecido en 1997.
Uno de los recuerdos que siempre se menciona fue la lluvia que cayó sobre Madrid en forma de diluvio universal. Cuando la novia estaba a punto de salir del Palacio Real, donde se vistió, hacia La Almudena, cayó una tromba de agua. Según se supo después, Letizia quiso agotar el tiempo para recorrer la alfombra roja. La condujeron al Rolls-Royce al grito de «rápido, al coche, al coche» y se puso en marcha el plan B. El trueno más fuerte sonó dentro de la catedral cuando pronunciaban los votos matrimoniales. En la transmisión en directo los telespectadores pudieron escuchar con nitidez el estruendo meteorológico.
Pilar Miró, que se encargó de la dirección televisada de las bodas de las Infantas Elena, en Sevilla, y Cristina, en Barcelona, había muerto en 1997. La Casa Real quiso contar con el mismo equipo para emitir y dar señal institucional a todos los medios que quisieron captar el enlace en directo. Era un homenaje póstumo.
En cuanto al vestido, el diseño de Manuel Pertegaz sufrió variaciones sobre el modelo inicial que tenía pensado el modisto. Las mujeres Ortiz Rocasolano participaron en esos cambios que, aunque no eran determinantes sí marcaban detalles que no tenían que ver con la idea primigenia. El maestro prefirió tomárselo con deportividad, como comentaría tiempo después a varios periodistas, entre los que me incluyo. Aseguraba que «las novias tienen que ir como ellas quieran y eso lo tenemos que entender los modistas». En realidad, el vestido nupcial, por el que se pagaron 6.000 euros, podría entenderse como un detalle del profesional a la futura Princesa de Asturias, ya que el coste real habría superado esa cifra. El manto que llevó Letizia de tres metros de largo por dos de ancho fue un regalo del Príncipe Felipe. Era un tul de seda natural sobre el que se bordaron a mano roleos (elementos decorativos) y guirnaldas, flores de lis y espigas. El día de la boda, la novia real arrastraba un resfriado importante y se dijo que tuvo que tomar medicación para estar en perfecto estado de revista. Los días previos al enlace adelgazó y el vestido nupcial no encajó bien.
Una pelea tabernaria
Entre las anécdotas, hay que rescatar la pelea tabernaria entre Víctor Manuel de Saboya y Amadeo de Aosta. La animadversión venía de lejos y los dos herederos a la Corona de Italia se enzarzaron en una discusión que llegó a las manos. Víctor Manuel propinó el primer puñetazo y el agredido se defendió. Hasta los que se interpusieron recibieron lo suyo. Don Juan Carlos fue directo a su primo: «Nunca más», le dijo.
Nadie se acordó ese día de las relaciones anteriores del Príncipe Felipe. Después de tres noviazgos fallidos (Sartorius, Howard, Sannum), por fin dejaba de ser el soltero de oro por excelencia de las monarquías europeas, con un listado de futuribles importante. Apareció en su vida la periodista Letizia Ortiz, que fue la mujer con la que quiso compartir su proyecto de vida. Desde su aparición oficial, los ciudadanos aprendieron que su nombre se escribía con «z» y no con «c». Una información que en su día transmitió su padre, Jesús Ortiz. El Rey Juan Carlos tuvo un detalle con ella en la víspera de la boda otorgándole la Gran Cruz de Carlos III, considerada la más alta condecoración española, aparte del Toisón de Oro.
El heredero tenía 35 años y la futura consorte 31, y una carrera profesional que aparcó por amor para siempre. Como cantaba Carlos Gardel en «Volver», «es un soplo la vida, que veinte años no es nada».
✕
Accede a tu cuenta para comentar