Tecnologías de la Información
Big data, nuestra privacidad puede verse comprometida
La masiva generación actual de datos nos deja acceder a servicios en internet como nunca antes. No obstante, nuestra privacidad puede verse comprometida.
Imagina que mantienes desde hace unos días una charla vía Messenger con una amiga sobre un viaje que vas a organizar a Marruecos. Compartes en tu muro de Facebook la receta de un tajín de cordero y le das “Me gusta” a unas fotografías en el desierto. En la barra lateral de la red social aparece un anuncio con ofertas de los mejores hoteles en Marrakech. ¿Casualidad? No, Big Data. La red guarda todos y cada uno de los datos que vertemos en ella, aunque habitualmente no seamos conscientes de la relevancia que adquiere el rastro que dejamos con nuestros bytes.Las cifras del crecimiento de internet en España hablan por sí solas: los usuarios han crecido un 6% en los últimos dos años, hasta los 37,87 millones actuales. Según los datos del INE, en los últimos tres meses de 2016 el 80,6% de la población española de 16 a 74 años navegó por internet; entre los jóvenes de 16 a 24 años, el porcentaje sube a más del 98%. La constante presencia del móvil en nuestras vidas influye de igual modo. Según las cifras del informe de Fundación Telefónica “La Sociedad de la Información en España 2016”, el 79,5% de los usuarios de entre 14 y 19 años toma decisiones referentes al ocio sobre la marcha gracias a la información que recibe en el móvil: sugerencias de conciertos acorde a la música que escuchan en Spotify, trailers de películas al principio de vídeos de YouTube, recomendaciones de los últimos juegos en Twitter, bares y restaurantes vinculados a una busqueda en Google Maps... Cualquier visita a la red puede transformarse en una compra potencial.
Tocar la pantalla del teléfono es tan simple que se nos olvida todo el entramado tecnológico que hay detrás. ¿De qué manera nos hemos amoldado a esta relación incesante con la red y los datos? Según Antonio Rodríguez de las Heras, catedrático y directivo del Instituto de Cultura y Tecnología de la Universidad Carlos III, con “confusión y también inconsciencia”. Para él, “no percibimos las consecuencias que tienen muchas de nuestras actividades, como los datos de ubicación que produce el móvil en nuestro bolsillo. Es como cuando estás paseando por la playa y no ves las huellas que vas dejando detrás de ti”.
Cuando nos damos cuenta, prosigue, “tendemos a interpretarlo como un Gran Hermano que nos controla a todos”. No obstante, y si bien muchos especialistas quitan hierro al supuesto control que los datos pueden permitir, existen distintos ensayos que aprovechan esta inteligencia para, entre otras muchas cosas, la predicción de multitudes y el control de las manifestaciones.
“Desde el instante en el que te asomas a la ventana digital, te expones a la mirada del resto, aunque estés en solitario, en tu habitación con el móvil”, señala Rodríguez de las Heras. De ahí que, explica el catedrático, “la educación del siglo XXI debe enseñarnos de qué forma comportarnos. La educación y los valores son nuestras defensas frente a la red”. No hay que tener temor a la fuente de riqueza que supone el Big Data, mantiene el experto; solo hay que legislarla apropiadamente.
Por lo tanto, si el Big data puede ser una enorme herramienta para las compañías, ¿también puede ser una amenaza para los usuarios? En 2016, la UE movió ficha y aprobó el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD), que entró en vigor el 25 de mayo de 2018. La reforma responde al avance en tecnología y a que, conforme compartimos cada vez más y más datos, tanto de forma consciente como de manera inconsciente, más fácil es producir perfiles detallados de cada persona que pueden llegar a atentar contra la privacidad.
Actualmente, la regulación de las cookies es muy laxa y bastante permisiva para ofrecernos publicidad (el viaje a Marruecos cortesía de Facebook, anteriormente citado, por ejemplo). Con el nuevo reglamento, nuestro rastro en internet va a pasar a ser un dato personal y a estar regulado. “Hay que resguardar al ciudadano sin perder de vista los intereses empresariales, puesto que vivimos en una economía digital y los datos se deben desplazar para crear valor. Si ponemos una legislación muy restrictiva perdemos cancha contra Estados Unidos y Asia”, explica Elena Gil, abogada experta en Tecnologías de la Información, Privacidad y Protección de Datos en el bufete Écija Abogados y autora del libro Big Data, Privacidad y Protección de Datos. “No tiene sentido prohibir los cuchillos, pero sí su empleo maligno. Hay que perseguir el mal empleo del Big Data, no el movimiento de datos”.
Si los datos son el petróleo del siglo XXI, el Big Data es su refinería. “Es un músculo tecnológico que puede dar solución a muchos problemas”, ilustra Ignacio Bustillo, asesor de Big Data y CEO de la Escuela para Desarrolladores. “El auténtico potencial es aprovechar los datos para predecir y además hacerlo en tiempo real, en milésimas de segundo. Con esta ingestión masiva de datos nos dirigimos de lleno a la inteligencia artificial”, explica el ingeniero.
La analítica predictiva, prever comportamientos futuros desde acciones pasadas, es, por lo tanto, una de las claves del Big Data. Pero, ¿de dónde salen todos esos datos con los que trabajan los algoritmos? De nosotros mismos. “En las aplicaciones gratis, como Facebook, WhatsApp o Gmail, el intercambio es servicios por datos. Cuando no pagamos es que somos el producto”, mantiene Bustillo.
¿Es nuestra privacidad entonces un coste a abonar a cambio del servicio? En cierta manera, sí. Pero, continúa Bustillo, no hay que tomárselo como algo personal: “Las empresas no espiarán a una persona, no les interesa un nombre ni un documento de identidad, sino más bien datos de comportamiento y descripciones generales para poder emplearlos en el cómputo global”, explica. Se trata de información como nuestro nivel de estudios, la cantidad de movimientos que hacemos con la tarjeta de crédito, las búsquedas en Google Maps... Nuestro chip de control es anónimo, pero sí que nos examina.
En el caso de las redes sociales, por poner un ejemplo, decidimos con qué información personal diaria nutrimos a la máquina. Pero cuando entras a Facebook es la plataforma la que te pregunta qué piensas o qué has hecho el día de hoy. Pueden parecer preguntas inocentes, pero se conocen casos en los que Facebook estaría empleando las respuestas para enviar publicidad a públicos muy concretos, como, por ejemplo, jóvenes que atraviesen un momento personal de inseguridad y agobio.
A priori, las semejanzas con la distopía 1984, de Geroge Orwell, pueden atemorizar, pero esto no es un Gran Hermano. El progreso tecnológico avanza y gracias a él quizás podamos cuidar mejor nuestra salud, reducir el consumo eléctrico y, por qué no, disfrutar de ese hotel de Marrakech.
Patricia Ruiz Guevara. Opinno, editora de MIT Technology Review en español
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