Opinión
El diario de Amilibia: La Preysler, sola y encantada
Ya ven, uno burlando su soledad como buenamente puede y ella encantada
A sus 73 años, Isabel Preysler confiesa: «Ahora estoy sola y estoy feliz de estarlo. Es la primera vez en mi vida que estoy sola y estoy encantada». Ya ven, uno burlando su soledad como buenamente puede y ella encantada. Añade una ventaja: «Ahora puedo leer en la cama antes de dormir, no como antes». No sé, pero yo ahí veo un piropo a la fogosidad de sus exmaridos: la requerían hasta cuando tenía un libro en las manos, algo que no es propio de un premio Nobel de literatura, por ejemplo. Isabel camina ingrávida por todas las alfombra rosas de la vida, eternamente elegante y envuelta en el misterio. Ella dice que no hay misterio alguno: simplemente es tímida. Creo que he escrito demasiado de ella sin conocerla. Debería arrepentirme.
Lo haré en mi necrológica, esa que no acabo de escribir por si trae mala suerte. Martina Klein, mujer espléndida con sentido del humor (también llegué tarde a su vida), ha dejado su necrológica en una tertulia de la Ser: «Martina Klein murió a los 102 años con mucha salud y sin molestar a nadie mientras dormía frente al Mediterráneo». Escribí en algún libro mi deseo de apearme del mundo sin molestar, pero es difícil. Si te encuentran tirado en el pasillo de casa, llaman al 112 y molestas a un montón de gente. Además, se pasó agosto, el mes ideal para morirse: es posible que hasta el infierno esté cerrado por vacaciones. José María García, periodista, dice que «antes iba mucho a los entierros y ahora procuro evitarlos». Hace bien «Butanito», yo tampoco pienso asistir al mío.
Algún colega me pregunta por mi epitafio. No tendré lápida. Quiero que me incineren y arrojen mis cenizas al contenedor textil, a ver si reaparezco reciclado en los negligés de la Preysler y Martina. O algo así.
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