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Victoria de Hohenlohe: los 25 años de la noble con más títulos de Europa
Aunque cuenta con más de cuarenta títulos nobiliarios, la duquesa de Medinaceli es una chica anónima en Madrid que tiene ganas de luchar por lo que considera que es justo
Es curioso, pero tenemos en estos momentos dos jóvenes llamadas Victoria, de edades parecidas y depositarias de un gran legado histórico. Tanto que las dos llevan su nombre en homenaje a una misma persona, la Reina Victoria Eugenia de España, tatarabuela de Victoria Federica de Marichalar y madrina de la bisabuela de Victoria de Hohenlohe. La primera, se ha declarado partidaria de tener un alto perfil público, y así se ha convertido en embajadora de moda y de las tradiciones españolas, y está muy bien. La otra, por su parte, rehúye toda notoriedad, procurando resguardar celosamente su vida privada. Le gustaría ver cumplidos sus sueños, pero por ese pudor ancestral que ya tuvieron su bisabuela Mimi y su padre Marco, no le gusta ni hablar, ni que hablen de ella misma si no es por algo verdaderamente importante. Una actitud que la honra.
Vamos a centrarnos en esta segunda Victoria, la menos conocida, la que, muy a su pesar y demasiado pronto, se ha convertido en referente de una generación de chicas del siglo XXI, que luchan por lo que creen que es justo, que además tratan de ayudar a los demás, porque pueden hacerlo y lo van a conseguir.
Victoria nació en Málaga hace justo 25 años (cumplidos el pasado 17 de marzo). Tras el temprano divorcio de sus padres, se trasladó a vivir junto a su madre y hermano a Múnich, donde cursó sus estudios, que completó con una carrera en Relaciones Internacionales en el Instituto de Empresa de Madrid y un máster de Conflicto y Desarrollo, realizado en el Kings College de Londres. Después, pasó una temporada trabajando de prácticas en el prestigioso despacho de Emilio Lamo de Espinosa, que dejó para hacerse cargo del puesto que ahora está desarrollando, concentrándose, sobre todo, en las áreas de sostenibilidad e inversiones.
En Victoria Hohenlohe–Langenburg recayó, hace 7 años, cuando solo tenía 19, la responsabilidad histórica que conlleva ser la XX duquesa de Medinaceli, pero no solo por este título –el más importante otorgado por Isabel la Católica–, sino por sus otros 42, de los cuales, 10, cuentan con Grandeza de España, lo que la convierten en la mujer que más títulos nobiliarios atesora, y no solo en España, sino probablemente en el mundo entero. Este hecho no es en sí trascendente, ni tan siquiera relevante, si no fuera porque ostentarlos y llevarlos dignamente implica que sus portadores deban ser merecedores de dicho honor.
Victoria tiene una rigurosa formación alemana salpicada por numerosas estancias en España, donde pasaba los veranos junto a su padre, al que estaba entrañable y emocionalmente muy conectada, y gracias al que conoció y aprendió a querer la ciudad de Sevilla. Éste, sabiéndose frágil, delicado y asumiendo las dificultades a las que se debería enfrentar su hija, como así ha sido, se preocupó en persona de darle las claves de lo que él creía que debía de ser el futuro de la casa, enseñándole, con su sentido del humor, algunas de las tradiciones y costumbres de la sociedad española que la hacen tan especial.
Victoria tuvo bien claro que lucharía para que el legado que en su día recibiría, se mantuviera en sus manos, pues es lo que da sentido y trascendencia a su nombre. Es por ello que sigue una permanente formación con expertos que le enseñan los secretos históricos, genealógicos y protocolarios españoles, que, por cierto, no son nada fáciles, y todo lo que por su rango debe conocer en materias legales e históricas.
Por lo demás, lleva una vida parecida a la de cualquier chica joven de su edad: vive en un piso con su hermano Alexander, menor que ella, y trabajan, estudian, salen o hacen deporte con un numeroso grupo de primos, de su misma edad, con los que comparten tiempo libre, escapadas y conexiones familiares.
Ambos hermanos son muy independientes, adoran a su madre, pero como vive en Alemania, cuando necesitan algo, llaman a sus tías madrileñas, como haría cualquier joven con su familia fuera. Ellas se han convertido en sus mentoras, a las que Victoria recurre para cualquier problema, grande o pequeño, desde el vestido más apropiado para una fiesta, hasta un consejo médico.
Son también las que le dan un baño de realidad divertido, asegurándole que, hoy día, los títulos sirven para poco. Por ejemplo, para que si te invitan algún día a comer a Buckingham, no te coloquen en el último puesto, sino en el penúltimo. Desde luego, se llenan de orgullo al describirla como una persona de una serenidad y una modestia difícil de encontrar en una chica de su edad, a la que le encanta la Historia, preocupada por ayudar eficazmente a los demás en lo que puede y en lo que cree que debe hacer por su nombre y por su título. La describen como cariñosa, sensible, educada y consciente de que le faltan por aprender muchas cosas porque no tiene a sus padres a mano. Pero ellas, sus tías, están para lo que pueda necesitar y también para que no pierda el contacto familiar. «Es la grande de las grandes, sin que lo parezca, y solo tiene 25 años», asegura a «LA RAZÓN» una de ellas.
A Victoria le encantaría llenar de cometido social sus apellidos, y que su título sirviera de verdad como ayuda a los demás, pero, por circunstancias familiares en las que no nos vamos a entrometer, esto no es posible, y su nombre y sus títulos nobiliarios se ven desprovistos y divorciados del importante patrimonio familiar, unido desde hace siglos a la noble casa. Las cosas son como son, pero tiene claro que no va a decir nada mientras que no tenga algo importante que decir.
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