Portugal
11 de julio fiesta nacional
El gol de Iniesta que dio a España el Mundial de fútbol paralizó el país, que se olvidó de la crisis y lo celebró por todo lo alto en la calle
El 11 de julio de 2010 ya no será un día normal. El gol de Iniesta, el título Mundial y la gente en las calles celebrando la gesta han convertido la fecha en la fiesta nacional de los amantes del fútbol, de los que veneran a Del Bosque, de los que nunca pensaron en que España lograría cotas tan altas y de los que creen que «La Roja» está en condiciones de repetir éxitos. Nos habíamos pasado años y años hablando de las excelencias de nuestro fútbol, reflejadas a través de los éxitos individuales de nuestros clubes –Liga de Campeones del Real Madrid y el Barcelona–, y quejándonos de que en mundiales y eurocopas siempre se fallaba. Le echábamos la culpa al empedrado, convertido en el árbitro de turno –Corea 2002–, o a los fallidos planteamientos de Clemente.
Era nuestro sino hasta que Luis Aragonés puso los cimientos y dio con la tecla de los «bajitos», después de darse cuenta de que, a base de «tocar y tocar», se podía tocar la gloria. Y la Eurocopa de 2008, en Austria y Suiza, fue el principio del fin. Desde el 64, con Franco presidiendo en el Bernabéu el triunfo ante Rusia, no se había hecho nada. Una final ante Francia con fallo de Arconada incluido y poco más. Aragonés, acorralado por los malos resultados, se había vuelto más huraño de lo habitual y estaba enfrentado a medio mundo. Sin embargo, tocó el botón adecuado y los Casillas, Xavi, Ramos, Iniesta, Villa y Torres le respondieron. Las paradas de Iker en la tanda de penaltis, ante Italia, y el gol del «Niño» Torres, a Alemania en la final, cambiaron la historia. Mientras Luis volaba, al ser manteado por sus jugadores, Vicente del Bosque observaba la escena con la pudencia y la mesura habitual. El técnico salmantino había sido elegido para ser el sucesor de Aragonés y el relevo se hizo sin traumas, aunque la cicatriz del «Sabio de Hortaleza» sólo se cerró en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias.
Y con Del Bosque volvió la paz. Todos apuntaron al mismo lado y pese a que los francotiradores disparaban con la vuelta de Raúl, la selección española se mentalizó de que en Suráfrica habría oportunidad de estar entre los mejores. La clasificación confirmó que el camino elegido era el correcto. El seleccionador demostró que tenía las ideas claras y, después de probar con extremos y jugadores de banda, se rindió a la evidencia y se agarró a los pequeños, convencido de que era la mejor solución de encarar el compromiso mundialista.
La derrota ante Suiza creó algunas dudas, pero Del Bosque, fiel a su idea, confirmó que con Sergio Busquets y diez más España estaba en condiciones de luchar por el éxito. Y los partidos ante Paraguay, Portugal, Alemania y Holanda refrendaron que la Selección, nuestra Selección, era la mejor del mundo por méritos propios.
Cuando Casillas levantó el trofeo... España entera se fue de borrachera. Una borrachera que marcaba el mayor logro del fútbol español. Una década para enmarcar, impensable para algunos, que viene a confirmar que el deporte rey se convertía en el lazo de unión de un país en crisis. Iniesta y Del Bosque subían a los altares de la gloria y «La Roja» unía a un país que ya no pensaba en madridista y azulgrana. El pensamiento único fue posible y ése es el mérito de Iniesta, que aglutinó junto a su gol a cuarenta millones de españoles. Porque los otros triunfos en estos últimos diez años a nivel de clubes pasan por las Ligas de Campeones del Barça y el Real Madrid.
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