Copla

En busca del baúl (millonario) de la Piquer

La hija de la última gran dama de la copla siempre afirmó que su mayor tesoro eran sus hijas. Lo cierto es que deja un incierto patrimonio detrás a sus herederos.

Concha Márquez Piquer, durante la presentación de la antología con la que se conmemora el centenario del nacimiento de su madre.
Concha Márquez Piquer, durante la presentación de la antología con la que se conmemora el centenario del nacimiento de su madre.ZipiAgencia EFE

Entre los muchos «tesoros» personales que Concha Piquer legó a su hija, Concha Márquez Piquer, recientemente fallecida, estaba el famoso baúl de la Piquer, que a día de hoy permanece expuesto en el museo de Valencia dedicado a doña Concha. Ese era uno de los objetos maternos que más encandilaba a su hija, quien también heredó de su progenitora su gran afición por los viajes, cuanto más lejanos mejor. Tanto era así que en España se popularizó la expresión «te mueves más que el baúl de la Piquer». Concha Márquez pasaba largas temporadas fuera de España, sobre todo en Londres, Nueva York y Buenos Aires con su gran amor, Ramiro Oliveros y le gustaba, como a su madre, llevar mucho equipaje.

En su testamento, aparte de joyas y varios inmuebles, aparecen buena parte de esos vestidos que paseaba en sus actuaciones (y que se hacía en París, como su madre), que ahora pasarán a ser propiedad de su esposo y dos hijas, Conchitín, hija de su matrimonio con Curro Romero, e Iris Amor, fruto del su enlace con el empresario Ramiro Oliveros.

Una tarde, rodeados de recuerdos de doña Concha, en la que Conchita (Concha Márquez Piquer solo fue Conchita hasta que falleció su madre) confesó que había guardado «todas las pertenencias de mi madre para que algún día las disfruten mis hijas, es más preciado un simple objeto con connotaciones emotivas que el mayor tesoro del mundo. Una peineta, un chal, unas cartas, fotografías… que hablan de momentos especiales y te remontan en el tiempo a instantes y lugares extraordinarios». Su viudo y sus hijas se repartirán todos esos objetos y una maravillosa colección de diamantes y otras piedras preciosas, abrigos de pieles, bienes inmuebles, obras de arte… Un testamento generoso, pero no tan amplio como el que dejó en su día su progenitora.

Foto recogida en la edición falleras de Concha Márquez Piquer, a 13 de marzo de 2008, en Valencia (España).
Foto recogida en la edición falleras de Concha Márquez Piquer, a 13 de marzo de 2008, en Valencia (España).Europa Press ReportajesEuropa Press

Además de este gran legado en joyas y obras de arte, Concha Márquez también contaba con un buen patrimonio inmobiliario. Y no solo hablamos de la casa que tuvo en Nueva York, ciudad que adoraba y donde le gustaba pasar sus fechas especiales con su esposo, Ramiro. Ella siempre tuvo pasión por Estados Unidos, donde estudiaron sus hijas Conchitín e Iris y falleció su querida Coral, cuando solo tenía 19 años y una prometedora carrera como cantante pop. Su gran legado es su mansión madrileña de Somosaguas, lindando con Pozuelo de Alarcón, muy cercana a la de Miguel Bosé y situada en la calle Caballo. Casi 728 metros cuadrados de vivienda, piscina, pista de tenis y 4.000 metros de parcela. Una joya en una esquina rodeada de mansiones de menor tamaño. Antes tuvo una gran vivienda en el paseo de la Castellana, donde según cuenta la periodista Paloma Barrientos, recibía a la prensa en los años ochenta antes de que sus hijas se fueran de casa. De esa céntrica vivienda, su mueble preferido era un barnizado escritorio Luis XV, de donde confesaba habían salido todos los documentos más importantes de su vida.

Casona de mil metros

Otra de sus grandes propiedades es su finca segoviana de Villacastín. El lugar se llama «Olla de los Toriles» y está muy cercano a la ermita de la Virgen del Cubillo. A la casona de mil metros cuadrados hay que añadir una finca de ganado y forraje de varias hectáreas que heredó de su madre. Los padres de la fallecida la adquirieron en 1950. Allí disfrutaban de un paisaje espléndido, de mucho ganado, sobre todo bovino, de tierra donde sembraban trigo, cebada, hortalizas, con pocos regadíos. Con los años sería también en algunas estancias, donde su madre almacenó, además de sus mencionados baúles, muchos de los decorados y utillaje de los mismos. Más adelante, el matrimonio adquirió un chalé en la Manga del Mar Menor, una zona de moda en la España de los años sesenta que descubría sus costas y que también heredó la fallecida.

En Segovia, Concha Piquer llegó a tener su propia ganadería en 1972. Todavía los lugareños recuerdan que una de sus vacas parió a un becerro llamado Índice, que se convirtió en uno de los mejores sementales del país. En 1989, el hierro y la ganadería pasaron a manos de los hermanos Romero-Haupold, siendo trasladada las reses a una dehesa gaditana. Hoy en día, la finca está a nombre de la sociedad Olla de los Toriles S.L, tiene un patrimonio neto que sobrepasa los 600.000 euros y se dedica a la producción de leche. La sociedad reparte su accionariado entre la fallecida, su esposo y su hija común Iris Oliveros Márquez. En el Registro Mercantil se indica que en 2018 hubo una incidencia judicial en esta empresa agraria por embargo de esta propiedad por parte del Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón. El Registo no aclara a quienes escriben este texto si esta situación ha sido resuelta o si está en trámites de hacerlo.

Concha Márque Piquer presenta su disco 'Desde mi rincón' junto a su marido, Ramiro Oliveros, a 11 de diciembre de 2003, en Madrid (España).
Concha Márque Piquer presenta su disco 'Desde mi rincón' junto a su marido, Ramiro Oliveros, a 11 de diciembre de 2003, en Madrid (España).Europa Press ReportajesEuropa Press

Al igual que lo fue su progenitora, Concha no era una mujer derrochadora, al contrario, supo guardar, sembrar para después recoger. A pesar de haber heredado un gran patrimonio supo mantenerlo en la medida de sus posibilidades. Era disfrutona, sí, pero en familia, no resultaba fácil verla en actos sociales y nunca hacía ostentación del joyero familiar en los eventos. Cuando su salud derrochaba fortaleza acudía cada año a los desaparecidos Premios Mayte de teatro, donde se reencontraba con lo más granado del artisteo nacional. En una de esas noches confesó a los que escriben que «Ramiro trajo a mi vida la serenidad y el amor que me faltaban, fue como un remanso de paz, un oasis en el desierto», afirmaba y zanjaba: «Doy gracias a Dios por haberse cruzado en mi camino». Le miraba con ojos de enamorada y con la admiración que sentía hacia el hombre con el que compartió cuarenta años de su vida. Ramiro llegó a confesar la última vez que nos vimos que «Concha y yo no hemos estado más de un día separados desde que unimos para siempre nuestras vidas. Y espero que nos queden por delante muchos más años de felicidad». Solo la muerte ha conseguido desunirles. Cada rincón de la mansión de Somosaguas, que guarda los secretos de un matrimonio que no conoció la palabra crisis, traerá a la memoria de Ramiro retazos de todos los momentos compartidos con Concha Márquez Piquer, una mujer de vida intachable que nunca dio que hablar.