Opinión

La crónica de Amilibia: La historia real del guepardo y Bárbara Rey

Por qué lo hicimos
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A Juan Carlos I le regalaron un cachorro de guepardo, quizá en alguno de sus viajes por África. El guepardo, una monada (los antiguos egipcios los tenían como mascotas), quedó instalado en una jaula de la Zarzuela. Pasado un tiempo, el Rey quiso presentarlo oficialmente al príncipe y a las infantas. Lo sacaron de la jaula, pero el animal, ansioso de libertad, escurridizo, se deshizo de sus cuidadores y salió corriendo hacia los bosques que rodean el palacio, ante la sorpresa entre divertida y atemorizada del príncipe, las infantas y el propio Rey. Pese a que el soberano se encontraba en aquellos años en plena forma, no pudo alcanzarlo: el guepardo es el mamífero terrestre más rápido del mundo, acelera de 0 a 96 km/h en tres segundos. Más que un Ferrari.

Nadie entró en pánico ni mucho menos, pero se declaró la búsqueda urgente de la fiera. Guardias civiles, militares y empleados de la Casa Real dedicaron horas a su búsqueda sin resultado. Imposible detectar el escondrijo del bicho en tan amplio y accidentado territorio repleto de maleza y abundantes madrigueras. Alguien, quizá un lector de las revistas del corazón, tuvo una luminosa idea: Ángel Cristo tenía en su circo una gueparda. Si el felino a la fuga no era queer, gay o indiferente a las feromonas femeninas, con toda probabilidad abandonaría su escondite para acercarse a la hembra de seductor color amarillo y coquetas manchas negras.

Ángel Cristo prestó su gueparda para la captura, dirigió el operativo y el macho acudió sin recelos a la inesperada cita. Allí estaba, con el domador, Bárbara Rey, que fue presentada a Su Majestad. Y así, merced a la historia del guepardo huidizo, el Rey conoció personalmente a la Rey