Historia

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¿Para hacer bien el amor hay que venir a la URSS?

La historia de los países comunistas está trufada de derechos nominales para las mujeres, pero una subordinación efectiva al hombre. Un discutible ensayo de kristen ghodsee aventura la tesis de que el sexo era mejor bajo los regímenes socialistas

La libertad de la mujer en los países socialistas estaba restringida, a pesar de los derechos que supuestamente se les reconocían
La libertad de la mujer en los países socialistas estaba restringida, a pesar de los derechos que supuestamente se les reconocían larazon La Razón

Era 1985 y el Partido, el único, circuló una lista con los grupos de rock prohibidos y el motivo de que se silenciaran. El primero de ellos era Sex Pistols. Luego estaban, entre otros, Iron Maiden, calificado de «oscurantista», Judas Priest por «anticomunista» y AC/DC por «neofascista». Scorpions, una de las bandas heavys más blanditas y romanticonas del panorama alemán, era «violenta». Y, por supuesto, Tina Turner estaba prohibida porque sus canciones «transmitían sexo». La ridiculez del socialismo real llegaba también al consumo de los refrescos de cola. La bebida del enemigo se bebía a espuertas: en los 80, los rusos tomaban 1.000 millones de botellas de Pepsi al año. Llegó un día en que no pudieron abonarlas, y el gobierno soviético tuvo que pagar a la compañía norteamericana con barcos de guerra y submarinos. Pepsi se convirtió así en la séptima potencia militar del planeta.

Lo mismo pasa cuando se habla de los derechos de la mujer en la URSS: el ridículo. Es cierto que cuando tomaron el poder gracias a un golpe de Estado en enero de 1918, los soviéticos proclamaron la igualdad absoluta de los sexos; eso sí, no era lo mismo ser mujer comunista que monárquica o liberal. La dictadura soviética aprobó el matrimonio civil, el aborto legal y el divorcio. En compensación a estos derechos nominales, el Estado obligaba a todas las mujeres a trabajar bajo responsabilidad penal por incumplimiento. Pronto todo cambió: se dejaron de producir anticonceptivos, se prohibió el aborto, y se estableció la educación segregada por sexo. La maternidad fue entendida como «un deber para el futuro proletario». En la década de los 60 hubo cierta apertura para lo que se entienden como derechos de las mujeres respecto al aborto y el divorcio. En 1988 uno de cada cuatro abortos se practicaba en la URSS, pese a que la población total del país solo era entre el 5% y el 6% de la población mundial. Y no era únicamente eso. La igualdad era solo propaganda: no había mujeres en altos cargos de la administración ni en la Universidad. La imagen ideal de la mujer rusa, según el régimen dictatorial, era la de la ama de casa que combinaba el trabajo para el Estado con el cuidado de su hogar, de su marido y prole. No había reparto de tareas domésticas, ni igual consideración social y política. De hecho, el maltrato a la mujer era algo cotidiano, no penado. Considerando todo esto, es difícil creer que en el socialismo real el sexo fuera mejor que en el capitalismo.

Un truco del capital

Ningún feminismo podrá ocultar esto, a pesar de las teóricas que consideran desde hace décadas que la maternidad es un truco del capitalismo para esclavizar a la mujer y que el sexo reproductivo es un engaño patriarcal, por lo que una actitud anticapitalista es considerar las relaciones sexuales sin reproducción. De ahí que sea la izquierda quien defienda el aborto como un derecho de la mujer y postergue el derecho a la vida del no nacido. Kristen Ghodsee, profesora en la Universidad de Pensilvania, ha publicado sobre esto un ensayo muy curioso, titulado «Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo» (Capitán Swing, 2019). No es una investigación libresca: la autora visitó los países de la Europa Oriental. Su objetivo no era comprobar los estragos de la dictadura, sino los creados por el «capitalismo neoliberal». La idea de Ghodsse es bastante común en el feminismo socialista: las relaciones de producción capitalista mantienen a las mujeres en una posición subalterna. Esto se debe a que el capitalismo es heteropatriarcal y esa dependencia económica e inferioridad social se traducen en unas relaciones beneficiosas para el hombre, como la reproducción, que no atienden al pleno desarrollo de la sexualidad femenina. El libro, y en ello insiste Ghodsee, no es un tratado académico. Se deja leer y permite, tal y como quiere la autora, el debate, la pausa y la sonrisa. Ghodsee lo advierte con claridad: si a usted «las vidas de las mujeres le importan un pepino (...) y es un misógino de derechas», déjelo. Ghodsee recoge el mito del feminismo soviético, y toma la parte por el todo. El que hubiera una cosmonauta en 1963, Valentina Tereshkova, suponía, dice, que las mujeres rusas estaban más adelantadas que las norteamericanas. Lo mismo con los juegos olímpicos: como las mujeres de la RDA ganaban, los EE UU se asustaron. Lo que no cuenta es el uso de la eugenesia y las hormonas para aquellas mujeres que las convirtieron virtualmente en hombres, con el propósito de servir al Estado. También falta a la verdad cuando dice que en los países socialistas las mujeres estaban más inmersas en el mercado laboral que en los capitalistas, pero no añade que en esos países el trabajo era obligatorio.

Algo que compartir

La tesis de Ghodsse es que la independencia económica de las mujeres mejora su vida sexual. Para ello toma la historia de la URSS y los trabajos de dos sociólogas: Anna Temkina y Elena Zdrawomyoslova. La generación de rusas nacidas entre 1920 y 1945 tuvieron «un sexo de asco», dice, pero el cambio se produjo en los sesenta, cuando primó la amistad y el sexo se convirtió en «algo que compartir». El derrumbe de la URSS estropeó esa sexualidad idílica, asegura, porque el sexo se convirtió en mercancía: pornografía, prostitución e intercambio por interés laboral. Era el choque entre la sexualidad libre –debía ser lo único libre en la dictadura soviética– y la sexualidad mercantilizada del capitalismo. La autora recoge estudios comparativos de las alemanas del Este y del Oeste. La conclusión es que las comunistas «disfrutaban más del sexo y declaraban un índice más elevado de orgasmos por relación que sus homóloga del Oeste». El estudio estuvo dirigido por Kurt Starke, de la Universidad Karl Marx, lo que no da mucha fiabilidad. De ahí quiere inferir que el socialismo generó unas condiciones sociolaborales para la mujer que le permitió tener una vida sexual más plena. La conclusión: con el socialismo el sexo es mejor. Es la teoría de la economía sexual. No obstante, el sexo no es bueno o malo por el contexto económico, sino por caracteres personales que escapan a las interpretaciones dogmáticas. Suponemos que las mujeres no pensaban en Gorbachov cuando estaban en la cama para agradecerle algún tipo de medida económica, sino en su pareja.

«Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo»
«Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo» larazon La Razón

«Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo»

Kristen Ghodsee

CAPITÁN SWING

208 páginas; 18,50 euros

Sexo subversivo

Una de las escenas más impactantes de «1984», la novela distópica de George de Orwell que retrata la tiranía totalitaria comunista, propagandística, controladora y omnipresente, es cuando los dos protagonistas deciden tener relaciones sexuales en un lugar escondido, o eso creen ellos. Aquello era la URSS en los 40 y 50, una sociedad deshumanizadora que siguió siendo profundamente machista y donde los derechos de las mujeres, también los relacionados con el sexo, carecían de importancia.