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La sorprendente transformación de Sor Cristina: de ganar “La Voz” Italia a camarera en España

La monja italiana, ocho años después, ha cambiado el hábito por un piercing en la nariz y sus zapatos de colegiala han dado paso a unos tacones letizistas

Sor Cristina, antes, como monja, y ahora
Sor Cristina, antes, como monja, y ahoraLa Razónfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@43bec68d

Suenan los primeros acordes de «No one», de Alicia Keys. Apenas pasan unos segundos y los cuatro coaches, incluida la difunta Rafaella Carrá, giran su silla a golpazo de pulsador. Rostros de impacto. Como una aparición. Casi literal. Una monja en el plató italiano de «La Voz». Aquel 19 de marzo de 2014 fue la primera aparición pública de sor Cristina Scuccia, una religiosa ursulina de la Sagrada Familia que no cantaba como los ángeles, sino más bien como una auténtica diva pop-rock, pero con toca. Hasta tal punto, que se convirtió en la ganadora del «talent show».

Hoy, ocho años después, Cristina ha cambiado el hábito negro por un piercing en la nariz y sus zapatos de colegiala han dado paso a unos tacones letizistas. Fuera gafas, un poco de rímel y Cristina ha vuelto a noquear Italia. De hecho, en tan solo dos semanas, la siciliana de 34 años se ha marcado una doble sesión en «Verísimo», un líder de «prime time» a la romana que roza los 2,5 millones de espectadores.

«No quiero exponerme»

«Sor Cristina está dentro de mí. Si hoy soy quien soy es gracias a ella. He hecho un viaje maravilloso, aunque difícil y complejo», expone. A sus 34 años ha puesto tierra de por medio y se ha mudado a España, donde sale adelante como camarera, con la vista puesta en volver a la música y grabar un disco. Sin dar pista alguna de su lugar de residencia, solo ha explicitado que «canto en el restaurante donde trabajo, pero por ahora no quiero exponerme».

No tiene problema alguno en recordar el día en que sintió la llamada a consagrarse, un 31 de mayo de 2008, mientras interpretaba en un musical a la fundadora de las ursulinas, Rosa Roccuzo. «Recuerdo la fecha porque es como enamorarse, como sentir el impacto de un rayo», rememora con una sonrisa que no habla de un desengaño o de un rechazo a lo vivido: «Nunca he cuestionado a Dios. Mi fe no se ha derrumbado y seguiré difundiendo el mensaje evangélico incluso sin el velo». Lo cierto es que, cuando Cristina entró en la congregación, lejos de frenar su talento musical, sus superioras decidieron potenciarlo desde casa. No en vano, esta rama de las ursulinas cuenta con uno de los centros de estudios más prestigiosos de roma en formación artística. Así, se puso a las órdenes del cantautor Franco Simone, en la Star Rose Academy, su mentor en el ámbito musical.

Durante la gala final de «La Voz», donde arrasó en el televoto, puso a todos los espectadores a rezar el Padrenuestro. Sor Cristina se convirtió en una estrella y solo faltaba consolidarla con un golpe de efecto, que llegó con su propia versión de «Like a Virgin».Entonces, los obispos italianos se le echaron encima. «Deberían haber escuchado a Billy Steinberg, autor de la canción que se inspiró en su esposa, que era una mujer muy católica. Fue Madonna quien la distorsionó convirtiéndola en una pieza ambigua y provocadora», deja caer ahora a toro pasado.

Sor Cristina Scuccia posa con su trofeo
Sor Cristina Scuccia posa con su trofeolarazonfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@43bec68d

Aunque sus hermanas buscaron protegerla del barullo mediático y eclesial, los flashes acabaron por agobiarla. Rompió con la dinámica del día a día del convento y entró en crisis. «Recurrí a una psicóloga, porque solo veía oscuridad y no era capaz de descubrir quién era yo realmente», confiesa sobre un vacío que se acrecentó todavía más con la muerte de su padre. Decidió solicitar un año sabático a su superiora y el tiempo de discernimiento le llevó de vuelta a casa. «Lo primero que hice al salir del convento fue coger mi bicicleta y pedalear durante horas y horas por mi ciudad en Sicilia. Ahí es donde tuve la extraña sensación de respirar la vida a pleno pulmón». Eso no significa que haya dado carpetazo a su pasado: «Echo de menos a los niños de la escuela y a mis hermanas religiosas. Cuando me di cuenta de que iba a dejar para siempre el hábito, temí que alguien se sintiera decepcionado por mi decisión».

Esos miedos en parte han desaparecido, incluso cuando se le plantea qué puede opinar el Papa: «Estoy segura de que Francisco prefiere perder a un sacerdote o a una monja para que estén en la calle, siempre que vivan desde la autenticidad». Es más, revela que le gustaría contarle personalmente cómo ha sido «mi peregrinación interior, porque toda mi fragilidad se ha ido transformando ahora en fortaleza».

Con este volantazo vital, por ahora no se plantea ennoviarse, pero no descarta ser madre. «Si llega el amor, no podré detenerlo. Seguro que hay alguien que lo intenta, pero quiero ir despacio». Más allá de futuribles coqueteos, con hábito o sin él, Cristina tiene claro qué y quién le marca el camino: «A ver qué quiere el Señor de mí».